Antes de nada que quede bien claro que no soy ningún melómano que se dedica a escuchar conciertos barrocos de la mañana a la noche. Mi única experiencia musical se redujo al intento de utilización correcta de las baquetas (he tenido que consultar el diccionario para encontrar cómo se llaman) del xilófono que me regalaron de pequeño. Por suerte para la humanidad mi vida de concertista finalizó antes de comenzar. El destino del xilófono fue más trágico. Acabo en piezas y las láminas de colores que lo formaban se convirtieron en los puentes de mis construcciones del Exin Castillos (claro precedente de la arquitectura de Frank O. Gehry).
Sin embargo no puedo menos que reconocer la fascinación que ejerce el documental Pianomania entre todo tipo de público. La idea de este proyecto surgió por una coincidencia. Lilian Franck, una de las directoras, estaba en casa de la familia de Robert Cibis, el otro director del documental, cuando llegó el afinador del hermano pianista de Robert. Las historias que Stefan Knüpfer les contó sobre los grandes músicos, sus extravagancias, sus caprichos y su pasión, fascinaron tanto a los cineastas que dedicieron seguirle durante un año y rodar un documental sobre su trabajo.
El documental acompaña a uno de los mejores afinadores de pianos del mundo y nos cuenta, entre otras aventuras, la grabación de Pierre-Laurent Aimard, uno de los más prestigiosos pianistas del mundo, de El arte de la fuga de Bach.
No se trata de una película sobre los secretos del piano, lleno de detalles técnicos que pocos sabríamos aprovechar, sino de la relación entre el afinador (el hombre en la sombra o el músico que nadie ve) y los mejores concertistas del mundo (Alfred Brendel o Lang Lang, músicos bañados por las luces del escenario) frente alMoby Dick de los pianos de cola, el número 109, con 88 teclas, 230 cuerdas y 480 kilos.
Hay momentos sublimes en este espléndido documental llenos de tensión, suspense y mucho humor que hicieron que estuviese nominado como mejor documental europeo en 2010 (la coproducción franco-chilenaNostalgia de la luz tuvo más suerte). El talento arrollador y la pasión de Stefan Knüpfer es contagiosa y nos acompaña por los mejores teatros de Austria en busca del mejor sonido, casi, de la perfección.
En una escena el protagonista cuenta que cuando un gran artista toca un piano queda algo de su talento impreso en él, no a un nivel visible (la caja de resonancia, de armonía o cualquier elemento del instrumento sigue igual que antes) sino de una forma invisible, transforma el piano y hace que suene mejor que antes. La misma situación se produce con el cine, ver una buena buen película nos hace mejores. Excepto en este caso, yo sigo sin saber tocar el xilófono.