No deja de estar de moda la “Suite Vollard” de Picasso, grabada en los convulsos años que van de 1930 a 1937. Su estética clásica (que no “clasicista”), tanto formal como temática a menudo se admira con sorpresa en el contexto del arte de vanguardia, si bien lo clásico constituye, dentro del abanico de opciones artísticas que se abren en el siglo XX, una opción profundamente vanguardista. POR FRANCISCO GARCÍA JURADO HLGE
Conviene saber que lo que durante siglos se entendió simplemente como “tradición”, un legado aprendido ante la contemplación del arte antiguo, terminó añadiendo el adjetivo “clásica” en el trascendental paso del siglo XIX al XX. Esto no es un hecho baladí, sino una importante restricción de sentido. La tradición por antonomasia pasó a llamarse “clásica” porque surgieron nuevas formas de tradición, en particular la tradición moderna y la tradición popular. Octavio Paz denominó genialmente a la tradición moderna la “tradición de la ruptura”. He ido descubriendo tales hechos poco a poco, y con esfuerzo he logrado plasmarlos por escrito, esencialmente en un trabajo del que me siento especialmente orgulloso (“¿Por qué nació la juntura «Tradición Clásica»?: razones historiográficas para un concepto moderno”, Cuadernos de filología clásica: Estudios latinos, ISSN 1131-9062, Vol. 27, Nº 1, 2007, pags. 161-192 Texto completo disponible en http://revistas.ucm.es/fll/11319062/articulos/CFCL0707120161A.PDF). La manera en que Picasso conjuga la vanguardia con lo clásico es hoy día un hecho bien analizado. Los estudiosos de la historia del arte están bastante más avanzados que los historiadores de la literatura en este tipo de percepciones, quizá porque lo visual invita a planteamientos que van más allá del tiempo y que no son meramente lineales. No se trata tanto de ver en la Suite Vollard cómo ha podido “influir” la estética de la escultura clásica o la cerámica griega, sino, más bien, interpretar la nueva mirada de Picasso sobre estas formas artísticas y sus intermediarios (por ejemplo John Flaxmann en el siglo XVIII o Rembrandt en el XVII). La mirada suele ser retrospectiva, y la influencia debe analizarse en un doble sentido que invita a pensar en el diálogo. También propia de estos tiempos convulsos es la publicación de una obra póstuma escrita por un notable escritor italiano, Lauro de Bosis. Me refiero a su tragedia “Ícaro”, de cuya existencia supe hace ya mucho tiempo cuando di con un ejemplar de su obra en un rastro: Icaro, with a translation from the Italian by Ruth Draper and a Preface by Gilbert Murray. New York: Oxford University Press, 1933. Tanto en la Suite Vollard como en Ícaro aparecen sendos minotauros, bien distintos en cada caso, pero igualmente complejos. El minotauro de Picasso ha sido sobradamente estudiado en calidad de alter ego de Picasso. El otro minotauro, el de la tragedia Ícaro, es una transposición de Mussolini, hecho que nos invita a compara la tragedia con el propio cuadro de Guernika. Lauro de Bossis, amigo de Thorntom Wilder, fue un destacado autor antifascista. En todo caso, tanto Picasso como Lauro de Bossis “optan” por un lenguaje clásico, lo eligen conscientemente dentro de un ramillete de posibilidades estéticas. Seguiré hablando en otra ocasión de la tragedia de Bossis, hoy sólo quería plantear esta sugerente vía de acceso para su mejor comprensión.
Francisco García Jurado
H.L.G.E.