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¿Qué tienen en común el restaurante Noma en Copenhague, el Highline en Nueva York y el Museo Vitra en Alemania?
El factor común a estos lugares es su creador de su entorno natural: Piet Oudolf (1944), oriundo de Haarlem, Países Bajos.
El paisajista holandés —pionero en un movimiento sostenible de jardinería— nos muestra la belleza, tanto de la floración como de la descomposición, en paisajes que respetan el ciclo natural de la vida.
“El jardín no es naturaleza, sino lo que te gusta ver en la naturaleza”, con estas palabras, el paisajista Piet Oudolf resumen a la perfección la esencia de su trabajo: jardines en apariencia salvajes y elementales que, por el contrario, esconden detrás un meticuloso proceso de producción. Sobre el papel, complicados dibujos de colores dan lugar a reconocidos jardines como Lurie Garden, dentro del Millennium Park de Chicago; The Battery, en Nueva York; o el Royal Horticultural Society de Inglaterra. Pero esos laboriosos mapas en los que este holandés plasma su creatividad no son el único secreto de su éxito internacional —apodado por The Wall Street Journal como la estrella del rock de los paisajistas—, la labor casi científica que desempeña tiene mucho más que ver con el resultado.
Piet comenzó su práctica de diseño de jardines y paisajes con su esposa Anja en 1976 en Haarlem. Años más tarde se mudaron a Hummelo, al este, en 1982 para comenzar la empresa Future Plants, de plantas ornamentales de parques y espacios verdes y un vivero de plantas perennes raras y difíciles de encontrar, inusuales pero dignas de un jardín. La guardería estaba dirigida principalmente por Anja y el trabajo de Piet se hizo conocido por las ideas más radicales mostradas en las publicaciones sobre el jardín de Hummelo.
Ya desde esa época estaba en la vanguardia del espíritu de los tiempos y desarrolló una experiencia mundialmente famosa con su esposa Anja en su propio jardín, donde las plantas provenían en primer lugar, de Ernst Pagels en la Frisia oriental y de Beth Chatto. Más tarde, acumuló también semillas de plantas de los Balcanes.
Oudolf es hoy un referente con más de 50 años de experiencia, especialmente en el uso de plantas nativas, que ha demostrado ser un gran observador de la naturaleza. Sus obras más destacadas han sido el Highline en Nueva York, el Maximilian Park en Hamm o el Milenium Park de Chicago. Su preferencia por las gramíneas y plantas nativas hacen que sus paisajes sean desordenadamente orgánicos pero llenos de vida y atractores de fauna que los convierte en jardines sonoros y vibrantes. Sus jardines hablan de la vida, de saber leer ciclos y admirar el potencial y la belleza inesperada de cada planta.
La escrupulosa investigación científica de Oudolf, sin embargo, le ha servido para saber con precisión no solo cómo se comporta cada planta sino también cómo se relaciona con las demás, haciendo que el conjunto funcione durante los 12 meses del año. Por ejemplo, el mismo cardo que da una flor azul durante el verano, cuando se cae, deja una cabeza perforada, que después también se cae… y así sucesivamente hasta completar un bello ciclo que forma parte, inevitablemente, de nuestra necesidad emocional. Porque se trata de percibir la belleza de la floración pero también de la descomposición.
De esa forma, las plantas que se combinan para lograr esta exhibición se pueden dividir en dos categorías. Están esas numerosas plantas perennes, muchas de las cuales se derivan de plantas nativas de las praderas americanas, que florecen y permanecen frescas tarde y durante mucho tiempo en la temporada; y, por el contrario, aquellas plantas que han completado su ciclo de crecimiento y han comenzado a morir, pero que conservan una estructura y una belleza propias incluso cuando se acercan a su muerte anual.
Para lograr que su obra sea lo más semejante a la naturaleza salvaje, el holandés no crea elementos decorativos, sino composiciones en constante proceso, mediante la mezcla de una base de plantas perennes con una segunda capa de especies caducas, todas ellas emplazadas sobre sustratos orgánicos. El objetivo es conseguir la permanencia de una parte del espacio y el autosembrado del resto, para que los jardines se gestionen con la colaboración ciudadana y permanezcan inalterables durante muchos años. Una bellísima contribución al medioambiente y a la estética de las ciudades.
A pesar de que sus obras ahora son casi siempre espacios públicos, rescata la dimensión doméstica donde cada uno diseña su propio espacio personalizado y se conecta con otras formas de vida.
Fuentes: Oudolf, La Vanguardia, Laderasur, Vogue, Vitra, Luriegarden, Hghline.
Gracias Margarita Palatnik
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