Después de un año sin visitarla, la semana pasada volví a pisar la octava isla del Archipiélago Canario.
Cuando era niño, íbamos 2 o 3 veces al año, pasábamos veranos enteros allí e incluso recuerdo disfrutar de un fin de año en La Graciosa. Fue por eso que desde muy pequeño y gracias a mis padres, le he tenido un cariño especial a este pedazo del Atlántico y me trae muy buenos recuerdos que, cada vez que voy, los revivo como si no hubiera pasado el tiempo.
La playa en la que pasamos el día y donde están tomadas las fotos es la de Las Conchas, una de las más afamadas maravillas de la Isla, situada al noroeste, lo que la convierte en especialmente peligrosa debido a sus fuertes corrientes. Cuenta con unos 400 metros de arena blanca y fina de cara a Montaña Clara y, sin duda, unas vistas espectaculares.
La Graciosa es, probablemente, uno de los pocos lugares de Europa donde todavía no hay carreteras asfaltadas. Es, sin duda, la isla que más serenidad derrocha de las Islas Canarias. Se enmarca dentro de la Reserva Marina del Archipiélago Chinijo ("Chinijo" es un gentilicio local que se utiliza para referirse sobretodo a los niños). Se trata de la mayor reserva marina de Europa (70.700 hectáreas) y de un área de excepcional valor paisajístico.
Como en toda Canarias, el clima en La Graciosa es suave y agradable durante todo el año, aunque este verano está siendo más caluroso de lo habitual. Sus playas son completamente naturales y vírgenes, lo que significa que ninguna de ellas cuenta con hamacas, chiringuitos, etc., lo que las convierten en un auténtico paraíso.