Revista Sociedad
Estamos en una larga fila bajo la lluvia esperano ante la planta de Ford. Por trabajo. Ya sabes qué es el trabajo, si tienes edad para leer esto sabes qué es el trabajo, aunque tal vez no. Olvídate. Se trata de esperar, cambiando de un pie al otro. Sentir la llovizna caer como una niebla por tu pelo, emborronando tu visión hasta que crees ver a tu propio hermano delante de ti, a unos diez puestos. Frotas tus gafas con los dedos, y por supuesto es el hermano de otra persona, más ancho de espaldas que el tuyo, pero con la misma forma triste de encoger los hombros, la sonrisa que no oculta la tozudez, la triste voluntad de no rendirse a la lluvia, a las horas de espera inútil, a la conciencia de que más adelante espera un hombre que dirá: «No, hoy no contratamos», por la razón que se le antoje. Quieres a tu hermano, de pronto apenas puedes resistir esa riada de amor por tu hermano, que no está a tu lado ni delante ni detrás porque está en casa intentando dormir tras el mísero turno de noche en la planta de Cadillac y así levantarse antes del mediodía a estudiar alemán. Trabaja ocho horas por noche para poder cantar Wagner, la ópera que más odias, la peor música que se haya inventado. ¿Cuánto tiempo hace que le dijiste que lo querías, que tomaste sus anchos hombros, que abriste bien los ojos y dijiste esas palabras, y quizá le diste un beso en la mejilla? Nunca has hecho alto tan simple, tan evidente, pero no porque seas joven o imbécil, no porque estés celoso o seas mezquino o incapaz de llorar en presencia de otro hombre, no, tan sólo porque no sabes qué es el trabajo.
Traducción de Fruela Fernández