Revista Opinión

Plurisocialismo

Publicado el 21 enero 2020 por Carlosgu82

Imagínense un político recién sacado del horno. Paco. Un chaval que hasta hace poco era… yo que sé, auxiliar administrativo en una pequeña empresa o mejor, un pequeño pueblo.

Imagínese que por una de esas casualidades de la vida, en las últimas elecciones su suerte dio una campanada y le eligieron… no sé, concejal de su pueblo o diputado provincial.

Imagínese que, para más inri, su partido ha dado en ser el más votado o, en coalición con otro similar, simplemente tienen mayoría absoluta y pueden editar el boletín de su Ayuntamiento, Comunidad Autónoma o qué se yo, el propio BOE.

Nuestro Paco es buena persona, honrado y cabal. Y de verdad quiere hacer cosas para mejorar la vida de sus semejantes. Vamos, en principio una excepción a lo que viene ser el panorama político nacional. Y empieza a surgir la oportunidad de redactar leyes y mociones, edictos y normas.

Pongamos por ejemplo que, no sé, llega una directiva europea que dice que hay que modificar una tasa o un impuesto para normalizarlo con el resto de Europa. O deciden, por fin, poner una cuota a los que disfruten de un vado. O hay que actualizar una derrama.

A nuestro animado político, buen chaval, se le enciende la bombilla:

-¿Y si eximimos / abaratamos / prorrateamos la tasa a la gente sin recursos?- mejor aún, si nuestro Paco es de derechas ¿Y si reducimos la cuota, no sé, del ibi a las familias numerosas? O si Paco es de Izquierdas, a las mujeres desempleadas / maltratadas / inmigrantes / homosexuales / discapacitados… (lo dejo aquí porque como la izquierda es la dueña de los colectivos minoritarios -por definición, oprimidos- me podría tirar todo el artículo enumerándolos).

¡Qué buena idea dicen sus compañeros! haremos una política social / haremos una política progresista (ponga el renglón según le guste que Paco sea de Izquierdas o de Derechas).

Pero la cosa empieza a complicarse:

– ¿Y si, aunque sea una familia numerosa, ésta está forrada?

– Pues pondremos clausulas con topes de ingresos.

– Y si aunque sea acaudalada, hay miembros enfermos o discapacitados ?

– Pondremos otra clausula con las excepciones.

– ¿Y si se encuentran en un barrio alejado y el desplazamiento les cuesta más dinero?

– Pues lo prorratearemos

Y así sigue el debate entre los políticos, de buena voluntad, definiendo quién merece y quien no el descuento, poniendo la frontera a la pobreza, a la necesidad, a los que merecen el regalo y a quienes no. Al final, después de varios tiras y aflojas, ve la luz una nueva ordenanza o lo que sea, progresista, o social, o democristiana. Que premia o privilegia a unos respecto de otros. Que en esencia transfiere riqueza de unos a otros.

Pero no hay privilegiados sin discriminados. La gente empieza a adherirse a la ayuda, y a disfrutar del descuento o el regalo. Además, hay voces que claman porque esas ayudas sean elevadas, los ayudados no han de sentirse menos que los demás, su poder adquisitivo ha de ser equivalente al de cualquier otro ciudadano (que sí es trabajador, pero eso ya no lo dicen).

Al principio no pasa nada. Pero al día siguiente, hay que sacar una nueva ley. Y el proceso se repite. Como una lapa, a cada nueva ley que nuestro Paco aprueba, se le pega una ayuda, un descuento, una dádiva. La socialdemocracia se entremezcla en todas las acciones de la legislatura de Paco como una enredadera a un roble. Todo tiene ayudas, desde un vado a la tasa de basuras. A todo le acompaña un tocho que define quien es merecedor de la caridad del grupo y quién no. A veces sofisticado, otras veces no tanto. Y empieza a ser dinero.

