A los recortes salariales y de otros muchos de nuestros viejos y consolidados derechos, así como al aumento de la presión impositiva que venimos sufriendo, hemos de añadir la sutil y ladina sustracción que supone la presión recaudatoria constituida por determinadas multas, o el renovado celo y afán con el que pretenden implicarse en aplicarlas...
Si me detengo a pensar un poco, algo que me gusta hacer desde éstas líneas: nunca antes había usado tan poco frecuentemente el coche como lo vengo usando ahora, como no había conducido con el rigor de esta madurez de la que me embadurna la cincuentena, y sin embargo estoy recibiendo multas de tráfico con una cadencia a la que tampoco estaba acostumbrado; hasta el punto de haberme abonado, hace unos meses y alentado por la injusticia que supongo parapetada tras el tema, a los servicios de una empresa especializada en la actividad de recurrirlas...
Se trata, en definitiva, de una evidencia más de que nos gobiernan personas, y digo personas por seguir con el tono de serenidad con el que inicié el asunto, a punto de perder las formas, más interesadas en explotarnos para sus fines que centradas en la vocación de servirnos y/o contribuir a resolver nuestros problemas.
El otro día, a mi hija de poco más de 20 años le pusieron una multa por beber en la vía pública: de la cuantía (600 euros) podría deducirse que estuvo degollando a alguien... Y contra la búsqueda de la razón, el miedo: el miedo de saber que existe un 40% de descuento si se paga sin recurrir y que, de levantarse algún pliego de descargo, por el contrario, se perdería inmediata y automáticamente la posibilidad de conseguir tal clemencia...
Vaya por delante y no es pasión de padre, que nunca vi a mi hija ebria y que se trata de una joven mucho más responsable que la mayoría de los inútiles que nos hunden con el brillo de sus ineficaces e interesadas gestiones...
El enorme delito, que raya el magnicidio y que supone beber en una vía pública, contrasta con el creciente número de terrazas, kioscos y chiringos, amén de con la impunidad de tanto ladrón, prevaricador y chorizos de nuestro entorno... Además: ¿Como puede este atajo de sinvergüenzas ser tan severo y crítico con tal nimiedad, alejada de lo delictivo y propia de una generación de jóvenes a los que ellos mismos han negado la posibilidad de ganarse la vida, cuanto más la de pagar cualquier sanción que acabará repercutiendo en la ya muy maltrecha economía de sus padres?.
Interesado ahondé en el tema y he podido saber que en determinados Ayuntamientos se está fomentando éste tipo de sanciones masiva y descaradamente, hasta el punto de alentar y motivar a los Policías Locales en tal dirección, según me confesaba un amigo, Municipal de una localidad de Madrid.