Mi primera experiencia como profesora fue hace dos años. El destino se confabuló con a saber qué y quiso que tuviera un empleo completamente compatible con mi formación de posgrado.
El trabajo consistía en ser profesora de español para extranjeros, más bien para un extranjero, y en madrugar mucho, mucho.
Tuve que superar una entrevista con la que sería mi futura jefa. Una mujer muy agradable y comprensiva. Posteriormente me enteré de que sólo habíamos concurrido dos candidatos. Un hombre adulto con mucha experiencia docente a sus espaldas y yo, con apenas 20 años, toda una vida por delante y una irrisoria vida profesional que fotocopiar como vida laboral.
Llegó el día de las presentaciones y, para mi sorpresa, tenía delante de mí a un súper jefazo argelino que sabía “hola, fiesta, toros, paella, Alicante” y ya. Ésto se traduce en que quedaba mucho trabajo por delante para hacer de él un hablante independiente.
Le pregunté muchas veces que por qué me había elegido a mí en vez de al otro profesor. Él está convencido de que los jóvenes somos más dinámicos, tenemos más ganas de superarnos y hay más entusiasmo. Son opiniones.
Lo que saqué en conclusión de la experiencia fue que uno no va a recibir nunca lo que ofrece, que este trabajo es agradecido si el alumno se muestra receptivo, que la gente es un desastre y que preparar buenas clases conlleva mucho tiempo dedicado a planificar, clasificar y conseguir buen material, además de tener que saber transmitirlo y comunicarlo. Aprendí mucho tanto de mi propia lengua, como de las personas en general y también de las culturas árabe, francesa y estadounidense.
Más tarde le di clases a su mujer. Ella ya tenía nociones más desarrolladas del español puesto que había asistido a algunos cursos del Instituto Cervantes. Llegué a las mismas conclusiones que con él. Uno no se puede esforzar por los demás, escarmentar en piel ajena ni hacer las cosas por el otro. Para que haya avance y progreso en el aprendizaje de un idioma se necesita mucho trabajo personal.
Me llevo conmigo una familia amiga que ha ampliado con creces mi visión del mundo y de las personas.
Más tarde me metí en lo que acaba haciendo todo el mundo: profesor particular. A través de la página web misclasesparticulares.com me contactó un alumno al cual tenía que preparar para la PAU y, gracias a un compañero de trabajo, conseguí dos hermanos de 2º de la ESO. Tres alumnos en total.
Fueron inevitables las comparaciones. Los pequeños tenían una base muy buena y hasta probé a darles nociones de cursos mucho más avanzados. Para mi sorpresa lo asimilaban todo muy bien y lo ponían en práctica. Una gozada. Al fin y al cabo lo que necesitaban era motivación y mucha práctica, factores que son difíciles de aplicar en un instituto con una clase grande y un profesor a punto de jubilarse. Supieron aprovechar mis clases.
Y el de bachiller voy a dejarlo en que lo que necesitaba era amueblar la cabeza, centrarse en lo que estaba haciendo y pensar las cosas dos veces antes de hacer nada. Me quedo con que aprobó tanto Lengua y Literatura de 2º de Bachiller y la PAU. Era muy buen chaval, todos hemos sido adolescentes, je, je, je.
Mis conclusiones de esta experiencia fueron que siempre hay que mostrar que confías en ellos, eso los motiva mucho. Enfocar las clases desde tu pasión por la lengua también los estimula mucho. Y es que con trabajo y dedicación se consiguen por ambas partes los objetivos fijados e incluso sobrepasarlos.
Mis vivencias como profesora me gustaron y me gustaría que los nuevos perfiles de clases que voy a ver en Francia tengan buenos resultados y que salgan tanto los alumnos como yo satisfechos y con buenas impresiones.