Revista Viajes
La última vez que estuvimos en Tailandia no paramos en la más grande y conocida de sus islas, Phuket. Así que en esta ocasión que la íbamos a visitar lo que más nos apetecía (y queríamos sobre todo) era conocer y navegar en piragua a través de la Bahía de Phang Nga ya en la zona continental, y eso mismo es lo que habíamos preparado en la corta escala del Volendam en puerto. Pero como no todo se puede tener controlado de antemano resulta que, por no se muy bien que problema con las piraguas y otros rollos, en esos días no era posible contratar a ninguna agencia para poder conocer la bahía. Así que nos encontramos en Phuket, con no demasiado tiempo por delante y sin tener pajolera idea de que hacer. Pues bien empezamos pensé en aquel instante. Al menos el paisaje y las vistas que divisábamos desde las cubiertas del Volendam mientras efectuaba las maniobras de atraque en el muelle de Phuket eran prometedoras y nos animaron después de la decepción de no poder desplazarnos hasta la Bahía de Phang Nga. Ya se nos ocurriría algo sobre la marcha.
Una vez desembarcados tanteé a los taxistas que se encontraban dentro del recinto portuario, sin resultados positivos. No llegábamos a ningún acuerdo. Así que fuimos caminando hasta la puerta de entrada al recinto portuario ya que pensé que seguramente habría bastante más oferta donde elegir, como resultó al final. Lo que ya no resultó tan bien fue el que me ofrecieran algo acorde a nuestros gustos, por lo que decidimos seguir caminado por la carretera que llevaba a la ciudad de Phuket, algo positivo saldría de aquella exploración. Todos parecían estar de acuerdo en sus trayectos, los cuales incluían Patong Beach, el centro de Patong y los mall entre otras cosas poco interesantes para nosotros en aquel momento, y a precios desorbitados para ser Tailandia.
Y así fue. Tras un recorrido no muy largo por la carretera llegamos a una playa. Pero no era una de esas playas al uso con tumbonas, bañistas y vendedores ofertando la más variopinta mercancía. Esta playa era utilizada por los pescadores de la comunidad para varar y tener fondeadas sus barcas de pesca, lo que daba una imagen muy pintoresca con sus banderas de Tailandia ondeando al viento y las artes de pesca amontonadas en la playa. Eran unas estampas algo alejadas de los tópicos que tenía en mente acerca de Phuket.
Continuamos caminando por la carretera que bordeaba la costa. Después de cruzarnos con una solitaria mezquita llegamos a una carretera secundaria que parecía llegar hasta una recogida bahía. La visión de una preciosa y solitaria playa sin un alma en la lejanía fue capaz de esbozar una gran sonrisa en nuestros rostros. Justo al final de la carretera había unas pequeñas cabañas de madera, colgando literalmente del mar y sostenidas sobre pilotes también de madera. Nos salió al encuentro una pequeña jauría de perros sucios y pulgosos y, afortunadamente, su dueño también para controlarlos. De aspecto churretoso y desaliñado resultó ser un expatriado de no se muy bien que país que vivía en esas cabañas, su inglés me resultaba difícil de entender. Amablemente nos invitó a visitar las viviendas pero la verdad que no nos apeteció demasiado, ni por su aspecto ni por su comportamiento que todo indicaba que se encontraba algo colocado. Con charlar en la carretera unos minutos con él ya me bastó.....y sobró.
Esta es la cabañita del susodicho expatriado
Pero volviendo a la pequeña bahía, la verdad es que era magnífica, una preciosidad, y claro con su hotel resort incluido, el Phuket Panwa Beachfront Resort, a pie de la playa de Panwa. Con el sol apretando de lo lindo y el calor en aumento estábamos deseando llegar a su blanca arena, aunque antes de llegar nos comentó un local al que preguntamos que la playa era privada, pero que si pedíamos permiso quizás los guardias de seguridad nos permitieran el acceso.
Nosotros decimos acceder por otro camino que daba a unas viviendas, y a su vez a la playa. Los guardias de seguridad hacían como que no nos habían visto, y nosotros como que tampoco a ellos. Tras relajarnos un buen rato y probar las cálidas aguas acudimos a un quiosco que vendía toda clase de excursiones a turistas a las islas Phi Phi y a otras calas cercanas y ofrecía diversos servicios de alquiler de motos, coches, tablas de windsurf, etc.. Lo regentaban unas chicas musulmanas muy jóvenes con sus cabezas cubiertas con el hiyab. Habíamos descartado ir a las islas Phi Phi debido a la falta de tiempo, no queríamos correr riesgos de no embarcar a la hora prevista en el Volendam, y además no nos apetecía llegar a media mañana a las Phi Phi cuando ya estarían invadidas de turistas. A estas islas hay que acudir al amanecer, entre las cinco y seis de la mañana para poder disfrutarlas con poca gente.
