plaza del temple
Desde 1814 se la conoció como plaza Del Temple, aunque algunos la denominaban plaza General Viamonte, en homenaje a Juan José Viamonte, un guerrero de la Independencia y ex gobernador entrerriano y bonaerense, quien vivía a unos metros, en el actual número 680 de la calle que hoy lleva su nombre. Pero en 1895 una ordenanza la convirtió definitivamente en plaza Suipacha, para recordar aquella victoria de las fuerzas patriotas en noviembre de 1810. Por supuesto que esos eran nombres oficiales. Sin embargo, a nivel popular, el actual cruce de Viamonte y Suipacha era “la esquina de los suspiros”.
Algunos atribuyen ese nombre a que hacia el sector de la actual calle Carlos Pellegrini había un puente que permitía sortear el cauce del “tercero del Norte”, un arroyo que arrancaba en los alrededores del Congreso y después de un zigzagueo por distintas calles desembocaba en el gran río donde ahora está la cortada Tres Sargentos. Entonces, como ironía, decían que aquel puente evocaba al de los suspiros en Venecia. Pero la realidad es que en la esquina de Viamonte y Suipacha estaba el café de Cassoulet que, como anexo y a lo largo de toda la cuadra, tenía unos treinta cuartos que oficiaban como posada o lo que en estos tiempos conocemos como albergue transitorio.
Aquellos recintos eran refugio de malandrines que eludían a la policía pero no a las caricias de las prostitutas, cuya clientela no se limitaba sólo a esos vagos sino que también era mucho más amplia. Todo dependía de la billetera del visitante: se podía acceder tanto a un pequeño cuarto con un incómodo catre como a una bien decorada habitación donde hasta proliferaban las burbujas de un buen champán. De todas maneras el ambiente de la zona, por lo “pesado”, no era para cualquiera. Y dicen que una figura del lugar era “el Marsellés”, habilidoso tanto en el juego del billar como en otros menesteres.
Hoy el área de la plaza Suipacha parece más recatada y menos riesgosa, aunque el implacable registro de la Dirección General de Rentas de la Ciudad también asuste al bolsillo de los porteños. Es que la imagen es tan distinta que algunos hasta lo miran como si fuera un rincón de París. Obviamente, el toque majestuoso lo aporta el monumento al coronel Manuel Dorrego, “promotor, paladín y mártir del federalismo argentino; héroe de la Independencia y de la Organización Nacional”, como está grabado en la base del pedestal de granito gris que sostiene a la figura ecuestre, una de las quince de ese tipo que tiene Buenos Aires.
La obra pertenece al talentoso Rogelio Yrurtia (hoy se cumplen 63 años de su muerte), un artista al que llamaban “el Rodin de la Argentina” y quien, en 1905, ganó el concurso para su realización. Junto con una “victoria alada” que acompaña al frente a la figura de Dorrego, a cada lado del pedestal dos estatuas alegóricas muestran las facetas de lo que fue la vida de ese héroe: “La Historia” (por su entrega a la revolución) y “La Fatalidad”, por su trágico e injusto final. Cuando Yrurtia la pensó, ya sabía cuál sería el entorno de su obra. Por eso es que “calza” a la perfección en esa esquina, donde se destaca el oscuro patinado del bronce de las esculturas.
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“De los suspiros a Manuel borrego”
EDUARDO PARISE
(clarín, 04.03.13)
(Este post puede consultarse en el weblog “Invasiones Inglesas”:
http://invasionesinglesas.blogspot.com.ar/2013/03/desde-1814-se-la-conocio-como-plaza-del.html)