Una de las plantas invasoras que más se ha extendido en los últimos años es la Crocosmia, y más concretamente el híbrido Crocosmia x crocosmiiflora, obtenido por el cruce de Crocosmia aurea x Crocosmia pottsi, dos especies nativas de Ciudad del Cabo, en Sudáfrica. Al igual que la gran mayoría de las plantas invasoras, esta especie fue cultivada en principio para su uso en jardinería, pero se naturalizó rápidamente ocupando grandes extensiones de Europa, América, Nueva Zelanda.
La Crocosmia es una planta herbácea, perenne y con unas inflorescencias que pueden tener hasta 20 flores de color naranja o rojizo según la variedad. De todas formas, su principal método de dispersión son los estolones bulbosos, que son capaces de propagarse con rapidez ocupando grandes extensiones de terreno en poco tiempo, lo que la convierte en una planta invasora muy peligrosa.
Desembocadura del arroyo Frieira en la playa de la Ribeirona (Cadavedo, Asturias), totalmente colonizado por Crocosmia
Desde su primera observación en estado salvaje a mediados de los años 70 del siglo pasado, la Crocosmia se ha extendido con rapidez, colonizando sobre todo las riberas de ríos, cunetas y bordes de caminos e incluso terrenos abiertos. El principal problema de la Crocosmia es que desplaza a vegetación autóctona de esas zonas, ocupando el espacio y no dejando crecer a otras plantas, lo que tiene un efecto en cascada sobre todos los organismos que habitan en esos ecosistemas.
Además de estos problemas asociados a su capacidad colonizadora, un problema añadido es la dificultad de erradicarlas, ya que no es suficiente con eliminar la parte área, sino que es necesario extraer los bulbos, lo que en muchas zonas resulta imposible.