![Pic-Nic Pic-Nic](https://m1.paperblog.com/i/662/6627754/pic-nic-L-V0Osz4.jpeg)
Desde que entré en la universidad, allá por 1985, habré leído veinte o veinticinco obras de Fernando Arrabal. Eso me convierte, creo, en un lector bastante asiduo del melillense, con el que en ocasiones me irrito por sus payasadas y al que a veces aplaudo puesto en pie. De todo hay en la viña del señor Arrabal. Hace unos días, una compañera de instituto me pidió que le prestase Pic-nic; y he aprovechado la coyuntura para releerla.
He vuelto a estar con Zapo en la trinchera, en una pausa del conflicto bélico en el que participa a su pesar (lo reclutaron sin que él tuviera conocimiento alguno de los motivos del combate); he vuelto a ver cómo sus padres, los señores Tepán, se acercan hasta él con todo lo necesario para organizar un pic-nic de domingo (la inevitable tortilla de patatas, los suculentos bocadillos de jamón, el vino tinto, la ensalada y los pasteles); he escuchado cómo Zapo no está demasiado seguro de haber matado a nadie durante los tiroteos en los que ha intervenido (“Es que disparo sin mirar”); he observado cómo Zepo, un atribulado enemigo que andaba por allí con más despiste que osadía, es capturado e incorporado a la merendola; he vuelto a leer la idea del señor Tepán acerca de parar la guerra para que todo el mundo puede volver a su vida pacífica y cotidiana (fruto de su brillante cacumen de “universitario y filatélico”); y he vuelto a estremecerme con el final horrendo, silencioso y apocalíptico de la obra.
Arrabal es genio y es niño. Bromea y sentencia. Convierte la lucidez cristalina del sentido común en arma revolucionaria y provocadora. Es el gato de Cheshire del teatro español del siglo XX. Sí, definitivamente creo que voy a retomar sus obras para irlas incorporando a mi blog. Es decir, para incorporar a mi blog al Rubén juvenil que las recorrió asombrado y las colocó en su mochila lectora para siempre.