Leyendo Picnic en el camino, una de las obras más populares en occidente de un género que fue muy popular en la Unión Soviética, la ciencia ficción. Aquí pueden enmarcarse grandes autores más o menos olvidados: Yevgueni Zamiatin, Alekséi Tolstói o Iván Yefrémov. Convendría recuperarlos, pues ofrecen una visión de la realidad (la buena ciencia ficción no puede definirse de otra manera) desde un prisma muy diferente al que estamos acostumbrados.
El argumento de la obra de los hermanos Strugatski me ha recordado poderosamente al de otra novela de la misma época: Pórtico, de Frederik Pohl. En ambas existe un lugar peligroso al que la gente acude en busca de fortuna o de la muerte. Si en Pórtico lo que desencadenaba la trama era el hallazgo de una estación espacial extraterrestre con naves listas para partir hacia lo desconocido, en Picnic en el camino es una misteriosa visita de seres de otro mundo la que ha perturbado una zona que ha quedado deshabitada y maldita. Vigilado su perímetro por el gobierno y por los militares, solo los stalkers se atreven a aventurarse por la Zona. Estos son una especie de cazarrecompensas que se dedican a buscar artefactos extraterrestres, por los que se pagan auténticas fortunas.
Respecto al sentido de la efímera visita de los extraterrestres, no existe ninguna explicación concreta, solo elucubraciones. Algunos científicos piensan que están poniendo a prueba al hombre dejándole algunos objetos para ayudar a su evolución tecnológica, otros piensan que los extraterrestres siguen allí, agazapados en la Zona, quien sabe con qué intenciones, pero las mentes más lúcidas especulan con que los visitantes simplemente realizaron un alto en su camino, una especie de merienda campestre a mitad de una excursión y dejaron la zona llena desechos, sin atender a los seres humanos que vivían por los alrededores, que serían como hormigas para ellos. Sea como sea, la comunidad científica está encantada con la visita y con los regalos inesperados (definidos por uno de ellos como "respuestas que nos han caído del cielo antes de que pudiéramos plantearnos las preguntas") que ha dejado, aunque a veces sea frustrante no comprender el funcionamiento de la mayoría de los objetos:
"Nuestra pequeña ciudad es un agujero. Siempre lo ha sido y lo sigue siendo. Pero ahora es un agujero hacia el futuro. Vamos a pasar tantas cosas por ese agujero a su podrido mundo que lo cambiaremos por completo. Y cuando obtengamos los conocimientos haremos ricos a todos, y volaremos a las estrellas, y viajaremos donde nos plazca. Esa es la clase de agujero que tenemos aquí."
De momento, el agujero es un lugar bastante problemático, siniestro e incomprensible. Sus leyes físicas son distintas a las que conocemos y es foco de atracción para todo tipo de locos y aventureros, que en más de una ocasión son engullidos por los invisibles peligros de la Zona. El protagonista es un stalker ya veterano, que conoce la Zona bastante bien, aunque eso nunca es suficiente para estar a salvo de sus riesgos. Cuando no está realizando sus trabajos ilegales se mueve en un ambiente marginal, formado por los buscavidas que quedan en el lugar
La novela de los hermanos Strugatski puede enmarcarse dentro de la corriente de la ciencia ficción filosófica, dotada de una visión muy pesimista del ser humano, visto aquí como una especie inferior que ni siquiera ha merecido la atención de los visitantes. Los objetos podrán ser usados para la paz o para la guerra, pero es posible que la Zona haya abierto una caja de Pandora difícil de cerrar, como lo fue el descubrimiento de la energía nuclear hace sesenta años.
La visión cinematográfica de Tarkovski es aún más sombría que la literaria. La Zona aparece retratada como un lugar desolado, cambiante y a la vez amenazante. Al contrario que la novela, se centra en una sola jornada y en tres personajes: el stalker y sus clientes, un profesor y un escritor (o al menos ellos se denominan así) interesados en visitar una habitación donde se supone que se cumplen los deseos más íntimos de la persona. En este extraño viaje los personajes de Tarkovski viven en constante tensión, con la zona y entre sí mismos mientras se mueven por unos parajes que recuerdan a los que quedan después de una catástrofe nuclear. La felicidad es un anhelo quimérico, tan inestable como la propia Zona, tan ilusoria como la creencia de que el hombre es el centro del cosmos. Stalker no es una película apta para todos los estómagos. Algunos se fascinarán donde otros verán aburrimiento. Lo mejor de todo es es un final lleno de cuestionamientos filosóficos: ¿es bueno que el hombre pueda cumplir sus deseos más profundos, los más ocultos? No desvelo nada más, por si se animan a verla y a juzgarla.