La observo y sólo la imagen me duele. Infinitos tirones que tensan la frágil piel de mi cráneo. El desgarro de la distancia, de la bifurcación, de la unión. Tronco trenzado en peinado infantil, raíz que penetra en "ese pequeño trozo de tierra sedienta y estéril y sin sentido". Tierra agrietada "desértica, cuarteada, marrón blanquecino, que se lo traga todo al instante". Grietas también entre los dedos que cubren ambos rostros. No se miran, no se enfrentan, no se ven. Se sienten, el más mínimo movimiento hacia la escisión produce un tirón. Los resquicios entre sus dedos son abismos hacia los que se precipitan sus miradas. Dedos de carne y hueso, barrera ante el precipicio. Visión parcial que nos mantiene en la línea de flotación; fragmentos de un puzle que deberíamos ser capaces de encajar; querer saber y no atrevernos a imaginar. Así leo yo: visión difuminada, detalles que son señales, augurios, migas de pan que un ejército de hormigas procedentes de la tierra sedienta se empeña en ocultar. Así leo yo: asomándome al abismo entre mis dedos indecisos en dejarme o no saber, temiendo el golpe al que conduce el vuelo en picado pero regodeándome en ello. Así lee una de ellas, que (¡oh, feliz coincidencia!) lee las Confesiones de Marina Tsvietáieva ('mi' Marina).
"Una extraña satisfacción recorre a Sofía al leer. No es placer, es la punzada de lo oscuro, es ese dolor controlable, autoinfligido, de rascarse una herida, arrancarse una postilla no del todo seca, volver a empezar con la sangre y el coágulo."Ellas: Sofía y Rita, Rita y Sofía. La raíz-trenza que sostienen es la de la infancia compartida. Cada bucle del cabello de una que se enreda con el de la otra es un nudo más que pesa, que une, que lastra. Una mano vela lo que no se quiere ver; la otra, agarra la intrincada maraña de secretos silenciados. Un leve movimiento de esa mano y, tal vez por un acto reflejo, la otra se pone en alerta. Los dedos se abren, casi imperceptiblemente; nos llega más luz, más terreno oscuro sobre el que pisar. Un fuerte tirón puede hacer incluso que se suelte algún mechón, cabo de múltiples haces por los que empezar a desenredar. Hay que tener valor para bajar la mano que protege el rostro; algún cataclismo bien podría ayudar a vencer la obstinada costumbre. Dedos-barrera que son también dedos-púas; espacios-abismos por los que por qué no se han de poder colar cabelleras. Las manos caídas pueden recuperar sus otras funciones. Los dedos peinan, alisan, allanan mas nunca separan; la trenza inescrutable se vuelve grácil torbellino de revoltosos tirabuzones. Las manos se tienden, las palmas se rozan, los huecos entre los dedos se llenan con otros dedos; encajan como las piezas del puzle que por fin está completo. Manos al principio reacias, que han olvidado ofrecerse, que están aprendiendo a encontrarse. Los dedos abiertos son una invitación.
"...dejé la puerta abierta, solo tenías que entrar."
Teléfono rojo. Fotografía de srgpicker
La que sí se vuelve a abrir es la antigua casa de veraneo familiar de Sofía y Rita, esa que su padre se empeñó en comprar y que sucedió en los períodos estivales a la casa de los abuelos que era también cobijo de tíos y primos. Las dos hermanas han vuelto transcurrido un año de la muerte del padre para poner orden y decidir qué hacer con ella. Rita, libre y pragmática, quiere vender; Sofía, más indecisa, parece más reacia a decir adiós a lo que callan las paredes de su infancia. La decisión tendrá que ser aplazada pues Sofía regresa allí poco después para instalarse. No llega sola, trae consigo a su hijo. Atrás deja (o intenta dejar) un matrimonio que lleva tiempo tambaleándose sobre frágiles palillos que definitivamente han cedido. A los pocos días, arrastrada tal vez por un tirón en sus cabellos, se les unirá Rita.
