Reinaldo Iturriza.
I.-Hay crímenes de los que hablamos muy poco. Hay crímenes que pasan desapercibidos, a la sombra de otros que producen escándalo. Hay crímenes que desnudan el lado más vergonzoso de nuestra sociedad, y que se utilizan como pretexto para la criminalización. Crímenes horrendos que un día están en la boca de todos. Pero existe también el “epistemicidio“, como le llama Boaventura de Sousa Santos a la destrucción sistemática de los saberes populares, que tantas veces en la historia ha ido acompañada de la aniquilación física del sujeto popular. El mismo que es criminalizado por las elites, que actúan a sus anchas en momentos de conmoción. Desde hace un par de décadas, el grueso de esos saberes populares viene siendo producido por un sujeto que, sin complejos de ningún tipo, se hace llamar chavista. El chavismo es un universo en el que caben muchos mundos, muchas formas de recrear el mundo popular. Es inútil intentar reducirlo a algo parecido a un sistema ordenado de pensamiento, aunque hay un pensamiento chavista, con sus fuentes, sus tradiciones, todas de profunda raigambre popular. El mismo Chávez, al hablar del árbol de las tres raíces, realiza una lectura de la historia desde lo popular: recupera para el pueblo hombres de carne y hueso, ideas-fuerza, acontecimientos que la historiografía de elites había logrado convertir en objetos de museo. Lo que hace Chávez es contar la historia del sujeto popular que la protagoniza, y ese mismo sujeto, hecho chavismo, no sólo se reconoce en ella, sino que se decide a hacer historia. Para hacerla viable, construye una cultura política chavista. Tal vez hemos subestimado la importancia de investigar sobre el crimen que significa desconocer, cuando no atacar con saña (como si se tratara del criminal más abominable), esos saberes populares que va produciendo el chavismo empoderado, y también sus prácticas, sus gustos, sus discursos. Tal vez nos ha faltado valentía, nos ha temblado la mano, y hemos dejado de actuar con justicia. Tal vez nos ha producido mucha vergüenza sabernos responsables, y hemos intentado disimularla. Es posible que nos haya faltado un poco de tiempo y mucho de voluntad. Tal vez hemos sido excesivamente timoratos. Hay muchas formas de enderezar entuertos. Una de ellas, apenas una: ir dejando algunas pistas para el pueblo que vendrá, que habrá de ser un poco detective, para resolver el misterio de tanto afán antipopular, y militante que reivindica lo mejor del chavismo, para demostrar que no existe el crimen perfecto. Un pueblo futuro que ya se perfila en el pueblo que hoy se resiste a la muerte, a dejar de tener patria, y cuya alegría de pueblo que lucha supera al sufrimiento que le producen los poderes que ya lo quisieran de nuevo arrodillado. II.-
Bien vale la pena dejar algunas pistas sobre la obra que va construyendo el pueblo comunero, sobre algunos de los obstáculos de toda naturaleza que hoy debe sortear. 1.- El comandante Chávez se refirió al “espíritu de la Comuna“. Pero existe también un espíritu contra la Comuna. No me refiero a las estridencias paranoicas de personajes como el historiador Germán Carrera Damas, que ha dicho que “el objetivo de las Comunas es demoler la república“. El espíritu contra la Comuna se expresa en filas revolucionarias. No hay algo así como un autor que destaque en sus ataques, mucho menos un plan minuciosamente urdido. Es literalmente un espíritu: un algo inmaterial, un cierto clima enrarecido, como un rumor que se parece a la mezcla de derrotismo y pánico disfrazado de “crítica” que se apoderó de algunos tras la desaparición física del comandante Chávez. 2.- El espíritu contra la Comuna se expresa frecuentemente como incredulidad frente al avance comunero. Uno de los tópicos preferidos es el número de Comunas registradas. Esto no quiere decir, por cierto, que es “sospechoso” todo el que se interrogue sobre la realidad más allá de las cifras, como por cierto lo hacía Eleazar Díaz Rangel hace un par de semanas. Yo mismo he planteado la necesidad de hender los números para ser capaces de descubrir lo nuevo. Pero hay mucho espíritu envejecido. Mucho espíritu cansado y socarrón que exige saber dónde están unas Comunas que no sería capaz de ver así las tuviera frente a sus narices. 3.- Un espíritu envejecido sólo es capaz de ver lo viejo en las nuevas luchas (sus vicios, sus errores), pero nunca lo novedoso, lo que emerge. Un espíritu viejo hace balance de los fracasos mientras otros se arriesgan. Sólo un espíritu cansado es incapaz de ver cómo el pueblo comunero le está apostando a la invención, a la experimentación. 4.- Por regla general, esta incredulidad, este escepticismo frente a la Comuna es otra forma de marcar distancia: se juzga de manera negativa lo que se desconoce, porque no hay vinculación con el territorio. La Comuna es lo que está literalmente lejos. Es una realidad ajena. En los casos más extremos, según hemos visto, simplemente no existe o no es como “debería” ser: como los comuneros de Mérida en 1781, los de París en 1871, o como los de cualquier otro tiempo y lugar, menos como los de aquí y ahora. 5.- Otro tópico muy socorrido es el del Estado proto-totalitario, y en esto es posible identificar una curiosa y alarmante afinidad con los opinadores del antichavismo más rancio. Según, la actual política de acompañamiento al proceso de construcción de Comunas “esconde” la voluntad de homogeneizar y, peor, de vigilar a la población. De acuerdo a la misma lógica, las Comunas no serían espacios donde confluyen los “comunes”, sino espacios donde el Estado hace tabula rasa de las diferencias y las singularidades. La cuestión es: ¿acaso esta denuncia de la multiplicación de Comunas homogéneas e indiferenciadas no presupone la existencia de un pueblo comunero dispuesto a dejarse sojuzgar de tal manera? 6.- Un militante revolucionario incapaz de identificar la potencia revolucionaria de una política de alcance nacional es un militante impotente, que no sabe sacar partido de la situación. Entonces opta por la denuncia soporífera contra el Estado en abstracto, encarnación del mal, que todo lo tutela. ¿Existen fuerzas dentro del proceso revolucionario que prefieren un pueblo tutelado? Por supuesto que sí. Pero esto es algo que sucede en todas las revoluciones, sin excepción. Reaccionar frente a esta realidad con falso asombro es una impostura que nada aporta. Aportan los que suman al esfuerzo de crear las condiciones que nos permitan evitar la tutela. El error del espíritu cansado es concebir la tutela como una fatalidad. 7.- Como la voluntad de tutela, la fatalidad es crimen. Es definitivamente antipopular. Es lo propio de los espíritus cansados, que palidecen frente a los pueblos vigorosos y audaces de todas las épocas. Son los mismos que se niegan a reconocerle criterio político, sentido de la estrategia, capacidad de negociación y, claro que sí, el deseo de establecer sólidas alianzas con el gobierno bolivariano, al pueblo que hoy construye Comunas.