Brais salió de la tienda desolado. Llevaba todo el día explicando su idea, cada vez con menos reservas, y con menos esperanzas. En realidad ya era algo automático. Se sabía de memoria lo que iba a decir. Procuraba dar buena impresión, con un traje impoluto y una barba bien recortada. Se plantaba frente a ellos y con voz grave y autoritaria les explicaba sus intenciones, dando un ligero toque de humor para caer bien. Normalmente funcionaba, les caía simpáticos a los jefes de los distintos asentamientos, pero nunca le decían que sí. Lo máximo que había conseguido era un “lo pensaremos”. Ya estaba anocheciendo, así que Brais decidió volver a la posada en la que dormía. Estaba caminando por las calles de tierra, sucias y desordenadas conformadas por la repentina proliferación de tiendas de lona. A esta hora, la gente que buscaba comprar o vender mercancías se estaba replegando hacia sus tiendas, mientras los jóvenes seguían el camino contrario, hacia el centro de la feria para emborracharse y bailar hasta el amanecer. Pronto llegó a la calle principal, repleta de puestos comerciales y que discurría entre los muelles del río y las puertas del asentamiento Brander. Llegó hasta ellas y se tuvo que abrir paso a codazos para poder atravesarlas. Era última hora y no faltaba mucho para que las cerraran, así que todo aquel que quisiera entrar o salir tenía que darse prisa ahora.
En cuanto lo hubo conseguido, se encontró practicamente solo, caminando por las calles empedradas de la periferia, y debilmente iluminadas por farolas que daban una luz tenue y amarilla. Sus pasos resonaban sobre el pavimento, y tras los suyos, resonaban otros, más ligeros. Alguien le seguía. Brais no era un hombre valiente, tampoco era un hombre de acción. El miedo a que le atracaran era algo que le atenazaba el pecho cada vez que lo pensaba, ya que el poco dinero que le quedaba, lo llevaba encima. Podría haberlo dejado en su habitación, pero nada impedía a la posadera entrar cuando él se hubiera ido y quedárselo todo.
Brais se planteó que posibilidades tenía. Si echaba a correr, era muy probable que le alcanzaran, no era una persona muy atlética. Pelear no era una opción, y no había por allí nadie a quien pedir ayuda. Esa tensión le estaba destrozando, así que decidió que si le atracaban, que le atracaran de una vez por todas. Redujo el paso hasta apoyar la espalda en la pared de una casa, como si estuviera esperando a alguien. Entonces miró al hombre que lo seguía.
Más que un hombre, era un chiquillo. Una persona enclenque y bastante joven, vestido con la típica ropa cómoda y útil de los asentamientos. Brais se tranquilizó un poco, no parecía un atracador, pero entonces le vino una imagen a la cabeza. Ya había visto a este chiquillo un par de veces a lo largo del día. En ambas ocasiones lo estaba mirando, pero cuando Brais se dio cuenta apartó la vista e hizo como que estaba ocupado. El miedo volvió a subir por la columna de Brais, más aun cuando vio que el chiquillo le miraba y se quedaba quieto. Parecía indeciso, sin saber que hacer, así que para evitar alargar la espera, Brais le preguntó dándole toda la seguridad que pudo a su voz:
– ¿Qué quieres?
El chico puso cara de asombro y parecía preparado para huir, pero pareció pensárselo mejor y se acercó a él poco a poco.
– ¿Tú eres de Factoría, verdad? ¿Un científico?
Brais no podía creerlo. ¿Le habían encontrado? Si era así, no valía la pena mentir.
– Sí, soy yo. ¿Quién te manda?
El chico pareció confundido con la pregunta. No se la esperaba. Respondió con inseguridad:
– ¿Mandarme? Nadie. Soy Milos, soy de un asentamiento del interior y quiero ir a Factoría, a estudiar ya sabes. Lo malo es que no tengo dinero. Mi tío Albert me iba a dejar su dinero para que estudiara, pero murió y el consejo se quedo todo el dinero. Mira, diseñé un molino. El tío Albert decía que era bueno y soy mañoso arreglando cosas.
Aprovechando una pausa que utilizó el chico para sacar unos papeles de su mochila, Brais interrumpió esa verborrea de la que no había entendido ni la mitad.
– Para, para. Te estás confundiendo chico. Yo no soy nadie y no voy a volver a Factoría nunca. Mejor busca a otro. Yo soy un mal ejemplo a seguir.
Brais había dicho esto con tono duro y reprobatorio, alzando la voz por encima de lo normal. Estaba a punto de darse la vuelta para irse cuando a Milos se le llenaron de lágrimas los ojos.
