Revista Cine

Pina: la danza como respuesta

Publicado el 10 octubre 2011 por Bill Jimenez @billjimenez

Por Elisenda N. Frisach

La carrera fílmica de Win Wenders evidencia la tensión entre la elevada pulsión filosófica, cultural y artística de su creador y la plasmación de tan complejo punto de partida en imágenes significativas y coherentes. Los resultados son tan dispares como estimulantes, yendo desde excelentes filmes (El cielo sobre Berlín, París, Texas) hasta artilugios hermosos y/o bienintencionados pero estériles (Hasta el fin del mundo, El final de la violencia). Sin embargo, incluso sus piezas más irregulares atestiguan la honestidad intelectual de Wenders, movido por el propósito último de dar a luz películas que trasciendan su carácter industrial e indaguen sobre los límites, ya no del cine, sino del arte mismo, y, por extensión, de las coordenadas esenciales que conforman nuestra propia concepción de la existencia (tiempo, espacio, memoria…). No deja de ser sintomático que en los últimos tiempos el realizador alemán haya encontrado el mejor vehículo de expresión de sus inquietudes en el género documental, como lo prueban Buena Vista Social Club o The soul of a man.

Pina se inscribe en esta última parcela fílmica pero va mucho más allá. Planeada como un reportaje sobre Pina Bausch, la súbita muerte de la coreógrafa poco antes de iniciarse el rodaje de la cinta terminó por convertir la obra en lo que es hoy: un bellísimo homenaje a su legado humano y artístico hecho por aquellos que la querían y conocían, esto es, los miembros de la compañía que dirigía, la Tanztheater Wuppertal, y Wim Wenders, amigo personal.

En poco más de 100 minutos la película da protagonismo a cuatro instancias dispares pero complementarias: la propia Pina, que aparece en imágenes de archivo de representaciones, ensayos o entrevistas; los bailarines de la compañía, que brevemente reflexionan sobre lo que significaba para ellos su mentora; la ciudad de Wuppertal y sus alrededores, ubicada en el länder de Renania del Norte-Westfalia (el mismo en el que nació y se crió el realizador), y, por encima de todo, la danza, epítome de la desparecida artista, que se plasma en la representación de algunos de sus más prestigiosos montajes (por otro lado, los escogidos por ella misma para aparecer en el documental que su muerte frustró), así como en actuaciones de los bailarines a lo largo del paisaje, a partes iguales industrial, bucólico y casi alienígena, que formó y acogió el trabajo de la bailarina.

pina-wim-wenders

Compendio, destilación, sublimación del arte de Bausch, Pina focaliza su centro de atención en la fisicidad multiétnica y cambiante del cuerpo humano en tanto expresión de las emociones humanas. Remanente a pesar del paso del tiempo, la diversidad racial y cultural o los vaivenes existenciales y sociales, el alma es representada en su cambiante inmutabilidad en los pasos a veces angustiados, a veces alegres e incluso cómicos de los integrantes de la Tanztheater Wuppertal. El sabio uso de la técnica del 3D no hace sino exacerbar dicha cualidad del ser, de forma que el público a menudo, o bien es situado a nivel del escenario, como parte activa de los cuerpos que danzan e interpretan, o bien emplazado al papel de curioso vouyer de extrañas performances en lugares prosaicos y cotidianos (un cruce de calles, el interior del tren colgante Schwebebahn, una nave industrial…), cuando no reducido nuevamente a pasivo espectador de una pieza artística, cobijado por la penumbra y la comodidad de la sala de representación y de sus asientos. La estructura circular de la obra gracias a un desfile que recoge la perpetua transmutación de las estaciones y que, por tanto, recuerda a las danzas de la muerte medievales –aunque se vea imbuido de un humorismo nostálgico que evoca a las que aparecen, por poner dos ilustres ejemplos, en 81/2 de Fellini o El séptimo sello de Bergman– refuerza lo que la continua reubicación del espectador ya sugiere: una invitación enérgica, gozosa incluso cuando se muestra amarga, a trascender más allá de la superficie fenomenológica del mundo y formar así realmente parte de la vida, del baile. Como esclarecedoramente reza el subtítulo del filme: “Danzad, danzad o estaréis perdidos.”

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Pina es, pues, una experiencia total e inclasificable, que va más allá del cine, del teatro y de la danza, una obra de arte ecléctica que habla a la sensibilidad e inteligencia del espectador mediante unas imágenes sugestivas y sensoriales, cuya fuerza reside –más allá de la incontestable presencia de los bailarines– en los hipnóticos movimientos de la cámara, en el montaje cargado de estructuras y resonancias rítmicas, en el cromatismo de la fotografía y en el exquisito acompañamiento musical. Pura poesía, en fin, para despertar nuestra alma dormida, parafraseando el famoso verso de Jorge Manrique.


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