Al fin y al cabo, para qué, era cambiar un dominador por otro. Al final Pirro no marchó sobre Roma, estando muy cerca, dio media vuelta y regresó a Tarento pues conocía que la ciudad estaba bien defendida. En el 279 a.n.e. enfrentó a los romanos en Ausculum, pero le costó tanto la victoria que exclamó resignado: “otra victoria como esta y estaremos perdidos”, utilizándose desde entonces los términos “victoria pírrica” para señalar batallas que cuestan más esfuerzo que una derrota. Por entonces Pirro se enteró de que en Macedonia el trono estaba vacante, mientras que Italia del sur le era indiferente y los siracusanos le pedían ayuda contra Cartago… entonces tenía que decidirse. Al final eligió esto último y pactó con los romanos enviando al orador griego Cineas, y así se ganó a la opinión pública de Roma. Era la primera vez que un griego iba a delegar por paz, y por cierto, el heleno se llevó una tremenda impresión con respecto al Senado calificándolo como “asamblea de reyes”, y transmitió a Pirro el siguiente mensaje: “Roma no negociaba con ningún enemigo de Italia”, o al menos eso quiso decir. No se aceptaron las clausulas del tratado propuesto por Pirro, pero eso se debió a que justo en ese momento apareció una flota cartaginesa con el fin de pactar con Roma contra el rey de Epiro, pues los fenicios de occidente querían conquistar Siracusa sin estar amenazados por los macedonios. Ya desde el 358 a.n.e. ambas ciudades tenían un pacto de amistad señalando los límites entre ambas.
En efecto, Roma no podía tener colonias en España del sur ni tampoco en África. Cartago ofreció su flota a los romanos para irse en contra de Pirro, mientras éste, había ya desembarcado en Sicilia ante los pedidos de auxilio de los siracusanos, dejando la mitad de su armada en Italia. Pronto los cartagineses hubieron de abandonar casi toda la isla, a cambio de mantener un punto, la ciudad de Marsala, y se vieron obligados a regalarle oro y barcos para hacer cambiar de opinión a las tropas de Pirro. Los cartagineses perdieron la primera partida sin que Roma se ponga decisivamente de ningún bando.
Pero pronto los sicilianos opinaron que el gobierno de Pirro era despótico. Además, el griego había abandonado a unos cuantos pueblos, como los remanentes sanmitas que se había unido a él en la lucha contra los romanos y que ahora pedían a gritos su presencia. Pero mientras Pirro se ausentó en Sicilia, lo sanmitas se unieron con los cartagineses y les enviaron tropas, traicioneramente. Nuevamente en Italia, el rey de Epiro ve liquidados sus sueños en la batalla de Benevento del año 275 a.n.e. Los romanos derrotaron a la falange y además mataron a los elefantes de Pirro con lanzas. Así traicionado y derrotado Pirro se fue alejando de sus sueños y decidió volver a su patria. Envío una embajada de paz al Senado Romano, el cual aceptó gustoso el cese de hostilidades. Tras cinco años volvió a Epiro con las manos vacías, y luego de retirarse dijo:
“Detrás de mí dejó un buen campo de batalla para romanos y cartagineses”.
Tras retirarse de Tarento, Pirro dejó la ciudad dividida entre los partidarios de unirse a Roma y otros que aún le continuaban siendo fieles. Sólo dejó allí al general Milo con una guarnición. Una flota cartaginesa fue enviada a Tarento, pero llegó demasiado tarde, cuando Milo ya había capitulado y había rendido la ciudadela al cónsul romano Papirius (272 a.n.e.). Pero dejando de lado todo esto, una cuestión era indiscutible: las legiones habían vencido a la falange. Roma poco a poco pasó a ser considerada como una gran potencia, pues estaba entrando en la escena internacional. Poco después de que Pirro se marchó, inclusive llegó una embajada egipcia pidiendo una alianza con Roma. Definitivamente a esta altura, la Ciudad Eterna empezaba a cobrar importancia capital en todo el Mediterráneo. Poco después toda Italia del sur cayó en manos romanas. Unos 10 años después de la última batalla contra Pirro dominaban toda la península. De esto territorios y colonias griegas de la Magna Grecia, los romanos incorporaron el helenismo y la cultura griega en general. Su siguiente disputa sería por el Mediterráneo, contra los cartagineses, pero eso es ya otra historia.