LA ESPONTANEIDAD DE los políticos es algo digno de elogio. Es bueno para los ciudadanos, en general, porque permite conocerlos mejor, y es bueno también para los periodistas, que nos mantenemos entretenidos con sus ocurrencias y chascarrillos. Esperanza Aguirre tiene a gala mostrarse tal y como es, para desesperación de su equipo de prensa. Es una forma distinta, radicalmente distinta, de entender la actividad política. De un lado, le permite acaparar portadas y teletipos, estando siempre en boca de todos y, de otro, hace que se exponga y se arriesgue más allá de los estrictamente necesario. Es su estilo y nadie la va a cambiar. Por mucho que lo intenten.
La naturalidad es de agradecer, qué duda cabe, si bien encierra notables peligros. El peor de todos es permitir que los demás te conozcan tal y como eres. Y eso es, justamente, lo que le puede ocurrir a la presidenta madrileña con sus ataques incontrolados de franqueza. Decir, como dijo ayer tarde, durante el Pleno de la Asamblea de Madrid, que el nuevo impuesto para ricos "lo pagará Bono" porque ella es "pobre de pedir" no fue muy afortunado, por utilizar una expresión crematística. Vale que el contexto no fue el de una respuesta parlamentaria sino en un comentario por lo bajini, que sí captó el micrófono de su número 2, Ignacio González. Vale que la presidenta es así y que le gusta el buen humor, aunque a estas alturas de la película debería saber que hay ciertos límites que conviene no sobrepasar. Más que nada porque hay frivolidades que hieren y que, en ocasiones, tal y como está el patio, es preferible quedarse callado.
Si la presidenta quiere saber lo que es un necesitado de verdad, o un auténtico parado, no tiene que irse demasiado lejos. Los comedores de caridad están llenos en Madrid de verdaderos pobres de solemnidad. A mí no me hizo ni pizca de gracia.