De repente, alguien se da cuenta: Si me emancipo de mis padres, si denuncio a mi pareja, si mi cuñada me firma un poquito (¡con qué poquito!) de discapacidad, si tengo otro hijo… resulta que en ayudas cobraré más que trabajando. En mi casa. Con la vida regalada.

Y poco a poco, toda la sociedad vira. Paco se encuentra con que los presupuestos cada vez cuesta más cuadrarlos. Lo que entra en impuestos, se va en ayudas. Llega un punto en que hay que pedir préstamos para que se cierre el presupuesto, y al año siguiente hay más gente necesitada y más ayudas que librar, y la deuda clama por sus intereses… vuelta a endeudar. Los impuestos se suben, los trabajadores no llegan a fin de mes, piden más salario a los empresarios. Éstos, ven cómo se reducen los dividendos de sus inversores, que se marchan a otros países. Suben los precios de sus productos, pierden negocio fuera de su país, los ciudadanos aún ven menguar más su dinero cuando van al mercado, algunos empresarios se rinden y despiden a la gente. El sistema se vuelve subamortiguado (perdón por mi guiño ingenieril a la Teoría de Sistemas, quiero decir que las cosas van de mal en peor).

Y entonces el cura del pueblo se acerca a nuestro honrado político:

-¿Qué has hecho, Paco? La gente se agolpa en la iglesia, no tiene para comer. No los necesitados, sino gente trabajadora. Sus sueldos ya no les llegan para vivir. La gente pasa al lado de sus semejantes, hambrientos, miran para otro lado.

– No lo sé, Don Francisco, sólo hice lo que manda el evangelio.

– Pero qué dices, Paco, el evangelio no dice que el Estado tenga que ayudar, eso es obligación de cada persona. Ahora, mis feligreses están tan desvalijados, en favor de las ayudas, que no creen que tengan porqué ayudar a nadie. ¡ya han hecho bastante! ¡Los has deshumanizado, son bestias!

– Yo intenté hacer el bien, Don Francisco…

– ¿Tú? Eso lo tendrías que haber hecho con tu sueldo. Has tirado el dinero de los demás… ¡hasta que los has arruinado!

– He hecho caridad, Don Francisco. Lo que Ud. siempre nos dijo.

– ¡No es caridad, Paco! La caridad no entiende de legajos, cuando hay que ayudar hay que hacerlo uno por uno, caso por caso. ¡Una persona, una ayuda! Hay que ayudar lo justo para lograr la supervivencia, no la dignidad. ¡Para vosotros una ayuda digna tiene que dar para tener una televisión de cincuenta pulgadas!

– No se preocupe, Don Francisco. Mañana vamos a aprobar una nueva ayuda, una renta universal, todos tendrán un sueldo, la pobreza desaparecerá…

Y todo quiebra.

Los deudores se quedan la riqueza del pueblo por cuatro duros, hay que pagarles la deuda. Las leyes se vuelven papel mojado, no hay dinero ya para nadie, aunque así lo dicte el Boletín Oficial.

La ruina se ha establecido, los que podrían emprender han perdido su ilusión, los que trabajaban ya no pueden hacerlo, se les ha olvidado el oficio, no aprendieron las nuevas técnicas y en un país muy lejano las dominan e imponen la ley del mercado.

Paco, después de varios años, se jubila. Aunque es honrado, cuando la pobreza acució se subió el sueldo, él nunca pasó hambre. Ni él ni los funcionarios de su Ayuntamiento o Ministerio. Pudieron comprar baratas las casas de los que se arruinaban, los coches que se embargaban… Pero tienen la conciencia tranquila, nunca metieron la mano en el dinero de la caja. Y han pasado su vida ayudando, la superioridad moral jamás les abandonó.

El país colapsa, un nuevo régimen se alza, una nueva Constitución se redacta, nuevas elecciones se celebran…

Y un nuevo político sale del Horno. Con la carrera de derecho recién acabada, Juan se incorpora a su consistorio, ha salido elegido concejal… ¡está todo por hacer!

Juan también quiere ayudar a sus semejantes…


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