Rita, pájaro audaz, ángel glorioso, que no se sabe si ha venido a cobijar bajo sus alas o a torturar con sus picotazos. Sofía, la hermana mayor que debiera ser protectora, siempre se ha sentido pequeña a su lado. Rita deslumbra, Rita es inasible, sabia, lejana. Sofía, la niña buena, la que sigue las normas, que cuando quiere volar es tan torpe que está condenada al fracaso: su red de seguridad es un fiasco. Sofía, que es hermana pero también hija y madre, que fue esposa y ahora no sabe dejar de serlo. Familia de procedencia, familia formada: ambas han de ser un sostén y son sólo una trampa.
Así vamos dando vueltas a los problemas de Sofía, a ese pozo suyo de relaciones o de no saber relacionarse. Y dejamos de lado a Rita, porque va y viene, porque es también Sofía quien desentierra los recuerdos de su infancia, esas migas de pan que nos conducirán a lo que nuestros dedos quieren tapar. Pero no, esta no es la historia de Sofía, esta es la historia de Rita y Sofía, de esa raíz trenzada que comparten y que hay que desenredar.
"...y ahora que están a solas hay algo que la asusta. Ese algo es también las distintas formas de encajar el abismo."Por dos veces he estado yo al borde del abismo leyendo este libro y he sentido el vértigo somatizado en mi estómago. No: no quiero que pase lo que creo que va a pasar; sí: sí quiero seguir leyendo para saber si va a pasar lo que creo que va a pasar; no sé: no sé si deseo que pase lo creo que va a pasar.
Lara Moreno es una maestra en decir sin contar. Sus armas son los detalles, su lucidez incisiva, ese narrar en ocasiones como a cámara lenta: pum, pum, pum (tic tac de reloj, latidos de corazón). Me dio buenas vibraciones desde la primera página de este libro y mis primeras impresiones se fueron confirmando a lo largo de la lectura hasta alzarse en una merecidísima ovación final.
Algo va a pasar, algo ya ha pasado: se siente desde que ambas hermanas ponen sus pies en esa casa; se presiente desde el primer recuerdo de esa infancia que a pesar de compartida no se ha vivido igual. Algo que lo truncó todo, que fue un antes y un después, un pudo ser y no fue, un nada va a ser igual. Del mismo modo que siente Sofía al contemplar un eclipse que la luz del sol no es igual de brillante tras el paso de la luna. Alguien le dice que eclipse viene del griego ekleipsis y que significa "abandono, desamparo, alejamiento" (los huecos entre los dedos vacíos).
El desenlace está a la altura de las expectativas pero, además, todo lo que se nos ofrece entretanto es un regalo. La escritora andaluza traza unos retratos realistas y reveladores sobre la complejidad de las relaciones, sobre los miedos de la infancia y de la edad adulta ("Me hice mayor de repente y empecé a acumular el aceite de ricino de los prejuicios temerosos por la vida ajena, que siempre acaban siendo por la propia."), y sobre el sentimiento de culpa.
"...imagino su cuerpo derramado, quieto y vencido, caído pájaro tras la cacería, yo perro que recoge, mandíbula que aprieta suavemente, para no hacer daño todavía, aunque ya no importe, caliente aún el cuerpo del pájaro entre los dientes, perro obediente que llega siempre tarde,..."Perro aún cachorro para ser guardián. Pájaro aplastado antes de echar a volar.
"No es relevante el dolor cuando nadie tiene conciencia de su marca, de su silenciosa procesión. Qué intención sórdida y cruel, obediente muñeca sin pupilas, la de arrancar a alguien de su propia infancia."
Busted! Broken. Fotografía de danih84
Ficha del libro:
Título: Piel de lobo
Autora: Lara Moreno
Editorial: Lumen
Año de publicación: 2016
Nº de páginas: 260
ISBN: 978-84-264-0331-5
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