Desde el bosque se oían las hojas del otoño, el aire las arremolinaba, ellas caían desde las copas y se posaban en todas direcciones. Solo un ruido no era el habitual. Hojas aplastadas contra el suelo que se desmigaban y esparcían, ocres extensiones marchitas de los árboles.
Pies descalzos corría por el bosque, no sentía frio ni hambre, solo corría, saltaba y cogía las hojas del suelo para más tarde lanzarlas y simular lluvia de estrellas fugaces.
Su pelo rubio y largo abultaba más que su pequeño cuerpo de seis años, entre hojas y ramas sus ojos verdes no esperaban a nadie. Solo disfrutaban de un paisaje olvidado por los hombres, una vida ancestral que nada tenía que ver con el ahora.
Un barco cruza el cielo, lleva velas de algodón y sus tripulantes con alas migran a un puerto más cálido, pies descalzos oye su nombre y se marcha del bosque, mañana volverá y volverá a jugar y a reír con su amigo el bosque.
Su madre a preparado la cena, huele a sopa caliente y huevos fritos, su madre mira enfadada sus pies y la insta a ponerse calcetines. Pies descalzos alza la voz y dice que no tiene frio ella es la amiga del bosque.
Su madre sonríe como solo lo saben hacer las madres, con condescendencia y sabiendo que un nuevo resfriado se aproxima al hogar. Pies descalzos no obedece solo quiere estar en su bosque como si ella misma lo hubiera creado, su bosque es uno con ella.
Por la noche el viento azota las ventanas, pies descalzos se asoma por una y ve un brillo blanco en el bosque. Una lechuza se alimenta a pesar del fuerte viento. Pies descalzos la mira hasta que desaparece en lo más profundo del bosque, mañana intentará encontrarla, ha de ponerle un nombre.