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Philip Roth: “Tenemos que estar agradecidos por cada momento en que la historia le deja a uno en paz”

Publicado el 20 octubre 2012 por Lilik
Philip Roth: “Tenemos que estar agradecidos por cada momento en que la historia le deja a uno en paz”
-¿En qué consiste ser judío?
-No pienso responder a esa pregunta.
-¿Porque no tiene respuesta?
-No, existe una respuesta. Pero habría que escribir un libro. Cosa que ya ha hecho mucha gente. Lea 20 ó 25 libros y trate de componer una respuesta. Eso que llamamos “judío” no existe en absoluto.
La actitud despectiva de Israel
-Entonces ¿de qué estamos hablando cuando hablamos de judíos?
-Hablamos de innumerables tipos de judíos. Estos tipos están muy influenciados por los países donde viven. Por ejemplo, a los israelíes les resulta dificilísimo entender la clase de vida que llevan los judíos en Estados Unidos. La ideología israelí se diferencia tanto de la de los judíos estadounidenses que hasta los israelíes carentes de ideología son incapaces de imaginarse viviendo aquí. Incluso gente como Amos Oz o Jehoshua tienen una actitud despectiva hacia los judíos estadounidenses. Es algo absolutamente disparatado.
-¿Cuáles son los rasgos distintivos de la vida judía en Estados Unidos?
-Su variedad. El que a la mayoría de los judíos estadounidenses les importa un comino el hecho de ser judíos. Eso fastidia lo indecible a los israelíes. ¡Y el éxito! Lo que han conseguido los judíos en EE.UU. y cómo lo han hecho constituye uno de los logros más grandes de la historia del pueblo judío desde tiempos de los romanos. Llegaron aquí a decenas de miles, la mayoría entre 1890 y 1910, sin dinero, sin un idioma con el que hacerse entender y fueron capaces de lograr este éxito colosal. Y no me estoy refiriendo a la riqueza. Fue un éxito colosal el que los judíos encontraran un lugar donde vivir felices. Y es un éxito que aún perdura.
-En La conjura contra América describe una versión alternativa del curso de la historia, Franklin D. Roosevelt no sale reelegido en 1940 y el nuevo presidente es Charles Lindbergh, un antisemita declarado que firma un tratado de paz con Hitler. ¿En el verdadero Estados Unidos no hubo nunca el menor rastro de ese antisemitismo latente y finalmente manifiesto que usted describe con tanta precisión en su libro?
-Por supuesto que había antisemitismo en Estados Unidos. Los años 30 fueron una mala época para los judíos en cualquier lugar del mundo. Sin embargo, en Estados Unidos no llegó a repetirse lo que sucedió en Europa. ése es el asunto que más me interesaba mientras escribía esta novela: el hecho de que aquí no hubiera ocurrido una catástrofe. La racha de suerte con que la historia obsequió a los judíos en este país. Y ahora ha dado comienzo la segunda oleada de suerte: Estados Unidos ha abierto sus puertas a los hispanos y a los asiáticos, y los judíos han dejado de ser considerados una minoría. La mayoría de los estadounidenses menores de 40 años no son capaces de identificar como tal un nombre judío. Los judíos somos ahora uno de tantos. ¿Puede imaginarse la dicha que eso representa? A lo mejor el futuro depara una tragedia al pueblo judío en este país, pero tengo serias dudas. A los judíos les gusta Estados Unidos y la democracia estadounidense, y a la democracia estadounidense le gustan los judíos.
- ¿Cree que el nacionalsocialismo fue un fenómeno alemán y, entre otras cosas, ése es el motivo por lo que no pudo arraigar en Estados Unidos?
- Si está dispuesto a pasar las tres próximas horas, qué digo horas, los tres próximos días debatiendo, entonces podemos abordar el tema de por qué no se produjo aquí una catástrofe similar a la europea. Pero permítame simplificar un poco la cuestión: si el nacionalsocialismo no llegó a cuajar en Estados Unidos, con todas las consecuencias que eso habría acarreado para los judíos, fue porque en 1932 salió elegido presidente el demócrata Roosevelt y no el republicano Herbert Hoover. Si los republicanos hubiesen ganado las elecciones de 1932 no habrían hecho nada para atajar la crisis económica y ésta habría empeorado aún más. Se habría producido una sublevación y el ejército la habría reprimido rápidamente con derramamiento de sangre. Y es posible que eso hubiera abierto las puertas a la imposición de la ley marcial y a la implantación de un régimen totalitario. Lo que no sé es si ése habría sido o no un régimen antisemita. Desde luego, Hoover no era un fascista. Pero creo que los sectores antisemitas de la población se habrían unido a la dictadura y quizá hubieran obtenido alguna recompensa a cambio. Pero esto es mucho especular y para eso ya está mi novela.
