Hola a todos.
Qué bueno es sentirse un principiante. Sé que no es la primera vez que lo digo en este espacio y no se debe solo a que el tiempo no pasa en balde y uno empieza a repetirse ;), sino a que las ideas importantes hay que remarcarlas para que no se nos olviden.
Qué bueno es sentirse un principiante… Y la verdad es que así me siento yo al visitar algunos blogs y ver lo bien que escribe la gente por ahí :) . Hace ya tiempo que tuve la suerte de conocer -aunque solo sea a través de internet- a una gran escritora, que, además, derrocha amabilidad en todos sus comentarios. Esta no va a ser la primera, ni la segunda, ni por supuesto la última vez que le “robe” un texto de su página para enriquecer la mía. Y ella es tan buena que no solo no se enfada sino que encima hasta me da su permiso. Eso sí, no lo dudéis, en cuanto acabéis de leer esta entrada os vais a su blog y le hacéis una visita.
Sin más preámbulos os dejo con Loretta Maio y la magia de sus pinceles:
Sobre la antigua mesa de madera desfilan nuevos y viejos pinceles que, en compañía de pinturas acrílicas, no dejan de curiosear cada uno de mis movimientos. No compiten entre sí para llamar mi atención; mas bien se percibe entre ellos una cálida y meticulosa complicidad. No hay nadie más observándome, nadie escuchando mis pensamientos; no hay quien espante con su soplido los fantasmas de mi té caliente ni quien recoja el mechón de cabello que, intentando distraerme, cae sobre mi cara. Ni siquiera los pájaros han venido hoy a darme serenata. Sólo están aquellos que en respetuoso silencio sonríen y confían cuando dudo qué escoger: que si el escarlata o el carmín, que si el nuevo pincel de pelo blanco o el de mango largo y translúcido . Me conocen, saben que suelo hallar el equilibrio, la tonalidad más adecuada y los detalles más inadvertidos. Jamás interrumpen mi labor, no cuestionan, aunque a veces transgreden quebrando mi metódica rutina con gestos inesperados; y eso me gusta. Eso sí, no son para nada conversadores; tan sólo contemplan. De cuando en cuando me detengo, les echo una mirada y nada necesito decir; somos complementarios y juntos escribimos historias, día a día, sobre la vieja mesa de madera: trazos indefinidos, manchas y salpicaduras, derrames, explosiones…
Mientras me dejo seducir por la noche de luna creciente declaro mi retirada. Desnudo la vieja mesa y cubro nuestras historias con un mantel de lienzo blanco. Ellos descansarán, sus cerdas y pigmentos, hasta nuevo aviso. Y yo, ante el paisaje totalmente deshabitado, me hallo a mí misma con la absoluta satisfacción del deber bien cumplido.
¡Muchas gracias a Loretta por su colaboración!
Un saludo