Revista Cine
No tenía la intención de dedicarle más líneas de las que escribí aquí y acá, pero un par de lectores me pidieron que me extendiera un poco más acerca de Euforia (México, 2009), tercer largometraje de Alfonso Corona (Preparatoria/1983, Extraños Caminos/1993, no vistas por mí), cinta exhibida fuera de concurso en Guadalajara 2009 y estrenada en la ciudad de México el fin de semana pasado.
Realizada con una solvencia apreciable -los recursos de producción están por encima del promedio, la fotografía de Arturo de la Rosa destaca como de costumbre-, Euforia tiene un lastre imposibles de soslayar: un argumento absurdo que cae una y otra vez en el humor involuntario. En este contexto, ante una trama tan gratuita, sería injusto reprocharle algo a sus actores: más bien, uno termina sintiendo pena por ellos.
Pat Corcoran López -sí, así se llama- es un rockero has-been que ahora canta -o intenta hacerlo- en bares de quinta categoría. En uno de ellos, Corcoran -interpretado por Humberto Zurita en piloto automático- se encuentra con Ana (fresca Ana Serradilla), una guapa jovencita con quien, más rápido que usted deletrea r-o-a-d m-o-v-i-e, se irá por el camino para solucionar sus dudas existenciales, mientras se sueltan profundeces engoladas ("Es mejor vivir como poeta que hacer poesía"), se dicen confesiones tremebundas ("Mi papá quería que fuera un US Marine") y se pronuncias frases rete-dramáticas ("Duermo porque prefiero soñar").
Las incoherencias en esta cinta podrían llenar varias páginas -de hecho, yo llené tres-: se supone que Corcoran vivió en los 60, cuando tuvo su banda de rock influida por Jim Morrison, pero en algún momento se nos informa que tiene 46 años. O sea: ¿a qué edad tuvo su banda? ¿A los 5 años? Pero dejémoslo así: supongamos entonces que su banda fue más bien ochentera. Eso explica su fracaso: ¿quién demontres quería escuchar a unos imitadores de The Doors varios años después de la muerte de Morrison, en la década de, por ejemplo, Madonna?
Y aún hay más, como diría el clásico: la Ana de la señorita Serradilla se acuesta nomás porque sí con un joven sacerdote (Francisco Cardoso), Ana bautiza con nombres de árboles a todos los que se encuentra (Pat es un eucalipto, por ejemplo), aparece gratuitamente un niño autista para darle mayor dramatismo a todo el asunto y, en cierto momento, los dos personajes centrales toman un avión cuando se supone que no tienen ni con qué caerse muertos. Las escenas de humor involuntario son varias y de pena ajena, pero me quedo con una, que provocó carcajadas en la función a la que asistí, en Guadalajara 2009: Pat correteando al pérfido curita que se encamó con Ana. Pero lo entiendo. Da corajito.