El sábado Pía comenzó a leer. De la nada, algo hizo clic en su cabeza y se soltó leyendo. Todo comenzó con un camión de leche, mientras íbamos en el coche:
―A-L-P-U-R-A… ¿qué es “Alpura”, mami?
―Una marca de leche. ¿Por qué preguntas?
―Ahí dice. En el camión.
No le puse mucha atención pues me imaginé que era producto de algún anuncio que había visto en la televisión y que simplemente reconocía la marca.
―S-E-A-R-S. ¡Mira mamá, esa tienda se llama Sears!
Entonces sí, me quedé con el ojo cuadrado. Le puse varias pruebas. Las leyó todas. Yo no tenía ni idea de que mi hija pudiera leer. Sucedió de un momento a otro. Como si alguien le hubiera prendido el switch.
Al estilo “Run Forest. Run!”, un día Pía comenzó a leer y desde ese momento, no ha parado de hacerlo. Lee en la cocina, en el coche, en el baño, en el jardín, los cuentos, los espectaculares, las cajas de cereal y los mensajitos de mi BlackBerry…
Lleva 5 días sentada en un sillón, leyendo sus cuentos. Yo, licenciada en Letras, no podría ser más feliz.
Pero, ¿por qué les platico esto? (Sí, claro, además de por presumir). Pues bien, tal como les platicaba hace algunos meses, estoy en el proceso de cambiar a mi hija de escuela, por lo que la llevé a que le hicieran una evaluación al nuevo colegio donde la voy a inscribir.
Cabe mencionar que ella no se quiere cambiar de escuela y desde que la llevé a la evaluación iba con una actitud de “yo-no-quiero-estar-aquí”.
Cuando fui a la entrevista para recoger los resultados de la evaluación, yo iba muy nerviosa porque Beto y yo habíamos decidido que queríamos que Pía repitiera Kinder II en esta nueva escuela. Sabíamos que Pía era una niña muy inteligente y que académicamente no era necesario, pero lo que realmente nos preocupaba era la parte emocional. La verdad, preferíamos que Pía fuera de las niñas grandes de su generación y éste era el momento indicado para hacer ese cambio de edad. Sin embargo, no sabíamos cómo íbamos a convencer a la nueva directora para que nos comprara la idea.
Pues resulta que no tuvimos ningún problema para convencerla. Es más, la idea salió de ella misma: “Creo que sería bueno que su hija repita este año escolar porque no sabe recortar (recorta perfecto), todavía no sabe colorear (colorea mejor que Pablo), no sabe cómo se llama su mamá (le fascina llamarme Gaby) y todavía no conoce las vocales (¡la escuincla ya sabe leer!)”.
Beto y yo nos quedamos sin palabras. Ni siquiera intentamos corregir el “mal entendido” (por decirlo de alguna manera). ¿Cómo le íbamos a explicar que nuestra hija era más inteligente de lo que parecía? ¿Cómo explicarle que realmente esta mala evaluación era el resultado de una especie de huelga en contra de nuestra decisión de cambiarla de escuela?
Pues decidimos mejor poner cara de resignación, “aceptando” la idea de que nuestra hija tuviera que reprobar un año de preescolar. Saliendo, nos volteamos a ver. Los dos estábamos pensando lo mismo: si esto nos lo hace a los cuatro años, lo que nos espera…
Pero sin saberlo, en realidad, esta vez Pía nos había hecho un favor, ahorrándonos toda la justificación de la decisión que ya habíamos tomado. Y pues sí, mi hija se cambia de escuela y repetirá Kinder II, en donde “aprenderá” a leer.
Pía, Pía. Pía y su plan con maña… lo que ella no sabe *insertar aquí risa malévola* es que el que ríe al último, ríe mejor.
FIN