Contra el victimismo judío
-En La conjura contra América, los judíos son víctimas de la represión bajo el gobierno de Lindbergh. Sin embargo, los protagonistas judíos de sus primeras novelas intentaban escapar a la desesperada al destino judío de convertirse en víctimas. ¿Qué ha sentido como escritor al probar esta nueva variante?
-Al principio me resistía a escribir este libro precisamente porque no quería que todo girara en torno a una atormentada familia judía. La condición de víctima de los judíos nunca ha sido un elemento integrante de mi escritura, jamás se ha convertido en una obsesión personal. Así que me dije: “¿Qué demonios estás haciendo? Si eso es lo último sobre lo que te gustaría escribir”. Pero al final transigí. Pensé: “Limítate a hacerlo y a ver qué pasa”. A partir de ese momento concentré todos mis esfuerzos en presentar todo de la manera más realista posible. Estaba claro que ése era uno de mis objetivos al escribir esta novela, ser tan fiel a la verdad como fuera posible. A excepción, naturalmente, de la ficción central de convertir a Lindbergh en presidente. El Newark que describo es el Newark en el que me he criado. La familia que retrato es mi familia inmersa en una situación ficticia.
-En principio, las trabas que han de afrontar sus protagonistas a lo largo de la novela parecen mucho más inofensivas que la persecución de los judíos en Alemania.
-Tenía que dar con la justa medida. No quería campos de concentración. Quería idear una versión estadounidense, una versión en la que también hubiera lugar para la sonrisa. Y quería que al principio no estuviese nada claro si las acciones del gobierno de Lindbergh formaban parte de una persecución planificada de los judíos o no. Sandy, el hermano de Philip, es enviado a Kentucky a pasar las vacaciones con una familia de granjeros cristianos en el marco de un programa de actividades del Gobierno. Regresa sano y salvo, se ha divertido mucho, ha comido cerdo y le han tratado bien: ¿qué hay de antisemita en ello? El padre insiste, pero Sandy le tacha de paranoico. Quería describir la inseguridad que experimenta un judío en semejante situación. Estoy seguro de que no existe un solo judío inteligente en todo el mundo que no se haya visto inmerso en una situación como ésta alguna vez y no haya pensado: “Eso esconde una actitud antisemita”, para luego llegar a una conclusión distinta: “No, no y no, ha sido una reacción exagerada por mi parte, no debería ser tan susceptible”.
Lindbergh el aislacionista
-¿Por qué Lindbergh no dejó de ser un héroe para los estadounidenses a pesar de su antisemitismo?
-Los únicos que se escandalizaron por el antisemitismo de Lindbergh fueron los propios judíos. Por eso todavía se le considera un héroe en este país. Pero no he pretendido cambiar esta actitud con mi libro. Mi libro es pura especulación. Además, bajo el Gobierno de mi presidente Lindbergh tampoco hay fascismo. Su Estados Unidos es una democracia de derechas que firma un tratado de paz con Alemania para mantener al país al margen de la guerra que se está librando en Europa. Me he cuidado mucho de convertir a Lindbergh en un fascista. Se trata de un político de derechas, un aislacionista que ha sido elegido presidente por el pueblo estadounidense.
-¿Por qué hace desaparecer a Lindbergh al final de la novela?
-Porque me gustaban las posibilidades narrativas que surgían en cuanto Lindbergh se perdía junto con su avión: su desaparición da pie a que la gente haga conjeturas delirantes. Yo he vivido el asesinato de Kennedy y sé lo que ocurre tras la muerte repentina de un personaje importante. Es un momento en el que todo es posible. Un momento en el que un país es capaz de seguir los derroteros más dispares. En mi novela se responsabiliza a los judíos de la desaparición de Lindbergh. Burton K. Wheeler se convierte en presidente e implanta la ley marcial y los antisemitas se sienten libres para hacer lo que siempre les ha gustado hacer. Surge una teoría sobre una supuesta conspiración que acaba teniendo consecuencias fatales. Por si todavía no lo sabíamos, el 11-S dejó bien claro que nada más producirse grandes acontecimientos trágicos empiezan a circular miles de teorías sobre conspiraciones.
-Siempre ha ideado historias de ficción, pero en este libro escribe por vez primera historia ficticia. ¿Qué le ha parecido la experiencia?
