Foto: Luz Escobar
Son las cinco de la madrugada y empiezan a descargar unas pocas piezas de cerdo hacia la tarima. Han recorrido un largo y accidentado periplo desde una granja privada hasta llegar a ese mercado en la ciudad. Sólo habrá oferta de carne hasta media mañana, pues la demanda supera lo que pueden ofrecer los vendedores. Buena parte de la economía doméstica quedará determinada por ese producto. Su alza encarecerá el costo del pan con bistec que se come el albañil a pie de obra, o el de los chicharrones que la madre pone en el almuerzo de sus hijos. Tantas cosas giran alrededor de esas libras de grasa, huesos y fibras, que su desabastecimiento o su carestía hunden parte del entramado cotidiano de la sobrevivencia.
Sin embargo, tras las chuletas y los chorizos se esconde un producto tan importante como difícil de conseguir: el pienso para alimentar cerdos. Eslabón frágil en la cadena agropecuaria, la “comida para puercos” se comporta como un verdadero quebradero de cabeza para muchos campesinos cubanos. El Estado sigue siendo el principal fabricante de este producto, en parte porque el sector privado no cuenta con las materias primas ni la capacidad técnica para obtenerlo.
Después de décadas de quejas acumuladas y de animales con bajo peso, en Cuba aún no se ha logrado una nutrición estable y de calidad para animales de granjas. Al recorrer las fértiles llanuras que componen la zona occidental y central, sorprende la gran cantidad de tierra sin cultivar. En ella podrían sembrarse los granos y hortalizas que ayudarían a aumentar también la masa porcina del país. Por el momento, abundan los extensos terrenos para las malas hierbas.
Las entidades estatales venden a muchos productores los cerdos después del destete y también parte del pienso que estos consumirán. El campesino contrae una deuda que pagará con los propios animales cuando alcancen el peso para ser sacrificados, quedándole para sí alguna ganancia. Explicado de esa forma, parece un trato justo. Sin embargo, todo el proceso está lleno de irregularidades, desvío de recursos y corrupción. Los funcionarios de la esfera agropecuaria falsean en ocasiones las cifras en libras, aumentando artificialmente las que entregan al granjero y disminuyendo las que reciben de éste. Por otra parte, la distribución del alimento no se completa o simplemente nunca ocurre.
Para lograr engordar a los animales, el productor privado recurre entonces a procedimiento contraindicados para la salud de los consumidores. Dosis excesivas de antibióticos, restos de comida recogidas de basureros en las grandes ciudades y hasta vísceras y restos de los propios cerdos. En algunos casos la llamada “harina de pescado” será lo único que ingerirán los puercos en sus breves vidas, dándole a la carne ese sabor ya característico en muchos platos cubanos.
Cuando la libra de cerdo se dispara, es en la mayoría de las ocasiones porque el pienso escasea. Un relación estrecha, que altera la economía doméstica de tantos y la calidad de vida de muchos cubanos. Empieza como un saco de pienso que no llega a tiempo al comedero de una granja, pero concluye con esa señora que se va con la bolsa vacía del mercado.