Revista Cine
El asiduo lector de este blog, Saúl (@sabassbo en twitter), me preguntó si no tenía algo escrito sobre Annie Hall y otras cintas "antiguas" de Allen, como Manhattan o Crímenes y Pecados. Revisando mis archivos, encontré esto que debí haber escrito a inicios de los años 90, hace más de 20 años. Luego de una mínima revisión, va el rescate de este viejo texto. A ver si vale la pena:
De vuelta a los clásicos. Me siento raro al escribir esto, pero Dos Extraños Amantes (Annie Hall, EU, 1977), el sexto largometraje del cineasta, guionista, escritor, dramaturgo, comediante y actor Allan Stewart Konigsberg (Woody Allen, pues) es, sin duda, un clásico. No me siento del todo bien catalogando como clásica a esta cinta porque, cuando se usa esta palabra uno se refiere, generalmente, a grandes filmes del pasado dirigido por creadores irrebatibles, por autores ya consagrados en el panteón de los inmortales, por cineastas extraordinarios que le dieron vuelta a las convenciones genéricas o que fueron, en mayor o en menor medida, destacados innovadores en su terreno. ¿Merece Dos Extraños Amantes este calificativo? Creo que sí. Por principio de cuentas, esta cinta marcaría el fin de la primera etapa de Allen, formada por una serie de comedias alocadas, repletas de gags visuales más o menos ingeniosos y aderezados con chistes verbales culteranos. Aunque algunos cinéfilos prefieren a este primer Allen -el de Robó, Huyó y lo Pescaron (1969) y El Dormilón (1973)-, en realidad no estamos más que ante un buen comediante y un aprendiz de cineasta. No sería hasta después de Dos Extraños Amantes que la carrera de Allen despegaría de los terrenos del gag físico simplón para adentrarse, en la década de los 80, en la exploración de la comedia romántica (Manhattan, 1979), la comedia de costumbres (Hanna y sus Hermanas, 1986), la comedia surreal (La Rosa Púrpura del Cairo, 1985), el falso documental postmoderno (Zelig, 1983), el cine de la nostalgia (Broadway Danny Rose, 1984; Días de Radio, 1987), el homenaje cinefílico (Recuerdos, 1980; Comedia Sexual de una Noche de Verano, 1982) y hasta en los terrenos del drama familiar bergmaniano (las discutidas Interiores, 1977; La Otra Mujer, 1988; la reciente Crímenes y Pecados, 1989). Es decir, Dos Extraños Amantes es el punto de inflexión en una carrera que ya no daría vuelta atrás y que ha conocido, hasta el momento, muy pocos fracasos artísticos/cinematográficos –ya sabemos que, en cuestiones económicas, Allen no gana mucho en Estados Unidos pero se recupera en Europa. En segundo lugar, Dos Extraños Amantes representa, aventuro yo, una nueva forma de screwball-comedy. Hasta ese momento, las comedias románticas habían seguido las reglas básicas de la guerra de los sexos según lo habían estipulado los profetas Capra (Sucedió una Noche, 1934) y Hawks (La Fiera de Mi Niña, 1938; Ayuno de Amor, 1940). Allen vendría a crear, con Dos Extraños Amantes, un nuevo tipo de galán citadino, años luz del agresivo Cary Grant o del petulante Clark Gable. El galán alleniano es el prototipo del no-galán: un pobre diablo inseguro y neurótico, más o menos culto, más o menos prejuicioso. La comicidad autodenigratoria típicamente judía le sirve a Allen para crear un personaje que vendría a representar todas las imperfecciones e inseguridades de la vida moderna y de las relaciones de pareja, genialmente definidas en el célebre monólogo con el que Allen inicia el filme, citando una famosa frase de Groucho Marx (“Nunca pertenecería a un club que aceptara a gente como yo”). De hecho, a partir de Dos Extraños Amantes, la screwball-comedy no sería la misma y la influencia de la cinta de Allen ha sido tal que la mejor comedia romántica hollywoodense de los 80 (Harry y Sally, Reiner/1989) sería impensable sin los aportes allenianos al género. Y finalmente, más allá de la importancia de la película en la carrera de Allen o en la historia del subgénero de la screwball-comedy, está la propia cinta, uno de los más ingeniosos filmes que haya ganado los oscares a Mejor Película, Mejor Director (Allen), Mejor Guión (Marshall Brickman y Allen again) y Mejor Actriz (maravillosa Diane Keaton). A decir de quienes intervinieron en la cinta –incluyendo al propio Allen- la primera versión de la película era un desastre: dos horas y media de una historia de amor sin pies ni cabeza. No sería hasta que el editor Ralph Rosenblaum le metiera tijera y la recortara a 93 minutos cuando adquiriría mucho de su sentido. Dicho de otra manera, Dos Extraños Amantes es, también, el producto de una extraña pareja: Allen y Rosenblaum.