Revista Cine
Uno de los lectores en twitter, identificado como @fueracampo, me pidió si tenía algo escrito de El Odio. Y sí, en efecto, encontré esto publicado a mediados de los 90. Es decir, el texto siguiente tiene, por lo menos, unos 15 años de edad.
Después de una serie de brutales enfrentamientos sucedidos en La Cité des Muguets entre policías parisinos y decenas de jóvenes de los suburbios, un muchacho árabe permanece comatoso en un hospital, mientras tres de sus amigos, el judío acelerado Vinz (Vincent Cassel), el árabe trasquilado Saíd (Saíd Taghmaouri), y el boxeador afro Hubert (Hubert Kounde), recorren las calles del banlieu y de París durante 24 horas hasta encontrar frente a sí el resultado trágico de cierto chiste contado un par de veces durante la cinta: un hombre cae de un edificio de 50 pisos y mientras va cayendo, se repite a sí mismo: "Hasta aquí todo va bien, hasta aquí todo va bien, hasta aquí todo va bien". ¿Moraleja?: La caída es lo de menos, lo que importa es el aterrizaje.Segundo largometraje del joven de 28 años Matthieu Kassevitz, El Odio (La Haine, Francia, 1995), ha resultado un triunfo arrollador y unánime de crítica y de público, a tal grado que Kassevitz tuvo que esconderse de sus fans al salir a la calle. Filmada en un seco blanco y negro en estilo semidocumental, con súbitos momentos de dinamismo scorsesiano (un crane-shot para tomar en plano general el patio común en un condominio; estilizados dollys hacia los rostros de los personajes rodeados por la cámara de Pierre Aím), alternados con planos fijos de desesperantes tiempos muertos, El Odio representa el deslumbrante trabajo insólitamente maduro de un joven cineasta que, por lo menos aquí, demuestra la estatura de todo un maestro.
Manejo perfecto de sus tres jóvenes actores, narrativa que va iniciando y muriendo cada vez que en la pantalla se marca la hora respectiva, filme descriptivo casi naturalista con ausencia de música a no ser algunos raps ambientales, diálogos bien tratados por la traducción subtitulada con todo y caló de Chilangolandia ("Ahí viene la tira", "¿Por qué hablas con ese judas?", "No mames, güey", "Me cae, están delirando"), soberbia combinación de signos vacíos casi surrealistas (la conversación en los baños de los tres muchachos con el anciano ruso), con insólitas imágenes poéticas/simbólicas (la vaca que jura ver Vinz, la enorme cabeza de piedra que yace frente a uno de los muchachos), más un humor físico calcado del slapstick americano mudo (la huida después de tratar de robar torpemente un auto) y efectivos diálogos post-tarantinianos (sobre las caricaturas de la Warner o el hilarante chiste de la monja convertida en Batman)... El Odio nunca idealiza a sus inadaptados personajes pero tampoco trata de hacer sociología barata con ellos. Vaya: no explica la violencia (pero, ¿alguien lo puede hacer, objetivamente?), sólo la muestra. Es obvio que las influencias están ahí: Vinz imita en el espejo al Travis Bickley de Taxi Driver (Scorsese, 1976); las tensiones raciales parecen provenir de Haz lo Correcto (Lee, 1989); mucho del humor verbal es inocultablemente tarantiniano; el arma encontrada por Vinz podría haber sido el tema de cualquier filme de John Woo, etcétera... Creo, sin embargo, que Kassevitz es má que un simple copista aplicado. Su película tiene un rostro propio, marcado más por el retrato de la realidad que por la re-elaboración de la fórmula gangsteril/violenta a lo Scorsese. Tampoco le interesa a Kassevitz echar rollo como Spike Lee. Lo suyo es tratar de entender "cómo puede uno levantarse por la mañana y acabar asesinado por la noche". Lo suyo es tratar de entender "cómo es posible desarrollar tanto odio".