La pobreza vestida de privilegios y grandezas se convierte en un discurso falaz ante los ojos del ahorcado
os deseos de una Iglesia para los pobres y de los pobres, en palabras de Bergoglio, no pueden pasar de puntillas para los ojos de la Crítica. Según "la versión moderna de Asís"- como así han sido etiquetadas sus declaraciones por los medios detractores- "los lujos del Vaticano forman parte del museo de la Iglesia". En sus diálogos con Skorka, director del Seminario Rabínico Latinoamericano, el hoy Papa, habla largo y tendido sobre la Iglesia y el dinero. Dice el "humo blanco de Roma" que: "una religión necesita dinero para manejar sus obras, El tema – dice el recién elegido – es el uso que uno hace del dinero que recibe en calidad de limosna o contribuciones". Es precisamente esta argumentación, extraída de los pensamientos de Francisco, la que invita al Rincón a discrepar con el pontífice sobre sus cimientos y deseos.
Mientras los recortes de la Derecha sacuden los bolsillos del mileurista, la Iglesia sigue inmune al filo de la tijera
La falta de empatía entre la Iglesia y los hambrientos pone en evidencia la distancia existente entre las orillas de las sotanas y las moscas de las barrigas. Mientras los unos, la masa humilde creyente, viven en un sistema económico sometido al poder de sus tributos. El clero, las sotanas de siempre, vive entre algodones en los prados dorados de las exenciones fiscales. Cuando los recortes de la Derecha sacuden los bolsillos endémicos del mileurista, la Iglesia es indultada del filo sangriento de la tijera. Mientras el reino de Bergoglio recibe, año tras año, miles de millones procedentes de las Declaraciones Creyentes, las instituciones familiares son desahuciadas a porrazos por el pecado civil del "querer y no poder". Son precisamente, estos efectos nefastos del despotismo eclesiástico, los que separan los intereses de sus conventos de las vistas de sus ventanas.
La pobreza, vestida de privilegios y grandezas se convierte en un discurso falaz, desprovisto de legitimidad y garantías ante los ojos del ahorcado. Mientras Asís apelaba a la pobreza desde la austeridad de su legado. El Asís de nuestros días, desea emular al Francisco de ayer con el telón del dinero.
Desde la Crítica intelectual recomendamos al Obispo de Roma los mimbres necesarios para convertir la herencia de Benedicto en una institución austera en coherencia con los suyos. Para ello, para ser pobre, la receta del economista pasa por adelgazar los ingresos y subastar los excesos. Disminuir los inputs – en palabras del contable – sería la fórmula propicia para igualar la perspectiva entre el Sancho y el Quijote. Para conseguir los deseos de Francisco. La institución que preside debería renunciar con mayúsculas a sus privilegios de rica. Debería en primer lugar: renunciar a la dotación proveniente de las Declaraciones de Renta. A continuación: renunciar a las exenciones fiscales, tales como, el Impuesto de Bienes Inmuebles, Sucesiones y Donaciones, Patrimonio. Sufrir: sufrir en el seno de sus bolsillos los mismos, no digo ni más ni menos, sino los mismos recortes que la mayoría de los plebeyos. Finalmente, convertir el Vaticano en un lugar de rezos desprovisto de la ostentación de poder que reina en sus pasillos.
Con los ingresos adelgazados. La Iglesia de Bergoglio se convertiría en una institución de los tiempos franciscanos. Mientras las renuncias a las prerrogativas divinas no se materialicen en hechos mundanos, el discurso del elegido se viste de adorno y retórica en las vitrinas de Roma. La destitución de Gotti, ex presidente del banco Vaticano, por su presunta implicación en el lavado de 20 millones de euros procedentes de la Iglesia, pone las orejas tiesas a los lobos de la Crítica. La mala salud de Benedicto, cierra los picos a una página manchada por las supuestas transferencias bancarias entre: los brazos derechos de Ratzinger y los silencios de JP Morgan y la Banca del Fucino. Hoy, el discurso de los pobres sirve al pontífice de Roma para lavar la cara al rostro enfermo de las sotanas. Sin duda.
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