“La gente se amolda a sus posibilidades –dijo la señora Palladino-. Eso no es lo mismo que cambiar”
Pobre George
Paula Fox
Llevo poco más de tres meses en esto de la enseñanza secundaria y mantengo aún intacta la ilusión. Soy de natural optimista, también en lo que se refiere al futuro de nuestros bachilleres. Entiendo, sin embargo, que el de profesor puede ser un oficio de lo más frustrante. Créanme, la impermeabilidad de nuestros adolescentes puede llegar a desesperar al más paciente de los Jobs. Es entonces cuando, con suerte, un alumno con una sensibilidad especial, inteligente o, al menos, más intuitivo que el resto de sus compañeros, puede erigirse en tabla de salvación del docente. Pero... ¿y si no hay tal? ¿si esa inteligencia no es más que mera proyección de nuestros deseos? Entonces el panorama es de lo más desalentador y lo que debería y puede llegar a ser un trabajo estimulante se vuelve mera mecánica y rutina, como todo lo demás.
Tal es lo que le ha ocurrido a George, profesor de Literatura en una escuela privada de Nueva York y dedicado a sobrellevar una vida anodina en compañía de una mujer que nunca le ha gustado, atendiendo las intempestivas emergencias de su hermana mayor y asistiendo a fiestas de vecinos adocenados a los que, es natural, no soporta. La historia de George es la ya universal historia del burgués desencantado del extrarradio, llámese este Babbit –epónimo de uno de los tipos literarios más importantes del pasado siglo xx- o Harry ‘Conejo’ Armstrong.
Justo a tiempo aparece en su vida Ernest, díscolo adolescente, desahuciado por el sistema, que entretiene su tiempo allanando las fincas del barrio de George. En un impulso altruista, o no tanto, según se mire, este último sustituye la esperable llamada a la policía por la sorprendente oferta de ayudar al chico con sus estudios, para pasmo e incomprensión de todos sus conocidos. Lo que sigue no es, sin embargo, el relato amable y generoso de una salvación mutua, sino que Pobre George toma bien pronto un rumbo bien distinto, el del cinismo y el desengaño, que conducen a un catártico final, digno en lo formal de aparecer en todo manual de teoría literaria y rebosante de justicia poética. Así que, aunque probablemente no sea esta la mejor de las opciones para comenzar el año ni para estados carenciales, lean; cuando puedan y quieran, faltaría más, lean.