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Pingüin Gump

Publicado el 11 diciembre 2009 por Papá Pingüino
Me ha dado por correr -como Forrest Gump pero sin decir continuamente “Buba”-. Ya sé que correr es de cobardes, pero también de delgados, que es lo más importante.

De momento no es que me mate precisamente: 3 o 4 días a la semana, y listo; pero eso sí, equipado del Decathlon, que no se diga. Tengo pendiente comprarme unos auriculares nuevos, porque por una extraña razón que no acabo de dislumbrar, cada vez que sobrepasan el mes de vida uno de ellos decide dejar de funcionar, y sinceramente, hay pocas cosas más insoportables que escuchar música por un oído nada más. Es verdad que la humanidad ha ideado grandes trucos para solventar el problema (véase apretar manualmente la clavija, estirar el cable de los auriculares o mantener en alto los mismos) pero un profesional que se precie no puede perder el estilo de esa manera.
Lo dicho, que he hecho del “running” mi actividad física casi diaria y mi momento predilecto de evasión mental (con permiso de cuando voy al baño, por supuesto). Eso sí, al comenzar a correr nadie me dijo que se trataba de un deporte de alto riesgo. En las dos primeras semanas de entreno mi cuerpo sufrió un ataque sin piedad que afortunadamente pudo ser contrarrestado por mi espectacular anatomía hercúlea. Al primer incidente de gravedad, como fue el incómodo escozor que me provocaba el rozar de mis propias piernas al correr (y que pudo ser rápida y eficazmente combatido por los viriles métodos de utilizar una malla ajustada y untarme la entrepierna con vaselina), le siguieron las no menos peligrosas colisiones que varias partes de mi cuerpo sufrieron contra elementos extraños del paisaje: la primera fue la de mi mano contra una barandilla de la playa, percance ante el cual yo seguí corriendo, por dignidad, aunque con la zarpa más floja que la picha de un muerto; la segunda fue la de mi codo contra un muro, engendro éste de ladrillo y argamasa que con nocturnidad y alevosía decidió hacer acto de presencia en un espacio destinado en un principio solo para mi cuerpo. A posteriori, y analizados en profundidad ambos sucesos, he concluido que la única razón posible que los explica es mi supersónica velocidad. Conclusión: la potencia sin control no sirve de nada.
Respecto al recorrido, intento hacer diferentes rutas semi-urbanas que me entretengan, aunque reconozco que lo que más me gusta es correr por donde haya gente. Y no para sentirme acompañado. Nada más lejos de mis necesidades. Me gusta ver gente para picarme: soy un pingüino competitivo. Mi especialidad son los viejos y los que ya están acabando su entreno. Los adelanto a una velocidad de vértigo, ¡ZAS! sin piedad. Luego si me desfondo cambio de ruta, no sea que me vean.
De momento, y superados los incovenientes iniciales, voy poco a poco pillando la forma. Ahora en Diciembre llega la San Silvestre. Que se preparen.

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