Revista Cine
En twitter, @discopirata -así es hace llamar, a mí que me esculquen- me preguntó si tenía algo escrito de El Bebé de Mâcon. En efecto, algo escribí y publiqué cuando se exhibió en México, hace casi 20 años. ¿Sostengo todo lo que escribí? No lo sé: desde entonces, creo que no he vuelto a ver, completa, El Bebé de Mâcon. En todo caso, lo que sí sostengo es que esto fue lo que escribí y que en ese momento Greenaway me entusiasmaba mucho. Ni modo: demándenme.
El Bebé de Mâcon (The Baby of Mâcon, GB-Holanda-Francia-Alemania, 1993), octavo largometraje de Peter Greenaway, es la segunda parte de una trilogía de época titulada "Usos y abusos", que inició con Los Libros de Próspero (1991). El Bebé de Mâcon es un filme genuinamente insoportable, un bofetón a las buenas conciencias en donde quiera que se encuentren, una blasfemia por partida doble (o triple o cuádruple) que lo mismo ataca los abusos religiosos, los usos narrativos del cine actual, los abusos visuales de un cine hipertecnologizado pero vacío y los usos de la fe utilizada como arma y como fuente de poder.
Siglo XVII, ciudad inglesa de Mâcon. De una horrenda y nunca vista anciana nace un bellísimo niño (Nils Dorando) que es tomado inmediatamente como santo por la población y, luego, usufructuado desvergonzadamente por la arpiesca hermana virgen del infante (Julia Ormond). Claro que la iglesia no se quedará tranquila ante esta invasión de poderes y en el choque entre el Obispo (Philip Stone) y su hijo (Ralph Fiennes antes de La Lista de Schindler/Spielberg/1993) por un lado, y la Hermana Virgen por el otro, veremos transitar frente a nuestra mirada (y a través de la cámara magistral de Sacha Vierny, nada menos) crímenes, sacrificios, violaciones tumultuarias, infanticidios, y demás linduras..
La blasmefia religiosa. Provocador hasta el tuétano, Greenaway retrata a la Hermana Virgen como una voraz y alevosa usurpadora de santidad, como una ambiciosa arpía en busca de poder, como una usurera de la fe y la religión. La contraparte, la iglesia oficial, no queda bien parada tampoco.
La blasfemia narrativa. Narrada la cinta en varios niveles paralelos, lo que estamos viendo es una representación teatral de la historia contada, los entretelones de la misma obra dramática con todo y las grillas entre los actores, la invasión de la ficción por la "realidad" (¿pero qué es la realidad en un filme de Greenaway?) al ser violada de verdad la actriz que interpreta a la Hermana Virgen y, por supuesto, una película que pasa del escenario teatral al cinematográfico y viceversa hasta perderse en un inagotable laberinto narrativo.
La blasfemia visual. En un cine plano y chato como el contemporáneo, las búsquedas y los hallazgos del cine de Greenaway cortan el aliento. Decorados y vestuarios que son personajes antes que escenografía, todo-abarcadora y suntuosa cámara de Vierny al estilo de El Cocinero, el Ladrón, su Esposa y su Amante (Greenaway, 1989), colores envolventes que reclaman una lectura más deudora de las artes plásticas que del teatro o el cine... Un cine irritante, casi insoportable, pero dificil de ignorar.