-Francamente buena. ¿A usted no le gustaría jugar con la historia universal? Desgraciadamente, la mayoría de los críticos literarios estadounidenses han malinterpretado el libro desde casi todos los puntos de vista. Entre otras cosas, han dado por supuesto que yo quería denunciar algo o a alguien: a Lindbergh, a Wheeler, a Estados Unidos, qué se yo. Por supuesto, eso no es más que una completa bobada. Aunque en realidad no es de extrañar que se digan semejantes necedades dado el nivel que tiene la crítica literaria en este país. Eso demuestra una vez más lo bien que leen los críticos los textos que reseñan. Los peores son los de The New York Times. Y seguro que no me cree si le digo que son así hasta donde me alcanza la memoria. Pero ésa es otra historia.
Un caos inmenso
-Cuando leemos libros de historia, ésta aparece como algo muy ordenado, como una sucesión exacta de causas y efectos. Pero el presente es un caos inmenso. ¿Le molesta a usted este caos?
-¿Quiere decir que si yo también tengo miedo? Sí. Por supuesto, no experimentamos el presente como historia. Lo experimentamos como aquello que ocurre en el momento. El momento próximo es totalmente imprevisible. Traté de este mismo hecho en La mancha humana. En La conjura... lo vuelvo a hacer: la historia entra precipitadamente en la habitación de uno como un caballo desbocado. Pero se lo repito: uno no trata de arreglárselas con la historia sino con el caballo en la habitación. Uno está completamente desamparado. La familia Roth de mi novela lleva ese desamparo hasta la desesperación. Nos puede pasar lo mismo a cada uno de nosotros. En el fondo tenemos que estar agradecidos por cada momento en el que la historia le deja a uno en paz.
-¿En qué medida la escritura representa para usted un medio no sólo para inventar historias alternativas, como en esta novela, sino también autobiografías alternativas?
-A decir verdad, la pregunta ya contiene la respuesta. Sí, una y otra vez he creado en mis novelas autobiografías alternativas. En esto probablemente no me diferencio demasiado de la mayoría de escritores. Creamos mundos que no hemos visitado, crisis que no hemos vivido, peligros con los que no nos hemos enfrentado. Uno se traslada al laboratorio. En La conjura contra América, me llevo a toda mi familia. Me pregunto: “¿qué pasaría si...?”, y busco una respuesta comprensible.
La pérdida de memoria
-Así que su vida le proporciona la materia a su escritura. ¿No teme que esa materia se agote? También tiene una fuente limitada de experiencias.
-La pregunta me hace estremecer. Podría ser. Por otra parte, no creo que sea la materia la que acabe con los escritores. Más bien creo que esto guarda relación con la pérdida de la memoria inmediata, un fenómeno bastante frecuente en la vejez. Afortunadamente por ahora sólo tengo dificultades para acordarme de los nombres. Pero sé de un escritor que no puede recordar lo que ha escrito el día anterior. Es horrible. Hay que releer las últimas 50 páginas o más para reconstruir el momento al que has llegado. Por supuesto, a uno le gustaría que saliera bien, pero el problema reside en que ya no se puede establecer la relación con el todo. Uno se pierde en los instantes. It ain't pretty, you know. Feo, ¿verdad?
-¿Qué edad tiene usted?
- Treinta y uno, pero mi cerebro ya es un colador. Existe un viejo dicho, se lo debería apuntar y colgarlo en el ordenador: You ain't seen nothing yet. Todavía no ha visto nada.
- Si lo cuelgo en el ordenador estaré deprimido los próximos cincuenta años.
- No lo creo. Sólo trabajará un poco más rápido.
- ¿La muerte es algo que le preocupe?
- Oh, gee, what do you think?
-¿Qué piensa entonces? ¿Casi no le preocupa la muerte?
- En realidad no. Si me muero mañana, me muero de todas maneras, me haya preocupado hoy o no.
- Esto sólo puede decirlo una persona de 31 años.
-En La conjura contra América elabora un retrato muy preciso del Newark de los años 30 y 40. ¿Regresó usted para esta novela al lugar de su infancia para refrescarse la memoria?
-Siempre he vuelto a visitar Newark a lo largo de los años. Se dio la feliz coincidencia de que la revista suiza Du quisiera dedicarme un número. Aquella gente quería ver la casa donde nací, así que organizamos una excursión de un día a Newark. Era julio y hacía un calor infernal. Newark es hoy una de las zonas más peligrosas de América. Pero la calle en la que crecí volvió a ser habitable gracias al dinero del Estado. Está casi igual que durante mi infancia.
-¿Y la casa?
