Hoy cumple setenta años Plácido Domingo. Siempre he estado en contra de los términos absolutos en las artes, pero nadie puede negarle su lugar como el tenor más importante de nuestros días. Siempre he tenido debilidad por Alfredo Kraus, el gran maestro de maestros, y es difícil encontrar una voz más luminosa que la de Luciano Pavarotti, pero ningún cantante desde Maria Callas había gozado de tanta popularidad conmo Plácido Domingo, a quien ha beneficiado además vivir en la era de las telecomunicaciones. Lo dice muy bien mi amigo Rubén Amón en la biografía que acaba de publicar la editorial Planeta, y que recomiendo vivamente. «No lo han retirado los setenta años ni las 35.000 funciones que lleva encima. Tampoco lo ha disuadido el tumor, ni sus otras ocupaciones como gerente de las óperas de Washington y Los Ángeles. Domingo ha descarrilado a quienes le auguraban una carrera breve».
He tenido la suerte de entrevistar en distintas ocasiones y en muy diferentes circunstancias a Plácido Domingo y lo he visto actuar varias veces (menos de las que me hubiera gustado y más de las que me imaginaba cuando le escuché cantar, en disco, por vez primera): Otello, La bohème, Fedora, Parsifal, Luisa Fernanda..., entre otras obras, además de conciertos y galas. El recital que ofreció en 1982 en la Ciudad Universitaria es una de las veladas más emocionantes que recuerdo. Y he tenido el privilegio de poder tener cierta cercanía -llamarlo intimidad sería presuntuoso por mi parte-. He asistido a grabaciones suyas; en una de ellas demostró la generosidad que tienen los grandes cuando, ante las reiteradas faltas de afinación de una joven cantante, él le pedía al director que se repitiera la toma alegando que él no estaba satisfecho de cómo había resuelto su parte... He estado en su camerino, le he acompañado durante una visita al Teatro Real antes de su reapertura (puedo presumir, y presumo, de que en varias ocasiones quiso contrastar su opinión con la mía). He visto cómo, después de una función, pasaba mucho tiempo departiendo con los admiradores que le esperaban en la puerta. Le he escuchado a menudo hablar con admiración de otros colegas suyos y de otros artistas...
De su calidad artística y vocal no voy a hablar. Lo han hecho otros antes mucho mejor que yo, y su categoría es algo tan conocido como indiscutible. Pero si algo me admira de Plácido cuando se despoja de su personaje y se baja del escenario es cómo concentra su atención en sus interlocutores. Puede que sólo les dedique quince segundos, pero quien está con él en ese momento sabe que durante esos quince segundos Plácido Domingo tiene puestos los cinco sentidos en él. Lo he comprobado en varias ocasiones.
Plácido es un dechado de educación, de bonhomía, de profesionalidad. Un artista de los pies a la cabeza -sin duda, uno de los iconos del siglo XX, cuya labor ha trascendido el cerrado mundo de la ópera- y, por mis vivencias, un ser humano admirable. Mis más sinceras felicidades, Plácido. Ojalá volvamos a encontrarnos pronto...