Me encontraba revisando las cientos de fotografías que nuestro equipo ha realizado durante los últimos meses por tierras niponas cuando, de repente, apareció una ante mis ojos que me llamó mucho la atención.
Supongo que, a primera vista, puede no resultar demasiado llamativa. No es una de tantas fotografías que todos los blogueros suelen subir, en las que aparecen espectaculares edificios, cielos prominentes de efectos naturales o paisajes que resultan un regalo para la vista.
No, tan sólo es una estatua de madera, de tamaño medio, de un hombre de tez sonriente que parece mirar a un lugar que nosotros no conseguimos alcanzar, ataviado con una especie de capuchón rojo y que parece saludarnos con su mano derecha.
Esta perturbadora estatua se encuentra en Nara, en la mismísima entrada de la construcción por excelencia de la ciudad, el Todaiji, un edificio que representa la historia del Japón que ya se nos fue y que nunca regresará.
Justo a la derecha de esta increíble construcción en madera ( la mayor del mundo hecha en este material), se encuentra esta humilde representación de un hombre, discípulo de Buddha según narran las escrituras y que, contaban en la época, tenía poderes sobrenaturales.
Recuerdo que nos encontrábamos rodeados aquel día de verano por cientos de personas de todos los países. Una ingente cantidad de turistas habían decidido visitar esta maravillosa ciudad el mismo día que nosotros y, la verdad, era difícil poder moverse con libertad en según qué momentos.
Nada más entrar al recinto sagrado del Todaiji, nos quedamos asombrados ante su increíble tamaño y porte. Después de conseguir cerrar nuestras bocas ante tanta maravilla, reanudamos el camino hacia la entrada del gran templo. Mientras mis compañeros se encontraban realizando fotografías al edificio principal, no sé por qué razón, mis ojos se fijaron en esta estatua y, sin saber por qué. sentí un deseo irrefrenable de verla más de cerca.
Por un momento me olvidé del gran gigante de madera y, a solas, conseguí acercarme no sin antes luchar con la gran muchedumbre que se amontonaba a las puertas del recinto.
Lo que más me llamó la atención fue que, aun habiendo cientos y cientos de personas haciendo cola a escasos metros de la estatua, tan sólo ciudadanos japoneses se acercaban a la misma. El goteo, aunque pequeño, era incesante, y mientras miraba cara a cara esos ojos tan misteriosos durante algunos minutos, no cesó en ningún momento.Pregunté a una amable señora quién estaba representado en esta imagen tallada, y no me dio demasiada información. Tan sólo que se llamaba “Binzuru”, que fue un discípulo del todopoderoso Buddha y que, según la creencia popular, cura a los peregrinos que se acerquen ante su presencia.
Mientras me decía esas palabras pude observar cómo, una a una, todas las personas que se acercaban osaban poner sus manos en buena parte del cuerpo del “santo”. Después de hacerlo, me percaté de que dirigían sus manos “bendecidas” hacia diferentes partes del cuerpo y yo, en ese momento, comprendí que no estaban sanas.
Tras entender este extraño y mágico ritual, procedí con todo el respeto del que disponía, a realizar la misma acción que todos los presentes. Palpé al extraño “santo” y me di cuenta de que, en la zona más baja y accesible a la gente, la madera se encontraba muy desgastada, como si diariamente, desde hace más de 200 años, fuera palpada con desesperación por miles de personas deseosas de sanar alguna parte de su cuerpo.
Nada más palparlo, mostré mis respetos y volví con mis compañeros, no sin antes realizar algunas fotografías a la misma.
Y desgraciadamente poco más podemos contar; las fuentes de información sobre este extraño sujeto son muy pocas. Hay que decirlo, poco se sabe de este personaje. Tan sólo que se llamaba “Pindola” (Binzuru en Japón). Fue famoso por formar parte de un grupo de discípulos de Buddha denominados “16 Arhats” y que, según narran las crónicas, eran famosos por su ejemplar comportamiento y sabiduría.
Si tenéis la oportunidad de viajar a Nara alguna vez, no dejéis de visitar el complejo Todaiji y, por supuesto, acercaros a esta estatua sagrada eclipsada absolutamente por el gigante edificio. Abandonad por un momento a la muchedumbre que se dirige como ganado a la entrada del recinto y pasad unos minutos con este personaje cuya importancia sigue hoy día intacta.