Así que lo que hicimos fue alquilar una moto. Un acierto absoluto ya que nos permitió recorrer la carretera costera, indagar por las calles recónditas de la ciudad de Phuket y llegar hasta las colinas de los monos, las Monkey Hill en Phuket. Circular en la moto por el caótico tráfico de Phuket no es difícil pero requiere una atención permanente si no se quiere acabar por los suelos, con lo que no lo recomiendo si no se tiene cierto dominio. En mi caso siempre he tenido moto y me muevo casi a diario en mi ciudad, por lo que no me resulta ni complicado ni estresante. Y llegamos a la colina. De repente la carretera estaba repleta de monos sin ningún temor a las personas. De hecho teníamos que ir esquivándolos con la moto mientras nos lanzaban miradas de indiferencia. Hicimos varias paradas en la ascensión, sobre todo donde algún local les alimentaba con frutos secos, ya que era allí donde se concentraban por decenas y resultaba más sencillo fotografiarlos. Una de las atracciones de Phuket.
Cuando conseguimos llegar a la cumbre de la colina pudimos disfrutar de fabulosas vistas panorámicas de la ciudad vieja de Phuket y de la parte sureste de la isla. Además en los miradores también aprovechamos para refrescarnos con las brisa que corría y que hacía más llevadero el calor. Pero ni siquiera aquí nos libramos de los monos. En cuanto te dabas la vuelta se metían a jugar dentro de la cesta de la moto, intentaban arrancar el espejo retrovisor o robarnos el mapa de carreteras de la isla y hasta tuve que quitar las lleves de contacto por si las sacaban y se marchaban por los árboles con ellas. No daba a basto para espantarles.
Tuvimos tiempo para recorrer parte de la ciudad vieja, aunque entre sus estrechas calles el calor era casi insoportable, no corría ni la más mínima brizna de aire. Y desgraciadamente de esta vista no tenemos fotografías. En la ciudad utilicé la gopro en vez de la cámara de fotos habitual para tirar alguna fotografía y sobre todo grabarnos en vídeo recorriendo las calles montados en la moto, pero por un error mío borré accidentalmente la tarjeta de memoria. Así que de esas dos horas no tengo nada de nada.
Tras perdernos en un par de ocasiones conseguimos encontrar la carretera que unía la ciudad de Phuket con el puerto de la isla, pero antes teníamos que entregar la moto. Ya habíamos quedado en que nos acercaran hasta el puerto para no tener que regresar andando. Nos llevaron con dos motos, y la escena en mi caso resultaba embarazosa cuando menos, ya que yo iba de paquete y la chica que me llevaba pesaba más de cien kilos, iba con el vestido hasta los tobillos, el hiyab en la cabeza y cada vez que frenaba cuesta abajo a mi me costaba horrores intentar mantener el espacio vital entre ambos...me daba apuro apretujarme y me dejé las manos agarrando el asiento. Nos estuvo mal la aventura del alquiler de la moto por unas horas, y total por siete dólares con gasolina y traslado al barco incluido.
A punto de embarcar en el Volendam. Los vendedores estaban desmantelando el mercadillo local de artesanías y ropa ya que llegamos con el tiempo algo justo, pero suficiente. Teníamos tiempo para asearnos y acudir a la popa del barco para disfrutar de la salida del crucero.
La popa del Volendam es un lugar privilegiado para contemplar el maravilloso paisaje que va quedando atrás mientras zarpamos de puerto. La estela del barco delata la derrota que ha ido siguiendo en busca del mar abierto, y por si fuera poco es posible refrescarse con un chapuzón en su piscina o relajarse en una de sus tumbonas bajo el implacable sol de Tailandia.
En la lejanía pudimos contemplar las islas Phi Phi
Y uno de los momentos en un crucero, que no por repetido deja de ser más bello, son los maravillosos atardeceres en alta mar. Pero es que además en el sudeste de Asia son más fascinantes si cabe, y el sol parece hasta más grande. Fue un bonito atardecer navegando por el lejano Mar de Andamán. Aún nos restaban 38 horas hasta alcanzar Myanmar, ya en el Golfo de Martaban.