– No por favor – Dijo este – No se vaya. No tengo a quien acudir. Usted es mi única esperanza. Si no, no sé que voy a hacer. Tiene que mirar lo que he hecho.
Quiso continuar hablando, pero sus palabras se fundieron con sus sollozos y no pudo seguir. Brais no tuvo el valor suficiente como para irse y dejar al chico llorando solo en medio de la calle. Se acercó y le dio una palmadita en la espalda.
– Tranquilo chico, todo va a estar bien, no llores por favor.
Milos pareció tranquilizarse. Por dentro de su cabeza no podía parar de recriminarse a si mismo el estar llorando, pero no podía parar. Quería dar una imagen de madurez y responsabilidad y sin embargo, estaba llorando. Brais le preguntó, apiadándose de él:
– ¿Tienes dónde dormir?
Milos negó con la cabeza, incapaz de articular palabra.
– Anda ven conmigo – Le dijo Brais invitándole a que lo acompañara.
Brais y Milos estaban sentados a una mesa en la posada en la que dormía Brais, cenando una sopa de pescado. En realidad, y para ser más exacto, Milos engullía una sopa de pescado, tras haberle contado su historia a Brais. Este estudiaba los planos que había dibujado Milos.
Brais no tenía mucha idea de ingeniería, pero podía ver que era un diseño muy ingenioso, que optimizaba todas las piezas. Empezó a pensar, que haber acogido a ese chico iba a resultarle de utilidad.
Dejó los planos a un lado y se dispuso a disfrutar de su sopa, pensando en si contarle su historia a Milos. Este no parecía sospechoso de ser un espía enviado por Factoría, además, a Brais le recordaba a cuando él era joven. Al final, con las últimas cucharadas de su sopa, se decidió y se lo contó todo. Terminó preguntándole a Milos:
– Milos, si consigo que alguien se anime a fabricar mi idea ¿Te verías capaz de diseñar un sistema automatizado de producción?
– Bueno – Respondió este inseguro – Supongo que sí, tendría que verlo. Mientras tanto podría ayudarle a montarlo todo, y a reparar las cosas.
– Muy bien, Esta noche te dejaré mi ordenador con todas las especificaciones técnicas, y a ver que puedes hacer. Y ahora, la otra parte del problema, la más difícil. ¿Dónde podríamos fabricarla?
Milos se quedó pensativo un buen rato, mirando el vacío fondo de su cuenco, como deseando que se volviera a llenar por arte de magia. Finalmente contestó:
– En realidad no estoy muy seguro. Por aquí todos se dedican a la agricultura. El único asentamiento lo bastante grande como para planteárselo es en el que estamos, el de los Brander, pero a ellos no les interesa nada de esto. Están más cómodos ganándose la vida con el peaje para cruzar el río con su ferry, el dinero que les pagan los barcos por usar sus muelles y el pellizco que se llevan de cada transacción que ocurre en la feria. Les va bien así y no creo que se les pase por la cabeza complicarse la vida de esta manera.
– Vamos Milos, tiene que haber alguien. ¿De verdad no has oído hablar de nadie que pudiera fabricarlo fuera de factoría? – Le preguntó Brais.
– Bueno, he oído hablar de unos asentamientos. En realidad se llaman corporaciones, aunque son lo mismo que nuestros asentamientos. Están en el norte, en las montañas. Allí hace un frío infernal, y casi no crece nada, pero viven allí porque en esas montañas abundan los metales. Tienen minas de cobre, de hierro y de otros metales raros. Pero están muy lejos.
– Vamos Milos, no puede estar tan lejos. Alguien tendrá que ir allí a por el metal para llevarlo a Factoría, digo yo.
– No sé. Yo solo vi a alguien de las corporaciones una vez – Continuó Milos – Era un aventurero que decía que quería recorrer el mundo. Un loco. Pero por él me enteré de que bajan el metal en barcazas por un río que desemboca en la costa este del continente, y desde allí lo llevan en barcos por la costa hasta Factoría, pero aquello está muy lejos.
– Maldita sea – Dijo Brais hablando consigo mismo – Eso está lejísimos, al otro lado de Égabre, y para ir allí tendríamos que pasar por Factoría. No quiero ni pensar en hacer otro largo viaje en barco.
Ambos se quedaron callados, pensando. Milos se preocupaba por quedarse de nuevo solo ahora que parecía que Brais le había aceptado. Brais por su parte se devanaba los sesos buscando una solución al problema, pero cuanto más lo pensaba, más cuenta se daba de que estaban en un callejón sin salida. Factoría tenía todo el poder, porque tenía todas las universidades, y todas las fábricas importantes. Mientras esto siguiera así, Brais necesitaría un milagro para sacar su idea adelante.