Revista Cultura y Ocio

Pidgin y puentes de palabras

Publicado el 01 marzo 2024 por Tradux @TraduxNews
Pidgin y puentes de palabras

En el transcurso de la historia, a menudo individuos sin una lengua en común se han visto en la obligación de convivir y comunicarse. En estos casos, en ocasiones se ha optado por inventar una lengua nueva, muy simple, que aúna los rasgos lexicales, fonéticos y morfológicos de dos o varias lenguas.

A este invento, fruto de la necesidad, lo denominamos pidgin.

Un desencadenante del pidgin puede ser el comercio. Los humanos, desde tiempos muy remotos, intercambiamos bienes, a veces con gentes lejanas que no hablan nuestro idioma. En estos casos se puede elegir unos sencillos códigos de conducta que posibiliten el intercambio. Cuando los fenicios comerciaban con las poblaciones del sur de España acordaron unas pautas durante la transacción que no implicaban un contacto directo. Los fenicios dejaban su mercancía en la playa y volvían a su barco. Después, los lugareños ponían a un lado una cantidad de plata, y también se marchaban. Los fenicios regresaban y, si estaban de acuerdo con la cantidad, se llevaban la plata. Si no, volvían al mar, hasta que la cantidad de plata ofertada se correspondiese al valor de la mercancía. En todo momento nadie tocaba los bienes, hasta que el intercambio finalizaba. Todo se basaba en la confianza mutua.

Es una manera muy simple y eficaz de hacer negocio, pero puede suceder que el trato precise de una comunicación más efectiva, o bien el contacto físico puede ser más cercano y habitual. En estos casos los negociadores necesitan de un idioma común, en el que puedan entenderse.

Una lengua que, como sucede con los pueblos nativos de las praderas de Norteamérica, puede no ser fonética. Los amerindios de las grandes llanuras se dividían en etnias con lenguas muy distintas. Para entenderse entre ellos y poder comerciar inventaron una lengua de signos que todos entendían.

Si hay una potencia dominante en la zona, se puede emplear su idioma como lengua de uso común. El griego clásico se expandió por el Mediterráneo gracias a las muchas colonias griegas, y posteriormente se propagó el latín. Hoy en día con el inglés puedes recorrer el mundo. Es bien sabido.

Pero a veces, como he dicho, se inventa una lengua nueva, un código simplificado que permite la comunicación efectiva. Un pidgin.

A finales de la Edad Media el comercio por el Mediterráneo volvió a florecer, con enclaves muy activos como Génova, Venecia, Constantinopla, Lisboa, Barcelona, Túnez o Mallorca. Los marineros de todas partes se encontraban en los puertos, intercambiaban información, relatos y mercancías. Y acabaron inventando un lenguaje propio, el idioma de las gentes de la mar. El sabir.

Pidgin y puentes de palabras

Daba igual de donde fueras; el sabir te permitía hablar a lo largo del Mediterráneo, con una mezcla de italiano, francés, español, árabe o portugués. El sabir o lingua franca se hablaba en Argelia, en Marsella o en Alejandría. Lo normal era que al encontrarse dos personas una preguntase “¿sabir…?”. Es decir, “¿sabes…?” “¿Conoces este idioma...?”.

En una época en la que comenzaban las grandes naciones a luchar por sus intereses, en la que la religión era causa de guerra, mercaderes de todo tipo y condición se hermanaron por medio de un lenguaje muy simple. Es curioso, pero Miguel de Cervantes, que estuvo preso en una cárcel de Argelia, hace mención al sabir en El Quijote, cuando menciona la existencia de una…

“lengua que en toda la Berbería y aun en Constantinopla se halla entre cautivos y moros, que ni es morisca ni castellana ni de otra nación alguna, sino una mezcla de todas las lenguas, con la cual todos nos entendemos” 

Curiosamente era una lengua del pueblo llano, de marineros y mercaderes. Los oficiales de los barcos o los diplomáticos se negaban a utilizar una lengua que consideraban de segunda categoría. En sus elegantes camarotes se hablaba francés.

Por desgracia, finalmente las grandes naciones impusieron sus idiomas; aunque hubo que esperar al siglo XIX y la colonización del norte de África por ingleses, italianos, franceses o españoles. Las tropas de conquista que arribaron a Argelia llevaban un diccionario francés/sabir. En unos pocos decenios el sabir desapareció.

Otra fuente de pidgins fue la esclavitud. A buena parte del Caribe y Norteamérica arribaron esclavos procedentes de África, la mayoría de etnias muy distintas unas de otras. Los esclavos no podían comunicarse entre sí, y crearon lenguas nuevas, mezcla de sus lenguas de origen y el idioma de los terratenientes. Con el paso de las generaciones estas lenguas nuevas se fijaron, y se convirtieron en las lenguas maternas de los niños, olvidadas las originales.

Cuando una generación de niños aprende un pidgin como lengua materna esta pasa a denominarse lengua criolla.

Y, si me lo permiten, les compartiré una pequeña sorpresa, En el sur de filipinas, y en algunos enclaves de Malasia e Indonesia, se reza el Padre Nuestro de esta manera:

Nuestro Tata Quien talli na cielo,
Bendito el de Ustéd nombre.
Mandá vene con el de Ustéd reino;
Hacé el de Ustéd voluntad aquí na tierra,
igual como allí na cielo.
Dale con nosotros el pan para cada día.
Perdoná el de nuestro maná pecados,
como nosotros ta perdoná con aquellos
quien ya peca con nosotros.
No dejá que nosotros hay caé na tentación
sino librá con nosotros de mal

Es el chabacano, una lengua criolla que mezcla el español con otras leguas locales. Es la lengua que se habla en la preciosa ciudad de Zamboanga, un idioma hablado por 1,2 millones de personas. Aunque en franco declive.

Pidgin y puentes de palabras

La necesidad de encontrarnos siempre se abre camino. La comunicación es consustancial al hombre; un impulso irrefrenable a encontrarnos en y para los demás. Inventamos idiomas porque queremos entender y que nos entiendan. Los intérpretes, los traductores, construyen puentes de palabras por los que todos cruzamos. Son los embajadores del verbo y del adjetivo correcto, desde hace miles de años.

En estos tiempos que se adivinan oscuros, es uno de los oficios que aportan más luz.

Antonio Carrillo


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