Revista Cine
El lector habitual Saúl Baas me ha pedido rescatar esta crítica, publicada hace más de una década. Va, pues, con algunos cambios menores.
¿Qué es, de qué trata, qué propone ¿Quieres Ser John Malkovich (Being John Malkovich, EU, 1999), opera prima del realizador de vídeo-clips y comerciales Spike Jonze? Por principio de cuentas, es una comedia surrealista filmada como si fuera una comedia de costumbres: la dirección de Jonze, la cámara de Lance Acord y el montaje de Eric Zumbrunnen nos entregan una puesta en imágenes naturalista, como si estuviéramos viendo, digamos, una screwball-comedy cualquiera. La elección de este estilo narrativo es uno de los golpes de genio de Jonze: a contracorriente de lo que uno podría haber esperado, sabiendo que Jonze viene del universo MTV, la cinta es simple y funcional, sin alardes formalistas de ninguna especie. Es, pues, en este terreno de radical “normalidad” que vemos una de las más originales divertidas, complejas y siniestras historias que nos haya dado el Hollywood de finales del siglo. Un titiritero muerto-de-hambre llamado Craig (John Cusack), entra a trabajar al piso 7 ½ de un céntrico edificio neoyorkino, en donde encontrará, de pura casualidad, un pequeño portal que lleva a la cabeza del actor John Malkovich (himself), de tal manera que durante 15 minutos –y sólo por ese tiempo—cualquiera puede SER (es decir, ver, sentir, hablar, comer, hacer el amor) el protagonista de Relaciones Peligrosas (Frears, 1988). El guión de Charlie Kaufman es brillante: logra mezclar temas muy serios (la meditación sobre la vacuidad de la vida en las grandes ciudades, la proyección de fantasías en los ricos y famosos, la manipulación de la vida de los demás como algo inevitable) con los típicos juegos auto-referenciales postmodernos (Malkovich encarnando a una calculadora caricatura de sí mismo: Malkovich como uno de los más fascinantes personajes encarnados por Malkovich), todo ello envuelto en una deliciosa comedia de enredos amorosos, en la que una cínica ejecutiva devoradora (Catherine Keener) es el objeto del deseo del propio Malkovich, del pobrediablesco Craig y de su fodonga esposa Lotte (una irreconocible Cameron Díaz). Debo confesar que lo que más me llamó la atención de este notable debut de Jonze/Kaufman es su descarada misantropía que llega, en el desenlace, a transformarse en algo genuinamente siniestro, digno de algún cuento de horror. El hecho de que esta película con un final infeliz, sin héroes a quiénes asirse y con una desencantada visión de la especie humana haya sido un modesto éxito taquillero en Estados Unidos y haya sido nominada a tres Oscars, me provoca una momentánea fe en el espectador americano y en su pacata Academia hollywoodense. Momentánea, dije.