Irina se estaba relajando después de un día realmente duro. El suave oleaje la mecía, casi acunándola, y el ligero ronroneo del generador vertical la estaba adormilando. Se concentró en esa pieza. Era la parte más bella del barco. Un eje vertical con tres palas rodeándola, formando una triple hélice. Este generador giraba por efecto del viento, produciendo la energía eléctrica necesaria para mover los motores de su barco, el Valkiria. Irina no había dudado a la hora de ponerle nombre a su barco. Desde que se lo enseñaron en el colegio, había estado obsesionada con la historia de los vikingos de la vieja tierra. Su vida también había transcurrido entre violencia y en un mundo de hombres, por eso admiraba a las míticas valkirias.
Se desperezó y sacudió la cabeza. Después de lo movido que había sido todo, más le valía hacer una revisión a fondo. Se dirigió a popa y examinó el cañón láser. En el puesto del artillero se encontraba Iván, todavía de guardia.
– ¿Qué tal está el pequeñin? – Preguntó Irina refiriéndose al descomunal cañón láser – Ayer hubo que exprimirlo a fondo.
– Tranquila capitana – Le respondió – Vladimir ya lo ha revisado a fondo, no se ha fundido nada.
– Me alegro, ahora vete a descansar. Creo que el peligro ha pasado.
A veces se obligaba a si misma a ser magnánima. Ser capitana de un barco lleno de hombres era complicado. Por suerte eran su banda de toda la vida. Habían crecido juntos, y los conocía como a si misma. Recordaba cuando había conocido a Iván. Ella y su banda se habían metido en una pelea, y la estaban perdiendo, cuando apareció Iván y le dio la vuelta a la balanza gracias a sus casi dos metros de altura.
Irina se sonrió recordando aquella época. Ella y su banda se habían dedicando a robar, extorsionar y en fin, a ganar dinero de todas las formas posibles. Les iba bien, demasiado bien. Se hicieron los amos en su barrio de Factoría, pero todo lo que sube, baja. Llamaron la atención demasiado y se desató una guerra entre bandas. Las cosas no iban bien para Irina, así que antes de ser aniquilada, había decidido huir.
Poseía un pequeño barco, un pago en especias de una deuda impagada. Lo armó, reunió a lo que quedaba de su banda y se largó. Se hizo a la mar para buscar horizontes más abiertos en los que seguir siendo poderosa.
Por supuesto, no habían cambiado en nada, se seguían dedicando a lo mismo, solo que más solapadamente.
Mientras pensaba en todas estas cosas, ya había llegado a proa, donde estaba situada la otra gran arma del barco, el cañón electromagnético. El día anterior, les había salvado la vida.
Vladimir y Alexander, se encontraban alrededor de el, rodeados de herramientas y con cara de estar muy ocupados.
– ¿Qué tal vais chicos? – Les preguntó Irina.
– Capitana, esto es una chatarra – Respondió Vladimir – La refrigeración no funcionó demasiado bien, y aquí el amigo Alexander no levantó el dedo del gatillo hasta que empezó a echar humo.
– ¿Podrás arreglarlo? – Preguntó preocupada Irina.
– Creo que sí, tenemos los repuestos, pero me llevará tiempo.
– Pues ánimo. Lo habéis hecho muy bien.
“La que lo hice mal soy yo” Se recriminó Irina a si misma.
Lo del día anterior había sido un fracaso. Se acercaron a un asentamiento aislado para comprar provisiones. Habían desembarcado unos cuantos, y cuando todo estuvo cargado, hubo un desacuerdo con el precio. Se alzaron las voces y alguien disparó. Desde ese momento, todo fue un caos. Sus chicos, corriendo tras ella hacia el barco, los del asentamiento, buscando refugio como locos, y mientras tanto, el barco y las fortificaciones costeras intercambiando disparos.
Se salvaron por los pelos, y todo gracias al piloto, que había exprimido los motores al máximo en una serie de maniobras evasivas que les habían salvado la vida a todos. O al menos, a casi todos. Yuri había muerto. Un láser le había alcanzado cuando huían. Hacía tan solo unas horas, habían celebrado una sencilla ceremonia mortuoria. La primera desde que se habían hecho a la mar.
Irina improvisó algo. Habían envuelto su cuerpo carbonizado en una tela lastrada con piedras, y tras unas palabras de homenaje, lo habían arrojado al mar.
Todos eran descendientes de rusos, por eso vieron con buenos ojos llorarlo ahogando sus penas en vodka. Tras una noche bebiendo, solo los más valientes se levantaban antes del mediodía.
Bajó al camarote donde todos dormían en literas y despertó de una patada a Sergei.
– Maldito vago – Murmuró entre dientes Irina – Levantate, hay que revisar que nada este roto en la sala de máquinas.
Ella lo esperó fuera. El olor a alcohol en el camarote era insoportable.
Sergei era uno de sus tripulantes más inclasificables. No era un machaca, ni tampoco un manitas. Antes de que huyeran de Factoría, era el hombre de los contactos, pero en el mar, no podía hacer muchos contactos. Aún así, era algo parecido a su segundo de a bordo, y la visita a la sala de máquinas era más para hablar de su próximo paso que de otra cosa.
– ¿Qué pasa Irina? No habrás reconsiderado mi proposición – Dijo riéndose nada más entrar en la sala de máquinas.
Él siempre estaba haciéndole proposiciones amorosas desde que hacía años, desde que tras una noche de fiesta, habían acabado en la misma cama.
– Ni lo sueñes Sergei. Es para hablar del futuro – Le respondió Irina.
– ¿El futuro? Que trascendental. Robar, saquear y navegar, como siempre.
– No estoy tan segura. Después de la muerte de Yuri, me he reconsiderado muchas cosas.
– ¿Qué pasa, quieres dejarlo? ¿Ahora que nos va tan bien? – Respondió Sergei alterado.
– No, tranquilo. Lo nuestro sigue siendo esto, pero me gustaría una vida más tranquila. No jugarnos el pellejo en cada trabajo.
– Es cierto que todos estamos tristes por lo de Yuri, pero estas cosas pasan. No podemos controlarlo todo.
– Lo sé – Dijo Irina intentando ordenar sus pensamientos – Pero ¿Recuerdas cuando nos metimos en el negocio de los préstamos? Todos os alterasteis mucho y todo salió bien. Es solo darle un giro a esto. Adaptarse o morir.
– Reconozco que aquello fue una idea genial. Muy lucrativa, pero ahora, las cosas son distintas. No sé como reaccionaran los chicos. ¿Qué tienes pensado?
– Asentarnos. Encontrar un sitio tranquilo donde poder descansar. Quizá un pequeño asentamiento al que ofrezcamos protección, no sé.
– ¿Pasar de piratas a guardaespaldas? No me convence Irina.
– Mira, aún tengo que pensarlo, que te parece si empezamos por escoltar algún mercante. Un trabajo fácil y que nos de dinero. Andamos escasos de fondos, ya lo sabes.
– Bueno – Respondió pensativo Sergei – Sería una buena cosa descansar.
– Pues ya lo sabes, rumbo a Factoría. Y con entusiasmo.
– De acuerdo – Le respondió Sergei ya saliendo de la sala de máquinas – ¡Todo el mundo arriba! ¡Proa a Factoría!
Sergei siempre despertaba así a la banda. A gritos y con entusiasmo. Irina Subió y se colocó en la proa, sintiendo como el barco comenzaba a ganar velocidad.
Silvestre Santé