A primera vista lo que se ve desde cualquier punto de acceso a Piedrabuena es la prominencia de las torres de una iglesia que parecen querer rascar a las nubes.
Destacando sobre su casco urbano, lo que quizás puede ser junto al castillo Miraflores y la plaza de toros el símbolo más característico de la localidad, emerge este tesoro patrimonial. Su actual imagen no es de la que parte en origen, si quieres saber que le ocurrió continúa leyendo.
Se conoce con seguridad que antes de 1217 Piedrabuena ya contaba con el esbelto edificio, aunque con total desconocimiento de su arquitectura.
De esto podemos obtener la conclusión de que la iglesia cuenta con casi 800 años de existencia conocida, pero no saber su origen exacto supone que esa cifra sería mucha mayor. Solo una intervención arqueológica destinada a la investigación podría dar una respuesta.
VIII siglos de historia.
Las aproximaciones sobre cómo sería en su primera construcción la ponen en concordancia con la situación del pueblo; pequeña y adaptada a los pocos vecinos que había. Pasados unos siglos, desde 1217 al siglo XVI, la iglesia aumentaría en tamaño en consonancia con el crecimiento local y más aún con la pacificación de la zona y traslado de la frontera bélica hacia el sur.
En 1573 Alonso de Rosales tomó posesión en nombre del monarca Felipe II, pasando el templo como bien en posesión de la corona, pero manteniendo al cura Fray Juan de Garnica. En ese momento la iglesia había crecido al igual que Piedrabuena que había alcanzado los 600 habitantes. Se sabe por la huella de construcción que dicha iglesia contaba con una sola torre.
Sería en 1755 cuando el simbólico edificio sufrió un duro revés; un terremoto golpeaba el pueblo, derrumbándose varias casas y dejando la iglesia en un estado precario. Esta catástrofe natural y sus efectos sobre el templo fueron inasumibles económicamente para la población debido a que en 1774 el estado de ruina era palpable, aunque existía el proyecto para construir una nueva sobre la que se encontraba dañada, dotándola con un mayor tamaño.
La idea de reconstrucción parecía materializarse debido a que el 20 de octubre de 1774, los vecinos y vecinas se dirigieron a Carlos III para describir el deficiente estado de la iglesia. A pesar de ello el problema económico volvió a cernirse sobre el edificio, pues los piedrabueneros y piedrabueneras no debían correr con dichos gastos, principalmente por que el diezmo (renta producida) pasaba en parte al Arzobispo y el Cabildo de Toledo.
Nadie quería pagar y el desacuerdo reinaba, por lo que el fiscal del Consejo de Castilla ordenó que se hiciera informe sobre la situación, y el arquitecto afirmó; Lo he hallado sumamente indecoroso y próximo a la ruina. A su vez previó un coste de 560.000 reales. El Arzobispo y el Cabildo acordaron ayudar con aportaciones, pero estas no se cumplieron y en 1805 la vieja iglesia se hundió sin más desdén.
En 1807 los súbditos de Piedrabuena se dirigieron de nuevo al rey, en esta ocasión al ya reinante Carlos IV. En esta ocasión se medió con mano firme: aquellos que recibían diezmo de la villa debían acceder a acatar el coste sin excusas. España se encontraba en plena Guerra de Independencia, pero el poco efecto sobre el pueblo permitió que comenzaran las obras, que acabarían paralizándose como indican las fuentes de Madoz en 1845. Parece que las obras se reanudarían y paralizarían constantemente, y en 1868, Juan Utrillo regaló las puertas principales. En 1891 se daría un último empujón, que llevó a su inauguración en 1897.
Desde ese momento la iglesia conserva su imagen actual, con dos torres que vencen a los tejados. Solo necesitaría una pequeña reparación tras la Guerra Civil.
La imagen de la plaza que la preside no es la misma que hace unos años, pues se acometió a su reforma, y algunas generaciones ya jóvenes no recordarán ni la céntrica fuente de la plaza mayor.
Se sea religioso o no, forma parte de nuestro patrimonio local, regional y nacional, siendo responsabilidad común proteger todo aquello que tiene valor histórico y cultural para no caer en los errores del pasado en el cual permaneció en estado de ruina, sin poder rascar a las nubes.
Carlos Albalate Sánchez