En la semana en la que nos encontramos, a quienes nos importa el medio ambiente, estamos de doble celebración, pues el pasado día 5 fue el día mundial del medio ambiente y hoy día 8, le toca el turno al día mundial de los océanos. En este artículo voy a hablar de algo relacionado, bastante directamente, con estos dos grandes y frágiles elementos que han de servir de sostén para el mantenimiento de la biodiversidad del planeta. Se ha dicho mucho a lo largo de toda la semana, se han dado visibilidad a las políticas medio ambientales de los gobiernos, se han dado a conocer quizá de manera demasiado exagerada de actuaciones para reducir las huellas de carbono de las organizaciones o campañas de recogidas masivas de plásticos en nuestras costas llevadas a cabo por grupos de bienintencionados voluntarios.
Algunas de las medidas conservacionistas del planeta, pasa por pequeños gestos individuales, pero siempre se han de apoyar de otras que han de ser implementadas por la administraciones públicas (impuestos que gravan por contaminar o por consumir irresponsablemente como en el caso del canon del agua por ejemplo) o las propias organizaciones (seguir voluntariamente alguna normativa como la EMAS, la ISO 14001, etc.).
En estos últimos mencionados, podríamos incluir la creación de verdaderos sumideros de dióxido de carbono para capturar de manera eficaz a lo producido por los mayores focos de emisión en nuestras ciudades que son los transportes privados. Se habla de medidas urgentes como creación de mayor superficie verde en nuestras ciudades por ejemplo en fachadas o en azoteas, el enterramiento de calzadas de circulación masiva de vehículos o en las ya creadas y polémicas zonas centrales de ciudades que tienen trafico restringido.
Y es que como es sabido por todos nosotros, para mitigar el calentamiento global, tenemos que hacerlo siguiendo dos vías por un lado conseguir reducir “drásticamente” las emisiones de los gases de efecto invernadero (también conocido por las siglas GEI) o por medio de recursos tecnológicos costosos y con algunos problemas de implantación como los depósitos geológicos de CO2. En los últimos años se está tratando de tomar medidas urgentes para frenar la contaminación y prevenir el aumento de enfermedades cuyo origen se sospecha que es por la contaminación de vehículos. Sobre todo en algunas ciudades cosmopolitas, como Madrid, la conocida por el popular nombre de “boina” un término muy castizo, referido al anglosajón smog, que sobre todo se sitúa en episodios de niveles de alta contaminación, escasez de lluvias o fenómenos como la inversión térmica.
Sin embargo, la propia naturaleza nos está dando la solución y nosotros lo que debemos de hacer es aprovecharnos de ello. Y es que existen variedades de plantas, dentro de la familia de las halófilas, de las que podemos recurrir. Estas plantas son conocidas también como plantas de sal.
La sal, responsables de la salinidad del océano, es también fluido extracelular de algunos organismos. De hecho aquí entra en juego la permeabilidad de las membranas de los seres vivos, por medio de un mecanismo que se denomina “osmosis”. Los organismos, en relación a su comportamiento con un medio salino pueden clasificarse como poliosmóticos (toleran mal la sal) y los homosmóticos (buena regulación salina). Dentro de este grupo se encuentran los halotolerantes, como es el caso de las plantas halófilas.
Lo anterior podría no ser más que una información estéril, pero no lo es si pensamos que el 97% del agua de la Tierra es salada. Y el dato es significativo si pensamos que de las 400 000 especies vegetales, sólo 2 600 se alimentan de agua del mar (caso de las halófilas) bien por su crecimiento en manglares, marismas, pantanos y playas (foto del post: parque del litoral de Castellón de la Plana).
Los desastres naturales, sequias y/o inundaciones, motiva la reducción de tierra fértil. Además el aumento del crecimiento del nivel del mar, contamina en cierta manera las tierras de cultivo o los acuíferos (ya hable anteriormente en un post sobre el cambio climático en el Delta del Ebro). Todo ello supone un problema para el sector agrícola, que dependen del riego de los cultivos para su subsistencia.
Ambientólogos como Edward Gleen, mantienen que el desarrollo de un nuevo terreno de cultivo usando agua salada procedente del mar y de los desiertos, y preservar todos esos espacios del bosque que progresivamente está desapareciendo por la deforestación, supondría una contribución al balance del carbono y al cambio climático.”
Otro defensor, el científico de la NASA, Dennis Bushnell, vaticina que la agricultura “salina” podría controlar los problemas acuíferos en un promedio de 15 a 20 años, liberando casi el 70% del agua que estamos usando para la agricultura convencional.
La Universidad de Delaware, investiga la especie perennifolia Kosteletzkya pentacarpos y su aplicación en desierto salados en América del norte, Medio Oriente, al sudeste de Asia y al oeste de Australia. Esta especie halófila tiene innumerables ventajas, se irriga con agua salina, no es invasiva, tolera sequias o inundaciones. Y si fuera poco todo lo anterior sus semillas pueden ser una fuente renovable como biocombustible (biodiesel). Además es bastante asequible para cultivarse, por lo que el aspecto de viabilidad económica podría no ser un hándicap.
Yo particularmente considero que todas las medidas de manera individualizada poco hacen pero que si ayuda el hacerlo aplicando la suma de todas ellas de manera complementaria. De todas formas un buen cimiento educacional y pedagógico puede servir para empezar y seguir haciendo las cosas bien. Hablando de mis experiencias profesionales como docente de prevención de riesgos laborales, incluyo cuando puedo alguna “píldora” informativa medio ambiental para concienciar a los empleados y reconducir malos hábitos en cuando a aspectos como segregación de residuos, minimización de consumo, reciclaje, etc. Todo ello con el fin de que apliquen en su trabajo los principios de la filosofía de 4R (reducir, reciclar, reutilizar y recuperar). Al final de lo que se trata es de reducir las emisiones de GEI y capturar el existente o el emitido. Si consumimos poco o de manera sostenible y no tiramos de manera errónea (para su reciclaje, la producción de compost, et.), se minimiza la producción, con lo que el consumo de combustible de origen fósil tanto en la fabricación, como en el transporte y por lo tanto los GEI computados, son menores.
Hemos visto que soluciones al cambio climático pueden ser viables y quizá no seamos capaces de escapar de la fatalidad que se nos aproxima (algún dirigente de pelo rubio debería reconocer la existencia del problema), pero al menos podríamos aprender a defendernos de los golpes. La acción planetaria debería servir para sobrellevar lo que ya parece que es inevitable en las próximas décadas, el cambio climático y sus dramáticas consecuencias.