Título original: Post Mortem
Idioma original: Neerlandés
Año: 2012
Editorial: Rayo Verde (2016)
Traducción: Maria Rosich
Género: Novela (semi-)autobiográfica
Valoración: Muy recomendable
Post Mortem es la segunda novela que leo de Peter Terrin. La primera, El vigilante, ha sido una de mis mejores lecturas de este año y, con toda probabilidad, se mantendrá durante mucho tiempo en mi lista de libros favoritos. A pesar de que ambas obras guardan importantes semejanzas –sobre todo en el estilo– que evidencian que son del mismo autor, Post Mortem ha sido una experiencia muy distinta; son otros los resortes emocionales que busca accionar en el lector y ha logrado sorprenderme para bien, pese a que mis expectativas iniciales ya eran muy altas. Con todo, demuestra la versatilidad de un autor que, a mi juicio, está entre lo mejorcito del panorama literario actual. Y, dicho sea de paso, es una muestra más del exquisito gusto de esta pequeña editorial barcelonesa.
Post Mortem está dividida en tres partes diferenciadas, como si de un tríptico se tratase. La primera parte está narrada desde el punto de vista de Emiel Stiegman, un escritor ficticio que comparte muchas características con el propio Terrin. Aparte de lo obvio (su oficio), ambos tienen rasgos físicos similares, una hija de la misma edad y una imponente fobia a las biografías que puedan escribirse tras su muerte. La segunda parte se centra en un acontecimiento que ocurrió en la vida de Terrin y que trastocó sus planes para esta misma novela: su hija de cuatro años sufrió un accidente cerebrovascular que la dejó en coma y con importantes secuelas físicas. Terrin traslada este hecho a la vida de Stiegman y nos cuenta los primeros días tras el incidente y el comienzo de su recuperación. La tercera parte cierra la obra con unas reflexiones del biógrafo de Stiegman tras su muerte.
Entrando un poco más en detalle, la primera parte de esta extraña y singular novela es, sin duda, la más compleja de todas. Es algo así como una transcripción del hilo de pensamiento de Stiegman en los días previos al accidente de su hija. Los detalles de lo que va ocurriendo en su día a día (se le mete champú en los ojos, lleva a su hija al colegio, saluda a la vecina de enfrente, asiste a la presentación de su última novela…) se entremezclan de manera aleatoria con los recuerdos de su infancia y adolescencia, sus preocupaciones biofóbicas y la planificación de su nuevo proyecto literario, cuyo protagonista tiene el curioso nombre de T. La escritura de Terrin es a menudo un tanto críptica, y en este fragmento de Post Mortem esto se acentúa porque se nos somete a un cambio de tema casi constante y sin previo aviso. Quizá no fuera la elección más acertada el hacer de este caos la primera toma de contacto para los lectores, ya que puede descorazonar a los más impacientes. Para los que resistan, hay premio. Pero no nos adelantemos.
Aun siendo de digestión lenta y un tanto ardua, esta primera parte está repleta de momentos memorables y de reflexiones punzantes marca de la casa. Aparte del desternillante retrato que se nos ofrece de la vida de un escritor casi-famoso, cualquier amante de la metaficción disfrutará como un enano del juego Terrin-Stiegman-T. Al primero le aterran las biografías, así que escribe un libro protagonizado por un tipo que es casi él –Stiegman– al que le aterran las biografías, y que decide escribir un libro sobre un tipo que es casi él –T– al que también aterran las biografías. T, a su vez, decide tomar cartas en el asunto y empieza a quemar su correspondencia y a eliminar todo rastro de sí mismo, y el propio Stiegman pronto se da cuenta de que lo que hace su personaje lo debería hacer también él; debería tomar las riendas de su propia biografía. Lo más brillante de todo esto es que Post Mortem es en sí un intento de Peter Terrin de dejar bien atados ciertos cabos de cualquier futura biografía sobre su figura.
Y he aquí la importancia de la segunda parte de la novela. En una entrevista, Terrin afirma que, como en un tríptico, la parte central de Post Mortem es la más importante. En ella está contenido lo que Terrin nos quiere transmitir por encima de todo. Se trata de una copia casi literal de las notas que tomó mientras su hija estaba en el hospital al borde de la muerte. Asistimos de primera mano a este evento que marcó un antes y un después en su vida (y en la de su alter ego Stiegman). De esa forma, Terrin se asegura de que sus futuros biógrafos capten este momento de su vida con total fidelidad.
No se vayan a pensar que les estoy sometiendo a un vil spoiler. No pasará nada por que se sienten a leer Post Mortem sabiendo que este es el lugar al que conduce (de hecho, en la contraportada de Rayo Verde, esto se anuncia a bombo y platillo, así como en todas las entrevistas que he podido leer). Su experiencia lectora no se va a ver afectada por el simple hecho de que Stiegman no sabe que esto va a ocurrir. En la primera parte, su hija está de fondo, casi como parte del atrezzo. En ningún momento se ve venir la tragedia. Aunque hay cierto misterio en el comienzo de la novela, no son más que McGuffins que no llevan a ninguna parte. Cuando la niña cae enferma, todo se detiene. Cambia el estilo y el tono de la narración. Ya no hay caos ni cambios constantes de tema. Ahora todo es Renée. Terrin capta de manera magistral el amor paternal y la fragilidad de nuestras vidas; cómo podemos perderlo todo en un segundo y lo absurdas que son nuestras preocupaciones vistas a través del cristal de lo que realmente importa.
De la tercera parte no les doy más detalles porque, entonces sí, incurriría en viles spoilers. Sólo déjenme decirles que es un final magnífico, un cierre que completa un círculo perfecto en el juego de metaficción que es Post Mortem. Les dejará con la sensación de haber degustado un plato de alta cocina. Y con muchas ganas de correr a abrazar a sus seres queridos.
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