Después de comer tengo, siempre que no estoy ocupada con cosas de trabajo, una cita ineludible: un par de horitas de siesta en la cama. Dado que, incluso tomando pastillas, no duermo de noche más de tres o cuatro horas, la siesta es vital. Tiene que ser profunda y por eso la duermo en la cama, lejos del rún-rún del televisor.
Mi señora madre, que hoy cumple 77 años, tiene también a esa hora su cita ineludible, que es Sálvame. Para ella todos los que salen en el programa son gentuza, viciosos y sinvergüenzas, pero dice que como no son nada suyo le da igual. Luego me informa de las cosas que van ocurriendo día a día, de forma que a través de un resumen de unos minutos me entero prácticamente igual que si dedicara varias horas al asunto.
Lo que más me alucina de ese programa no es si Karmele se casa o no, si Belén Esteban se divorcia o no, si los contertulios se pelean y se insultan entre ellos, sino sobre todo cómo se comporta el público, formado mayoritariamente por señoras de edad aproximada a la de mi madre, y las cosas que unas septuagenarias son capaces de hacer cuando las sueltan en un plató de televisión y las invaden unas sensaciones parecidas a las que imagino debe sentir un adolescente en su primera noche de discoteca, después de un porrito y unos cuantos copazos de garrafón.
Ríen a boca llena, sin importarles mostrar a toda España sus sonrisas desdentadas; cuando el regidor se lo ordena se levantan e improvisan un balanceo que pretende ser un baile al ritmo de la música de los tonos para el móvil, en incluso se prestan a salir al lugar central junto al presentador y, con voz cascada, entonar desafinadamente una jota de su tierra.Es rigurosamente cierto que ninguno de nosotros puede asegurar cómo actuaría en determinada circunstancia hasta que ésta no se dé. Lo mismo que hasta hace unos años a los soldados, en la cartilla militar, les ponían aquello de “Valor: se le supone“, porque no habían participado nunca en una acción militar auténtica, imagino que hasta que cualquiera no se vea con una bolsa en las manos, encontrada en la calle, y conteniendo un millón de euros, no podrá demostrar si es honrado o no.
Yo les suponía a la gente de la generación de mi madre un alto sentido del ridículo y cierta dignidad, pero veo que basta colocarlos en la situación adecuada, y puede pasar de todo. El otro día, una de las espectadoras de Sálvame se había dedicado a robar botellitas de agua. Alguien se chivó y, delante de las cámaras, empezaron a chinchar a la señora. Paz Padilla y varios de los colaboradores insistían una y otra vez en que la señora les enseñara lo que llevaba dentro del bolso, que era enorme. La señora se resistía, pero sólo un poco. Imagino que, de verme en esa circunstancia, le hubiera dicho firmemente a la presentadora que ni se atreviera a tocarme el bolso, y ahí hubiera acabado todo. Pero a la señora finalmente no le importó quedar ante toda España como un trapo, y entre risas dejó que le sacaran del bolso nueve o diez botellitas de agua. Ni que decir tiene que no necesitaba el agua para nada. Simplemente, no había podido resistirse a llenar el bolsón , porque sí, de algo que habían puesto para quien lo precisara.
Paz Padilla le dijo a continuación que para que no tuviera que robar le iban a regalar una caja de botellitas de agua y cuando se la trajeron, la señora la aceptó con toda naturalidad y más risas, por supuesto. En realidad estaba encantada de ser por unos segundos el centro de atención del programa, aunque para toda la gente de su pueblo sea, a partir de ahora, una cleptómana declarada.
Lo último de lo que me he enterado ha sido ya definitivamente abracadabrante. Resulta que, por lo visto, es costumbre entre las señoras que acuden al plató llevar unas bragas de repuesto en el bolso.
Ya sabemos las manías de las señoras mayores con las bragas, y cómo encuentran vital que reservemos unas nuevas para cuando vamos al médico o para cuando salimos fuera, “por si pasa algo”, como si al personal sanitario en general, tanto en una consulta como en una UCI móvil o en una sala de autopsias el estado y el diseño de nuestras bragas les chivara inmediatamente qué enfermedad padecemos o de qué hemos fallecido.
Pero el caso de Sálvame es otra cosa. Debe ser que tienen muy claro que, en un momento u otro de la jornada, corren el peligro de hacerse pipí encima. Algunas, porque han salido de madrugada de su pueblo en un autobús. Otras, porque les entra la risa floja y no lo pueden evitar. Imagino que en los estudios de televisión debe haber unos servicios para el público, pero imagino también las colas que se formarán cuando las ciento ochenta señoras quieran usarlos al mismo tiempo.
La cosa debe ser ya tan conocida por los colaboradores del programa que el otro día Jorge Javier Vázquez le preguntó a una señora si traía las bragas de repuesto en el bolso. Y la señora contestó que por supuesto, y también unos calzoncillos para su marido. O sea, que es habitual.
Yo aconsejaría a los de Tena Lady que, en vez de gastarse el dinero en contratar a Concha Velasco para los spots televisivos, instalara un stand publicitario en la entrada para el público del plató. Podría ser un buen negocio.