Luego de haber filmado los ángeles más reales que haya dado el cine y de su incursión en el género documental, Wim Wenders se valió una vez más de ese formato para contar la vida de Pina Bausch, una de las artistas más importantes de la vanguardia alemana y que, por esas paradojas del destino, murió víctima de un cáncer fulminante apenas iniciado el rodaje, razón que le quitó la posibilidad de ver plasmada en la pantalla grande el sincero homenaje que tanto del director como sus alumnos pensaron para ella.
En esta apuesta el director regresa a Alemania, centrando su particular lente en la ciudad de Wuppertal donde se introduce con él tras las bambalinas del Tanzteather, templo de la danza contemporánea donde Pina supo ser sacerdotisa y maestra de ceremonia de la casi treintena de alumnos que formó durante más de dós décadas su prestigiosa compañía.
A partir de allí se empieza a contar una historia dividida en capítulos (basados en los títulos más representativos del grupo a lo largo de toda su historia) y en cada uno de ellos, los protagonistas relatan frente a cámara no sólo su experiencia con el teatro danzado sino, además, con Pina, a quien identifican en la mayoría de los casos como a una maga que lograba extraer el talento y las capacidades que muchos de ellos ni siquiera sabía que tenían.
Así es como con el correr de los testimonios y las imágenes de archivo excelentemente seleccionadas (que no sólo ilustran sino que además le otorgan el verdadero marco estético a la pieza), el público comienza con la fascinante tarea de reconstrucción del personaje de Bausch, quien es inevitable que al final de la historia no se alce con el reconocimiento – por parte de la platea – como el gran talento de la escena internacional y de la historia del teatro universal que fue.
Uno de los elementos que más conmueven en la película es la acertada decisión de Wenders de sacar los bailarines de la clásica caja negra donde llevan a cabo el ritual de la danza corporal y ubicarlos en diferentes puntos de Wuppertal, para que esparzan su arte por toda la ciudad, como si se tratase de las cenizas de la misma Pina. Al finalizar cada performance, el ángel de Pina queda inevitablemente rondando la zona como aquel que encarnó Bruno Ganz en Las Alas del deseo y que sobrevolaba Berlín, intentando volverse humano.
De ese modo, con la sensibilidad artística que lo caracteriza y con un puñado de cuerpos danzantes en trance hipnótico tomados por su cámara, el director logra un registro de imágenes con un alto valor metafísico y que, difícilmente, podrán ser borradas de la memoria de los espectadores.
El otro elemento que hace que el film se transforme en una pieza digna de recordar en la historia del cine mundial, está relacionado con la acertada elección de Wenders en filmar prácticamente todas la escenas en formato 3D y con un sistema de sonido de alta definición, lo cual hace que la experiencia sensorial sea casi tan real como si se estuviera en medio de la sala del Tanzteather (gracias a ello, en varias oportunidades se siente que los bailarines salen de la pantalla, se experimenta estar en los espacios naturales donde transcurren los bailes o bien se cree que el agua en la que chapotean los actores es tan real que puede mojar a los espectadores).
Además de las conmovedoras actuaciones de cada uno de los bailarines (que no sólo interpretan personajes sino que también desnudan sus sentimientos frente a la cámara) y la dirección de Wenders – de la que poco se puede decir a esta altura sin caer en verdades de perogrullo – el otro elemento mejor logrado es la composición musical a cargo de Thom Hanreich. Si bien la mayoría de las piezas no fueron compuestas para tal fin (por que ya habían sido realizadas para representar las piezas del Tanzteather) el director musical las reversionó especialmente obteniendo piezas del nivel de aquellas míticas composiciones de Ennio Morricone o el español Alberto Iglesias, dos maestros de la musicalización en cine.
El resultado de la obra es magnánimo. Wenders demuestra una vez más que su capacidad de desafíos no tiene límites (recordemos que en Las Alas del deseo o en Far Away So Close, realizó tomas desde ángulos y planos realmente impensados) y expone una capacidad creativa superior. Sólo él puede hacer que un film de casi dos horas atraiga y subyugue al espectador utilizando en su mayor parte sólo el lenguaje corporal, puesto que no es otra cosa el espíritu del teatro danzado.
Al final, las luces de la pantalla se apagan y al prenderse de nuevo aparece una proyección de Pina en blanco y negro, joven, llena de vida y moviendo silenciosamente la frágil existencia que le tocó llevar en este mundo. Una frase suya aparece en escena: “Bailen, bailen o estarán perdidos”. Las luces se apagan y su figura finalmente se desvanece. Pero no su arte, que gracias a Wenders, quedará por siempre inmortalizado en el celuloide.
Pïna. (Alemania) Dirección: Wim Wenders, Coreografía: Pina Bausch, Producción: Gian-Piero Ringel, 3D Supervisor: François Garnier, Montaje: Wolfgang Bergmann, Dieter Schneider, Gabriele Heuser. Producida por Neue Road Movies (Berlin)- Co-producida por Eurowide (Paris), en colaboración con el Tanztheater Wuppertal Pina Bausch, ZDF, ZDF theaterkanal und ARTE (110 minutos,Color, 3D)