Revista Cine
Simental, uno de los lectores de este blog, me preguntó si no iba a escribir nada del recientemente fallecido Sidney Lumet. Mejor que escribir el obituario de costumbre, rescato un texto que escribí hace más de una década con respecto a su opera prima, 12 Hombres en Pugna.
Imprescindible cineasta liberal con más de 40 años trabajando de manera ininterrumpida, Sidney Lumet nació en el seno de una familia de inmigrantes polacos. Su padres, Baruch y Eugenia Lumet, ya eran actores cuando, a principios de los 20, llegaron a América. Baruch, casi de inmediato, entró a formar parte del Teatro Judío de Nueva York. En los años siguientes, Baruch se convirtió en un actor habitual en Broadway y en los teatros independientes, trabajó en radio, cine y televisión y luego escribió y protagonizó varias piezas junto a su mujer Eugenia y su hijo Sidney, quien debutó en las tablas a la edad de 5 años. Es obvio que, criado en un ambiente netamente teatral, Sidney tuvo una vasta experiencia actoral en su niñez y juventud, especialmente en obras off-Broadway, en donde participó en innumerables piezas experimentales de seco tono realista, algo que lo influiría de manera decidida en su posterior carrera como realizador televisivo y fílmico. De 1950 al 56, Lumet fue uno de los realizadores televisivos más prolíficos, destacándose como director de obras teatrales televisadas, lo que le ayudó a extender su experiencia como un eficiente director de actores, una de las características más identificables de su extensa obra cinematográfica. En 1957, a la edad de 33 años, Lumet debutó en la pantalla grande con Doce Hombres en Pugna (Twelve Angry Men, EU, 1957), una película basada en una obra teatral de Bernard Rose, misma que ya había sido adaptada a la televisión pocos años antes. Doce Hombres en Pugna se mantiene como uno de los más perfectos filmes de tribunal hechos en Hollywood. Los 12 miembros de un jurado deliberan sobre la inocencia o culpabilidad de un muchacho acusado de asesinar a su padre. Si el acusado es considerado culpable, entonces terminará sus días en la silla eléctrica. Todos parecen estar convencidos de su culpabilidad, menos uno de ellos: un razonable arquitecto encarnado por Henry Fonda. Encerrada la trama entre las cuatro paredes del cuarto en donde discuten estos Doce Hombres en Pugna, la película no tiene una nota falsa en sus 95 minutos de duración (¡ah, dorada época hollywoodense cuando las mejores películas duraban menos de 2 horas) y nunca deja de interesar, provocar la reflexión y conmover al espectador. A la creación de estos sentimientos ayuda un grupo de actores de primer nivel que acompaña a Fonda, algunos de ellos con una más que respetable carrera en el cine y teatro estadounidenses: Lee J. Cobb, E. G. Marshall, Ed Begley, Jack Klugman, Martin Balsam, et. al. Contra lo que pudiera suponerse, la película, técnicamente hablando, es muy compleja. Con el apoyo de su eficiente director de fotografía, Boris Kaufman, quien sería su colaborador en buena parte de su carrera fílmica, Lumet combinó el naturalmente claustrofóbico escenario con una enorme movilidad en el montaje -casi 400 tomas en la película-, al mismo tiempo que, usando sabiamente varios tipos de lentes, en la medida que va transcurriendo la historia las paredes y el techo del cuarto de las deliberaciones parecen acercarse los personajes, encerrándolos cada vez más en sus dudas y prejuicios. Una obra maestra del cine liberal estadounidense de los 50 que fue filmada en apenas 9 días y que significó la puerta de entrada a Hollywood de uno de sus realizadores más sólidos y tenaces.