Revista Cultura y Ocio

Pioneros de Égabre – 6

Publicado el 16 febrero 2016 por Debarbasyboinas @DeBarbasYBoinas

Tras dos semanas de viaje, Brais estaba destrozado. En primer lugar, había descubierto que se mareaba en los barcos. Y lo había descubierto por las malas. Se había pasado los primeros días vomitando por la borda. El malestar no había pasado, pero por lo menos ahora conseguía retener el contenido de su estómago. El segundo motivo, era que en su magnífico plan, no había tenido en cuenta lo testarudos que eran los de los asentamientos. Ya habían visitado unos cuantos. Siempre ocurría igual. Atracaban y se reunía una pequeña multitud en el muelle. Entonces el capitán anunciaba a voz en grito las mercancías que llevaba. Herramientas, ordenadores y repuestos. Por su parte, todos los asentamientos de la costa producían pescado en sus piscifactorías, que iba a parar a la cámara frigorífica del barco.

Entre todo el alboroto de ese desordenado mercadeo, Brais intentaba encontrar al alcalde, o como quiera que se llamase el jefe de cada asentamiento. Normalmente aceptaban hablar con él. Cuando lo hacían, Brais no podía revelar demasiado de su idea, no fuera a ser que llegara a los oídos equivocados. Aun así, les contaba que tenía una idea revolucionaria y muy lucrativa. Con solo un pequeño recinto y unas cuantas personas para ayudarle a trabajar, podría hacer rico al asentamiento. Algunos le asediaban a preguntas que no podía contestar, esos eran los menos. La mayoría le preguntaba que si esa idea era tan buena, porque no la producía en Factoría. Todo eran sospechas. En cualquier caso, todos le habían dicho que no, y Brais estaba empezando a perder la esperanza.

Se levantó de su litera y salió del camarote que compartía con otros diez sucios marineros. Necesitaba aire fresco, así que subió a cubierta. El barco en el que estaba se llamaba la tetera. Brais no sabía el origen del nombre, pero una teoría que se había formado era que el nombre provenía del generador eólico mal ajustado que se erguía en el centro del barco. Cada vez que giraba emitía un chillido muy parecido al de una tetera hirviendo. Brais se había quejado, pero los tripulantes no parecían muy entusiasmados en alegrarlo. Por lo demás, la tetera era un barco como otro cualquiera. El molino vertical en el centro de la cubierta, lento y panzudo. Con una bodega enorme y una pequeña grúa en cubierta para vaciarla. El casco estaba hecho de fibrocemento, un material que en su día había sido el último grito, pero que ahora era algo ya obsoleto. Eso, sumado al mal cuidado al que lo sometían sus dueños le daba al barco un aspecto de dejadez total.

Se apoyó en la barandilla y contempló el horizonte. Como siempre, al sur un mar infinito. Al norte en cambio se veía a lo lejos la accidentada costa. Siempre navegaban a bastante distancia. El capitán le había dicho que era porque esa costa era muy abrupta y tenía miedo de que alguna roca sumergida abriera el casco como un abrelatas. A Brais le tranquilizó ver un poco de sabiduría marinera en ese barco tan mal cuidado.

Brais notó que se estaban dirigiendo hacia la costa. Esto solo ocurría cuando estaban a punto de visitar un asentamiento, así que les preguntó a unos marineros que estaban jugando a las cartas en la proa:

– ¿Estamos cerca de un asentamiento? No veo ninguno en la costa.

– No amigo, vamos a remontar el río – Le respondieron.

Lo cierto es que ahora que se lo decían, Brais pudo ver que se dirigían directos a la desembocadura de un río.

– Pero ¿Este cacharro podrá remontarlo? – Les preguntó, no confiando del todo en las capacidades del barco.

– ¡Pero serás gafe! – Le respondieron airados – No se insulta al barco que te lleva, da mal fario. Además, vale la pena. Se ha organizado una feria de las grandes. Ahí vamos a obtener mercancía de la buena. Mucha carne y grano barato.

Brais los dejó con lo suyo. Se puso a reflexionar mientras el barco avanzaba lento pero inexorable hacia el río. En una feria encontraría a gente de montones de asentamientos distintos. Si no encontraba a nadie allí que confiara en su proyecto, nunca lo haría.

Se apoyó en la barandilla, saco su tableta y se puso a leer un libro para consumir las horas que le quedaban. Era la única manera de matar el aburrimiento en ese pestilente barco. Cuando se quiso dar cuenta, la cubierta comenzó a balancearse y el contenido de su estómago subió hasta su garganta. Cerró los ojos para contener las nauseas mientras escuchaba a los hombres gritar:

– ¡Aquí viene! ¡Ya somos marineros de agua dulce!

Un coro de risas apoyó el comentario. Cuando se consiguió controlar, Brais abrió los ojos y pudo ver como encaraban la boca del río. Una vibración muy grave recorrió el barco. Los motores poniéndose a máxima potencia para superar la corriente.

Brais, para intentar olvidar su mareo se puso a observar el nuevo paisaje que se abría ante él. El río era ancho, muy caudaloso y se orillas suaves. Como todo en Égabre, era de rocas y arena. El único verde que se veía era el del sempiterno musgo que crecía sobre las rocas. Este había sido un proyecto de los primeros pobladores para terraformar Égabre. Habían esparcido sus esporas por todo el mundo, de manera que no había un lugar en todo el planeta libre del musgo. Por supuesto, era solo la primera parte del plan. El objetivo era que creara un sustrato orgánico. Tras el musgo, se liberarían helechos, luego gramíneas y arbustos para por último, liberar semillas de árboles que por si mismos cubrieran todo Égabre de bosques. Por desgracia no había sido posible. Cuando se supo que la segunda ola no iba a llegar se destinaron todos los recursos a la supervivencia inmediata, pero el musgo había sobrevivido por si solo.

Mirar el paisaje inmóvil sobre una cubierta que no dejaba de balancearse, no hacía más que aumentar su mareo, así que se decidió a bajar al camarote, tomar una pastilla contra el mareo e intentar dormir. Esperaba no despertar hasta haber llegado a la tan afamada feria.

Silvestre Santé


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