-Llamamos y le pregunté a la inquilina si me daba permiso para ver el piso en el que crecí, que significaba mucho para mí. Fue muy, muy amable. Dijo que sí. Avisó al hombre que ahora vive en el piso y pude entrar. Se lo digo: fue uno de los momentos más bellos de mi vida. El piso estaba como lo recordaba: el suelo de parquet, el rincón, sobre cuyo suelo caía la luz del sol. La capa de pintura de las paredes, que es demasiado gruesa porque se pintaron con excesiva frecuencia. De repente, todo volvía a estar allí. Aquello no me bastaba en absoluto, e incluso pregunté si podía abrir armarios. Pero ahora veía a mi madre otra vez delante de mí, cómo trasteaba allí dentro. No me quería ir de ninguna manera y buscaba todas las excusas imaginables para quedarme un rato más. Le habría pagado con mucho gusto al inquilino del piso y me habría mudado al momento. Nuestro alquiler ascendía a 48 dólares y supuse que el inquilino ahora no debía de pagar mucho más. Fue una experiencia espectacular.
-Así que ¿pudo usted disponer de amplios recursos para La conjura contra América?
-Lo veía todo muy claro. Una única oportunidad para escribir esta novela. Todo suena muy sentimental, pero no creo haber transfigurado el lugar de mi infancia o mi propia infancia. Crecí realmente muy protegido. Vivíamos en un barrio estupendo, un barrio de trabajadores con buenas escuelas y vecinos amables. Tenía amigos increíbles y la vida de la comunidad judía -en esta zona de Newark prácticamente sólo vivían judíos- era enormemente rica. Hubo la guerra, por supuesto, pero como todos los que me rodeaban se portaban tan admirablemente, de niños jamás tuvimos miedo de verdad.
-Sin embargo, el Philip de su novela se siente tan desesperado en dos ocasiones que intenta escapar. ¿Más tarde no se atrevió usted nunca a hacerlo?
-No. Yo era un jovencito amable, a quien le gustaba su casa, su cocina, su madre y su cama. Aún me gustaría tener todo aquello. No, nunca pensé en escaparme. Pero cuando terminé el instituto estaba decidido a dejar aquella pequeña comunidad, como la mayoría de jóvenes. Durante un año estuve en el colegio de Newark por motivos económicos. Después fui a un colegio en Pensilvania, y aquello fue el principio de mi independencia. Tenía una curiosidad inaudita y empecé a leer libros en serio. Sabía que Estados Unidos ofrecía algo más que la comodidad de Newark. De Pensilvania me fui a Chicago para seguir estudiando, luego me enrolé en el ejército, más tarde partí hacia Italia con una beca, hasta que al final aterricé en Connecticut. Lo que quería decir: nunca tuve la intención de romper la relación con mi familia o con mi pasado. Quería marcharme, pero por curiosidad, no por despecho.
-No ha vuelto a vivir jamás en Newark.
-Lo gracioso es que dejé mi casa para salir por el mundo, y después he pasado el resto de mi vida escribiendo sobre mi casa.
-Ha aclarado repetidamente que no escribió La conjura contra América con la intención de dibujar un retrato de la situación política actual en Estados Unidos. Pero, ¿qué aspecto tendrían Estados Unidos y el mundo si no hubieran ocurrido los atentados del 11-S?
-(Un silencio muy largo) No lo sé. Lo único que sé es que este gobierno, hasta el 11-S, tenía un perfil del todo mediocre. Se esperaban cuatro aburridos años bajo una administración ineficaz, que hubiera concentrado toda su energía en hacer aún más ricos a los más ricos de Estados Unidos y a engrandecer aún más a las grandes multinacionales. Este gobierno todavía trabaja en ello y lo seguirá haciendo. Intenta desmontar todos los avances de la era Roosvelt, el New Deal. Intenta eliminar todo lo que recuerde ligeramente a un Estado del bienestar. Por supuesto, eso es criminal. Si no hubieran ocurrido los hechos del 11-S... pero el fascismo fundamentalista islámico se habría hecho oír. De todas maneras, se habría producido un enfrentamiento entre Estados Unidos y el Islam, y entre el Islam y Europa. Así que el mundo tal vez no tenga un aspecto tan distinto.
Afganistán e Irak
-¿Y las guerras en Afganistán e Irak?
-Sin el 11-S probablemente no hubiéramos vivido ninguna guerra en Afganistán. Evidentemente, Bush quería declarar la guerra a Irak desde que empezó su mandato. Aun sin los atentados, este Gobierno hubiera encontrado pretextos para ocasionar daños en el mundo, los que actualmente está causando.
Fuente: El Mundo

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