Revista Cultura y Ocio

PINK FLOYD Y SU ¿ÚLTIMO DISCO? Ha sido un acontecimiento global, puesto que Pink Floyd es una de las bandas más importantes de la historia del rock; ‘The endless river’ acaba de aparecer y, dicen, será su último y definitivo disco, aunque ¡quién sabe! ...

Publicado el 16 noviembre 2014 por Carlosdelriego

PINK FLOYD Y SU ¿ÚLTIMO DISCO? Ha sido un acontecimiento global, puesto que Pink Floyd es una de las bandas más importantes de la historia del rock; ‘The endless river’ acaba de aparecer y, dicen, será su último y definitivo disco, aunque ¡quién sabe! ...

Gilmour y Mason son los que decidieron editar el disco como homenaje póstumo a Wright, y sin contar con el malhumorado Waters

La primera impresión es que no cabe la duda: es Pink Floyd. Sin embargo, a medida que se suceden los cortes se va teniendo una extraña sensación, como si el álbum estuviera confeccionado a trozos, como si tomara un poco de allí, de este, de aquella…, pero no como si Pink Floyd se plagiara a sí mismo canciones o trozos de canciones, sino como si cogiera ideas, es decir, como si rescatara ambientes, arreglos, coros, cambios y cortes, recursos y efectos, ritmos y sonidos. De este modo, a lo largo del disco, el aficionado experto (el veterano) encontrará ecos de algunos de los discos emblemáticos de la banda. A veces parece que un tramo de canción podría haber ido en el ‘Meedle’ y otro en el ‘Oscured by clouds’, ese cambio y esa atmósfera suena mucho a ‘Dark side of…’ y esta textura instrumental no deja de recordar a ‘Wish you…’; claro que peor es cuando deja de parecerse a sí mismo y toma aires a lo Mike Oldfield (que no es necesariamente peyorativo) hasta acercarse a la ‘new age’ o al ‘chill out’ y perderse en murmullos más bien insustanciales, casi planos.

Mal, no se puede decir que ‘The endless river’ esté mal: suena inequívocamente a Pink Floyd y resulta muy familiar (tal vez demasiado) y, además, todo está hecho con clase y buen gusto, pero deja dudas, cierta inquietud, como si estuviera incompleto, como si le faltara algo, tal vez el remate, quizá un poco más de chispa…, incluso es posible que se note la ausencia de Roger Waters; ególatra y soberbio, dictatorial y engreído, sí, pero él fue quien proporcionaba esa guinda que convertía melodías en emblemas (por poner un paralelismo, las canciones de Lennon y las de McCartney nunca fueron tan buenas, tan redondas, tan cercanas a la perfección como las de Lennon-McCartney). Además, todas excepto una son instrumentales, y como quiera que Waters era el encargado de las letras… Sí está David Gilmour, cuyas guitarras dicen Pink Floyd en cada acorde, en cada punteo; y también Rick Wright, el desterrado por Waters, con su inconfundible tratamiento del sinte y el órgano (hay que recordar que las bases del disco están tomadas de los descartes de su anterior trabajo, cuando Wright aun vivía); y no falta Nick Mason aportando ese toque preciso y calmado…, no en vano en su tiempo se llegó a decir que Pink Floyd gustaba tanto y ‘entraba tan fácil’ porque sus ritmos podían superponerse al latido de un corazón en reposo…
El disco malo no es, nada de eso, pero da la impresión de que no acaba de arrancar, de que presenta muy prometedores inicios que, finalmente, no terminan de tomar camino, no desembocan… Contiene algunas piezas francamente buenas que son Pink Floyd inequívocamente, al cien por cien. Y este es precisamente su principal valor, puesto que sus incondicionales van a reconocer a su grupo favorito desde el primer teclado, y también se reencontrarán con esas voces que hablan de manera tan ‘pinkfloydiana’, el clima enigmático, las guitarras, sintetizador y ritmo, el saxo…, todo perfectamente identificable. Pero falta algo, un poco de tensión, una pizca de nervio, un toque genial que lo eleve por encima de productos perfectamente previsibles; asimismo, aunque algunos de sus títulos mantienen el nivel, no cabe duda de que otros se antojan un tanto desmayados, carentes de emoción y, a la vez, excesivamente atmosféricos y etéreos, demasiado ‘ambient’, vamos. En fin, que el disco se puede dejar sonando en su integridad y se escucha sin esfuerzo, pero no proporciona sobresaltos emocionales, los temas se suceden sin que pase gran cosa, apenas obliga a echar un vistazo a los créditos para identificar la que suena, y difícilmente dejará huella en ese fan que aún se emociona con lo que la banda lanzó hace cuatro décadas. 
No es que se esperase otro ‘Dark side of the Moon’, pero después de tantos años sin novedades, quien se maravilló ante los portentos que el cuarteto regaló durante los setenta del siglo pasado tal vez se hubiera hecho ciertas ilusiones, sobre todo teniendo en cuenta que el álbum se anuncia como el definitivo de Pink Floyd.
Este ‘Río sin fin’ no está mal, pero…      
CARLOS DEL RIEGO

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