Que yo sepa, en el mundo hay (al menos) dos porteros infranqueables, imbatibles. No hablo de fútbol. Me refiero al del Chrysler Building, en Nueva York, y al de Torres Blancas, en Madrid. El primero es un hombre de raza negra, de unos dos metros de estatura y unos ciento cincuenta kilos de peso, probablemente un antiguo jugador de la NBA ya algo bajo de forma y un poco pasado de años, pero que mantiene una presencia física temible y una autoridad incuestionable. Te deja mirar el vestíbulo, pero en cuanto te acercas a un ascensor o a una escalera enarca una ceja y te sientes morir.
-Aiam sorri. Aiam an espanis árquitec -te atreves a decir con una sonrisa conejil y con la esperanza de conservar tu integridad física. Pero él te sigue mirando con la ceja enarcada y tú reculas, incluso de rodillas, hasta obtener la calle y huir cobarde y miserablemente de allí.
El segundo es bajito, regordete. Pero que no os engañe su aspecto físico. Es tan temible como el neoyorquino. Has rodeado la torre, la has fotografiado en contrapicado desde todos los ángulos posibles. Has hecho fotos (que tú crees muy originales y elocuentes) de la hierba entre los discos. Y te dispones a entrar. Ves el famoso vestíbulo que dicen que diseñó Sáenz de Oíza cegado por un dolor de muelas, y que por eso sugiere encías hinchadas y muelas doloridas. Haces amago de sacar el móvil o la cámara y entonces salta el portero, desde su mesita del fondo.
Si el del Chrysler era minimalista en su expresión, conceptual, casi miesiano ("menos es más"), este es lópezvazquista, rococó, expresionista.
-¿Dóndevausté? ¡Nosepuedenhacerfotos! ¡Otroarquitecto! ¡Vayaplagadearqui-tectos! ¡Váyase! ¡Alacalle, alacalle! ¡Vaustéalacalle!
Y sales corriendo, de otra forma que en el Chrysler, pero corriendo. Y con el mismo susto en el cuerpo.
El otro día unos amigos hemos estado comentando en twitter la dureza y el pundonor torero de este conserje de Torres Blancas. Hay que reconocer que el probo empleado cumple su trabajo escrupulosamente, y cierra cualquier vía de acceso a las decenas y decenas de mirones que nos acercamos todos los días hasta allí para turbar la paz de los habitantes del inmueble. Sí; hay que reconocer que somos muy molestos y que el portero hace lo que debe y lo hace estupendamente bien.
Comentando las dificultades que este concienzudo señor pone a cualquier intento de visita, uno de los amigos nos enlazó un anuncio en idealista.com de venta de uno de los pisos: Podíamos acercarnos a preguntar por esa vivienda, y así nos la enseñaría y de paso veríamos todo lo demás.
Buena idea. Pero, naturalmente, la conversación y el interés derivaron desde esa posible visita al anuncio en sí.
A nosotros, estúpidos viciosos de la arquitectura, la venta de un piso en Torres Blancas se nos antoja más o menos como la venta del Santo Grial. Pero no pensamos que para cualquier otra persona no deja de ser la venta de un piso. Sin más.
Aprovechando la coyuntura nos asomamos a la intimidad de una familia que ha vivido durante bastantes años (se supone) en lo que para nosotros es un templo. Y nos sorprende que para ellos haya sido su hogar. Nada más. Y nada menos.
El vendedor muestra fotos de su piso. Y nos sorprenden. Pero mucho:
¿Ese estampado de los sillones? ¿Esos cuadros? ¿Esa lámpara? ¿Esa mesita de mármol con las patas de madera arqueadas y terminadas en garras? ¿Ese terciopelo del sofá?
¿Esas sillas, con esos asientos y esos respaldos? ¿Esa mesa? ¿Ese espejo?
¿Esa mesa camilla? ¿Esas lámparas? ¿Ese mueble de pared? ¿Ese sofá? ¿Esos cojines?
¿Esa cama? ¿Ese cabecero? ¿Esas mesillas? ¿Ese edredón? ¿Ese cojín? ¿Esos cuadros? ¿Ese silloncito? ¿Esa silla? ¿Esa mesa camilla? ¿Ese espejo?
¿Ese edredón? ¿Esa estantería? ¿Esa cajonera? ¿Esas cortinas?
¿Esa mesa? ¿Ese mueble alto? ¿Esos muebles bajos? ¿Ese portarrollos? ¿Esas curvas "provenzales"?
Todo ello, como he dicho antes, nos muestra la intimidad de una familia, y al horror arquitectónico-espacial-decorativo se nos une un raro pudor, que llega a la cumbre al ver cómo estas personas han vivido en una obra maestra de la arquitectura sin resonar en absoluto a sus sugerencias ni a sus estímulos.
Pero lo que se lleva la palma es que al reportaje fotográfico se le acompaña una planta del piso. Torres blancas tiene unas de las plantas más atractivas de la historia de la arquitectura moderna. Por ejemplo:
Y además están publicadísimas. No hay más que seleccionar la de la planta correspondiente y marcar tu piso. Y quedas como un señor.
Pues no: Lo que vemos en el idealista es un croquis hecho ad hoc que ya nos termina de hundir:
Hala. Venga. A cascarla.
-Señoría, no hay más preguntas.
(O, como diría el gran Bernd Schuster, "no hase falta disir más").
Pero como soy un bocazas incorregible y siempre digo más, os muestro imágenes de otros dos pisos que también se venden ahora en ese mismo mítico edificio:
Así que después de ver esto sólo se me ocurre bendecir al portero. Ese hombre es un amante de la arquitectura. Te deja ver el edificio por fuera, hincharte a fotografiarlo, a dibujarlo, a lo que quieras. Y te deja asomarte al fantástico portal. Pero nada más. Ese santo varón quiere preservar la memoria y el honor de Oíza, y también quiere preservar nuestro amor por la arquitectura, nuestro entusiasmo y nuestra ingenuidad. No quiere que nos decepcionemos, que se nos caigan los palos del sombrajo y que caigamos en depresiones que no conducen a nada.
Ese señor es, sí, un héroe de la arquitectura.
(Si te ha gustado esta entrada puedes clicar el botón g+1 que verás aquí debajo. Muchas gracias).