Revista Cine
Vivimos una época en la que no para de hablarse de refugiados, de personas que se ven obligadas a dejar sus países, ya sea por motivos politicos, económicos o de cualquier otra índole, para embarcarse en la aventura de intentar llegar a una nueva patria, con la incertidumbre permantente de la posibilidad de una mala integración en la misma. Nabokov fue uno de estos emigrantes involuntarios que sirven para describir dramáticamente el siglo XX. Primero en Alemania y a Gran Bretaña, huyendo del comunismo y después en Estados Unidos, huyendo de los horrores de la Segunda Guerra Mundial. Quizá por eso Pnin, personaje con el que el escritor tiene tantos puntos en común, es descrito con una mezcla de afecto e ironía:
"Idealmente calvo, bronceado y barbilampiño, comenzaba de modo notablemente majestuoso con esa su gran cúpula parda, gafas de carey (que enmascaraban una infantil carencia de cejas), simiesco labio superior, grueso cuello, y torso de forzudo circense embutido en una ajustada americana de tweed, pero terminaba, de forma un tanto decepcionante, en un par de piernas zanquivanas (en aquellos momentos enfraneladas y cruzadas) y unos pies de aspecto frágil, casi femenino."
Pnin es un personaje un tanto grotesco, pero que se hace querer por los colleges y universidades en los que consigue empleos siempre efímeros, siempre inestables que consiguen que cambie con demasiada frecuencia de domicilio. Es un hombre que no consigue integrarse del todo en la sociedad estadounidense, que es incapaz de ocultar un cierto aire de superioridad por ser miembro de la élite rusa, un país de cultura más elevada. En los episodios cómicos que describe Nabokov, en los malentendidos y anécdotas un tanto ridículas en las que siempre anda metido Pnin, late un fondo de amargura, la del exiliado que sabe que no se encuentra en el lugar donde debería estar, que su patria se ha convertido en un lugar hostil y jamás podrá volver a ella.
En cualquier caso, Pnin no me ha parecido una de las narraciones más inspiradas de Nabokov. Bien escrita y con acertados toques humorísticos, le falta un hilo narrativo que empatice con el lector, más allá de lo literariamente anecdótico.
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