Revista Libros

¡pobre verlaine!

Por Isladesanborondon

¡POBRE VERLAINE!
Hace apenas unos día leí una biografía de Rimbaud escrita por el escritor norteamericano Edmund White. Poco a poco mi curiosidad fue inclinándose hacia la vida tortuosa de Paul Verlaine, amante incondicional de Rimbaud quien le hizo literalmente la vida imposible. Paul Verlaine pasó dos años en la cárcel por disparar a su amigo en la mano. Rimbaud tuvo la sangre fría de denunciarlo por intento de asesinato.
Pero la vida de Verlaine desde su niñez ya estuvo marcada por el tormento. Se cuenta que Madame Verlaine, antes de traerlo al mundo, tuvo dos abortos espontáneos cuando los fetos ya estaban formados. A la buena señora no se le ocurrió otra cosa que guardarlos en tarros transparentes llenos de alcohol que exhibía con toda naturalidad en el salón de su casa. Verlaine creció con esta visión esperpéntica. Estaba matriculado en derecho en París pero apenas acudía a las clases, se pasaba los días leyendo poesía y emborrachándose de absenta, que según la creencia de la época aumentaba la creatividad y la libido. Pronto este poeta dulce y sensible se convirtió en un alcohólico empedernido con abscesos de cólera asesina, una adicción llamada absentismo. Sus amigos parnasianos, Berlioz, Wagner, Manet, Fantin-Latour, acostumbraban a esconder todos los cuchillos que hubiera a la vista porque sabían de sobra que Verlaine en plena crisis enloquecía. Una noche, llegó de madrugada a la casa de su madre completamente ebrio, y le exigió dinero para continuar bebiendo. Como ésta se negó a prestárselo, Paul se lió a bastonazos rompiendo los tarros en mil añicos y mientras desmembraba los fetos y esparcía los pedazos por el suelo gritaba a su madre que tanto sus hermanos como él ya habían estado macerándose en alcohol demasiado tiempo.
Ni el tiempo, ni el amor cambiaron el carácter violento de Verlaine, que siempre vivió al filo de la navaja. Maltrató a su esposa y en una acalorada discusión estampó a su único hijo de seis meses contra una de las paredes de la casa que compartía con sus suegros. En los años que pasó en la cárcel abrazaría de nuevo el catolicismo como un acto de renovación pero, para Verlaine, todo esfuerzo por cambiar fue en vano. Claro que obligado a vivir desde su más tierna infancia con la “Familia Monster”, lo extraño hubiera sido que el chico saliera normal… ¡Pobre Verlaine! Al menos, egoístas que somos, nos dejó su poesía.


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