La alfombrilla del coche está como nueva. Quiero darle envidia a la gente que le cuesta buscar, rebuscar y acabar encontrando hobbies, para entretenerse.
Con paciencia, mucho tiempo y sin gastar un euro, he creado un felpudo de coche barato, cómodo, totalmente reciclable, degradable y todo lo eco que se quiera.
En realidad, ha sido inconscientemente, en cada semáforo o paso de cebra que me detengo, en cada momento aburrido al volante, con cuidado y con movimientos mecánicos involuntarios hago pinza con mi dedo índice y pulgar; arranco los dos o tres pelos que me cosquillean en las fosas nasales y con un movimiento rápido, como al chasquear los dedos, los dejo caer entre mis rodillas. No siento dolor, nada realmente, una ligera humedad algunas veces si estoy resfriado; en realidad es materia muerta que ha terminado su función biológica y le doy la oportunidad de reutilizarse.
Poco a poco, sin darme cuenta, bajo mis pies, se ha creado un ecosistema. Gracias a las pequeñas secreciones que arrastran algunos de estos folículos con ellos, se ha tejido una red tupida que aporta unas características de confort únicas. Aunque extintos, mantienen un subconsciente filtrante que continúa realizando su trabajo acumulando la suciedad externa y creando una vida microscópica propia.
Todo ello contribuye a mantener un descanso especialmente mullido para mis pies cansados y siempre en tensión en los momentos de conducción.
Texto: Ignacio Álvarez Ilzarbe