Cada vez que me encuentro con una palabra desconocida me llevo una alegría, como el buscador de oro que descubre una pepita en su cedazo.
Porque las palabras son las piedras preciosas que forman el tesoro de un idioma, y al igual que los valiosos minerales se ocultan bajo el agua, entre la arena o en las paredes de una cueva, con frecuencia las palabras permanecen también ocultas, calladas, discretas, entre las páginas de los diccionarios y de las obras literarias. Y de la misma manera, de vez en cuando asoma alguna, surge inesperadamente y nos sorprende con su destello.
De las palabras que me han sorprendido en los últimos tiempos, me llamó la atención de manera especial una de ellas en particular, que tanto por su sonido como por su significado me pareció un diamante perfecto.
La palabra era licnobio, que, como quizá sepan ustedes, denomina a una persona que vive con luz artificial, "haciendo de la noche día", según la poética definición del diccionario de la RAE. Es decir, la persona que duerme de día y realiza sus actividades por la noche, con luz artificial. O sea, como un noctámbulo, un nocherniego, un noctívago. O un vampiro, si me permiten la broma.
Pero aparte de su significado y su sonido, también me resultó muy interesante la etimología de esta palabra, que incluye específicamente la referencia a la luz artificial. En efecto, licnobio proviene del griego lychnóbios, formado por lychnos, lámpara, y bios, vida.
También me gustó mucho saber que las lámparas o candiles con los que se alumbrarían los licnobios en la antigua Grecia se denominan luchnoi, que, al igual que lychnos procede del indoeuropeo leuk, y que sin duda tiene mucho que ver con nuestra luz.
Así que del mismo modo que el aventurero se enriquece con el oro que encuentra en el río, yo me siento más rica cada vez que añado una palabra nueva a mi vocabulario personal. Porque con cada palabra se amplia mi horizonte, se agranda mi mundo y se ensanchan mis pensamientos.