Se ha generado una extraña polémica alrededor del cambio de nombre de la Plaça Llucmajor del barri de la Guineueta de Nou Barris al de Plaça de la República. Hay argumentos que están fundamentados en la recuperación de la memoria histórica al pedir que sea la Plaça Joan Carles I y no la Plaça Llucmajor la que recupere el nombre de Plaça de la República.
Puedo entender este argumento y no compartirlo. Pero la gran mayoría de críticas están basadas en un cierto paternalismo hacia Nou Barris y las ganas indirectas de criticar a Ada Colau con este tema.
Es cierto que la estatua no ha estado históricamente en la Plaça Llucmajor y la ubicó allí el alcalde Maragall en 1990, recuperándola del almacén municipal, al reformar parte del barrio durante las obras olímpicas, pero también es cierto que el tejido asociativo del barrio y la izquierda política (ICV, PSC, ERC) del distrito se organizó para pedir el cambio de nomenclator.
No entraré en los claroscuros de la segunda República española, como muchos momentos históricos y muchos personajes históricos que se han mitificado, importa más su carga simbólica que los hechos históricos reales. Lo que está claro es que para una parte significativa de los vecinos de Nou Barris la República representa simbólicamente elementos de identidad y de libertad. Una forma de construir una identidad política que se pueda referenciar a una forma imaginaria ahistórica de una república española de izquierdas e inclusiva. Sabemos que la Segunda República no fue así, y algún día cuando podamos superar el franquismo podremos mirar realmente la Segunda República con una mirada sincera y crítica. También en menor medida el 1714 tiene el significado exacto que hoy le damos los independentistas.
Pero estamos hablando de como lo decodifican en el imaginario de muchas personas los mismos hechos históricos. Sabemos que personajes como Frederica Montseny, Pablo Iglesias, Wiston Churchill o Salvador Allende tienen claroscuros en su pasado y que su vida y obra no son exáctamente la imagen mitificada que tenemos de ellos, pero tienen plazas, jardines y calles en Barcelona que no han generado tanta polémica.
Pero vayamos más a fondo. En la serie de libros de Laura de Andrés podemos encontrar como hay barrios de la ciudad que han tenido que construir su identidad a golpe de estraperlo, barraquismo y aluminosi. Barrios que son nuevos, con un débil tejido social y sin historia. Con vecinos de mil pueblos que carecen de identidad común. Que esos barrios construyan, aún a base de parches, una identidad colectiva que ayude a tejerlos es bueno.
Hoy nadie entendería el Carmel sin su estatua a las brigadas internacionales o su plaza Salvador Allende, por mucho que las estatuas que adornan sean de la época olímpica y no anteriores o nadie entendería el barrio de la Guineueta sin la estatua de la República. Cuando tu identidad más inmediata, la del barrio, está basada en parches y remiendos, no puedes permitirte el lujo de dejarte arrancar uno de ellos porqué te arrancan lo que eres. Especialmente lo deberían entender aquellos independentistas identitarios cuya identidad nacional ha sido ninguneada, humillada, negada y machacada de forma sistemática.
De la misma forma que protestan y con toda la razón que Ada Colau pretenda destruir el carácter nacional y reivindicativo del 1714 de los espacios del Born deberían entender que en Nou Barris no queremos que nos arranquen parte de nuestra pequeña identidad de barrio, por mucha justicia histórica que esto signifique.